Ayer 111/2018 (2): 313-329
Sección: Ensayo bibliográfico
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2018
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/110-2018-13
© Ana María Sánchez Resalt
Recibido: 24-10-2017 | Aceptado: 12-01-2018
Editado bajo licencia CC Attribution-NoDerivatives 4.0 License

Debates historiográficos sobre el estalinismo en lengua inglesa

Ana María Sánchez Resalt

Universitat Pompeu Fabra
aresalt@yahoo.com

Resumen: En este artículo describiremos las tres principales corrientes de la historiografía occidental sobre el estalinismo en inglés. Después de la Segunda Guerra Mundial, el modelo «totalitarista» dominó este ámbito de investigación, según el cual los acontecimientos y personajes políticos eran elementos centrales de la narración histórica y el individuo era visto como un objeto pasivo sujeto al control político. En los años sesenta, este modelo dio paso a la propuesta revisionistas, que puso al individuo en el centro de dicha narración y estaba basado en la idea de la «revolución desde abajo», en la existencia de un apoyo masivo a los cambios sociales y a las medidas estatales y del Partido. Después la corriente revisionista conduciría a las propuestas posrevisionistas de los años ochenta, que reincorporaron a sus investigaciones el estudio de la ideología. En la actualidad, la Escuela de Chicago («neotradicionalistas») y la Escuela de Columbia («modernistas») representan dos de las principales propuestas revisionistas en las que se discute el término «modernidad» aplicado al estudio de la sociedad y la Unión Soviética durante el estalinismo.

Palabras clave: Historiografía soviética, estalinismo, revisionismo, modelo totalitario, neotradicionalismo, historia social, modernidad.

Abstract: This article identifies three main trends in Western historiography in English on Stalinism. The totalitarian model dominated research in this field after WWII, according to which political events and individuals were core elements, but the individual was seen as a passive object in the face of political control. This gave way to a revisionist approach of sixties and seventies, which placed individuals in the centre of the historical narrative. Based on the idea of the «revolution from below», it placed emphasis on the existence of mass support for social change and for state and party measures. The post-revisionism of the 1980s, in turn, incorporated the previously overlooked role of ideology. Presently, two opposing views within the revisionist approach —the Chicago School («neotraditionalists») and the Columbia School («modernists»)— have emerged. Advocates of these approaches of these schools differ over the extent to which the term «modernity» should be applied to the study of society and the Soviet Union under Stalinism.

Keywords: Soviet historiography, Stalinism, revisionism, totalitarian model, neo-traditionalism, social history, modernity.

Hasta los años sesenta, los estudios en inglés sobre el estalinismo estuvieron determinados por el conflicto de la Guerra Fría y la corriente «totalitarista», es decir la que clasificaba a la Unión Soviética y a los regímenes fascistas en una misma categoría de totalitarismo. Era una historiografía en la que los sujetos individuales no tenían peso ni en la narración histórica ni en el desarrollo de la sociedad y en la que el sesgo ideológico anticomunista determinaba la postura del historiador. A partir de los sesenta, la investigación historiográfica sobre el estalinismo experimentó un giro fundamental con las propuestas planteadas por los historiadores revisionistas y posrevisionistas, en las que se situaban las experiencias y visiones de la gente corriente en el centro de la narración histórica.

Las tres posiciones aludidas han sido las principales corrientes de estudio del estalinismo por parte de los historiadores occidentales: «totalitarista», revisionista y posrevisionista 1. En la primera de estas tres corrientes, la «totalitarista», el comunismo y las estructuras de poder del sistema soviético son el objeto de estudio. Sin embargo, según apunta Afanásiev, los historiadores «totalitaristas» no han conseguido establecer vínculos entre estructuras de poder, ideología, Estado y sociedad. Los revisionistas, por su parte, se caracterizan por partir de la hipótesis de que el estalinismo fue apoyado también «desde abajo». Desde posiciones marxistas, tratan de descubrir las influencias de los factores socioeconómicos en el funcionamiento del sistema soviético. Por último, los posrevisionistas otorgan la misma importancia al estudio de la ideología y a sus manifestaciones en la vida cotidiana.

Varios acontecimientos históricos influyeron en el surgimiento y en los cambios de tendencia de la historiografía sobre la Unión Soviética. En primer lugar, el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría marcaron el comienzo de la corriente «totalitarista», en la que destacaron figuras como Hannah Arendt y Zbigniew Brzezinski y, dentro de la historiografía, Robert Conquest, Richard Pipes o Adam Ulam. En los años setenta, influidos por las propuestas de la historia social, por los movimientos sociales de la época (que abogaban por dar voz al ciudadano de a pie, ninguneado u oprimido) y por conflictos como la Guerra de Vietnam, surgieron los revisionistas (Sheila Fitzpatrick, J. Arch Getty, Lynne Viola, Roberta Manning, etc.) 2. Según Lynne Viola, los revisionistas aportaron a la historiografía sobre la Unión Soviética el estudio de la base social del estalinismo y de la naturaleza instrumental del Terror, e indagaron en la «menos que perfecta» puesta en marcha de las políticas centrales en las provincias 3. Con posterioridad, los revisionistas fueron completados (o criticados) desde la historia cultural por los posrevisionistas (Stephen Kotkin, Jochen Hellbeck, etc.). Estos últimos iniciaron sus investigaciones a finales de los ochenta y principios de los noventa, coincidiendo con la desintegración de la Unión Soviética y la apertura de nuevos archivos soviéticos, tanto oficiales como personales.

Aunque ambas corrientes fundaban sus trabajos en la documentación de archivo, los revisionistas se centraron en el estudio de la sociedad y el comportamiento del individuo, mientras que los posrevisionistas orientaron más sus investigaciones hacia el discurso y la subjetividad 4, ámbito en el que planteaban una «explicación de las dimensiones objetivas de la experiencia soviética y el redescubrimiento de los asuntos ideológicos» 5.

El modelo «totalitarista»

Los revisionistas señalan que las visiones clásicas del totalitarismo sufren de la estrechez de miras de la ciencia política, marcada por la dicotomía «nosotros contra ellos». Tal dicotomía tiende a limitar el conflicto al sempiterno e irresoluble enfrentamiento entre buenos y malos, del que se deriva también la existencia de opciones políticas e ideas buenas y malas, defendibles e indefendibles. La Rusia que surge de la Revolución de 1917 se presenta como un sistema rígido e inamovible, definido y controlado desde los centros de poder, en la que la historia social no tiene peso y el ciudadano no desempeña ningún papel relevante en la construcción de la sociedad de la que forma parte. En la investigación occidental, los primeros estudios sobre estalinismo estaban vinculados al modelo «totalitarista» y eran percibidos —sobre todo entre los autores estadounidenses de los años cincuenta— como una continuación del autoritarismo bolchevique leninista. Estas teorías retrocedieron a finales de la década de 1950, cuando, tras la muerte de Stalin, ­desaparecieron algunos de los rasgos más duros del sistema.

Entre los autores que consideramos fundamentales para la definición del modelo totalitario sobresalen los nombres de Zbigniew Brzezinski y Hannah Arendt (aunque no fuera historiadora) 6. Arendt, en su ya clásico Los orígenes del totalitarismo, introduce una nueva característica básica en la definición de los regímenes totalitarios: el gobierno totalitario se basa en el apoyo de las masas «de individuos atomizados y aislados» y no necesariamente a causa de su ignorancia ni del lavado del cerebro 7. No obstante, la corriente «totalitarista» no es exclusiva de los años cincuenta o sesenta, autores como Robert Conquest son un buen ejemplo de la pervivencia de esta tendencia aún en nuestros días 8.

A grandes rasgos, el modelo «totalitarista» presenta a la Unión Soviética como una entidad con un alto grado de organización, que ejercía un poder vertical desde arriba hacia abajo, con el Terror, la coerción y la violencia como herramientas básicas. Según Fitzpatrick, los partidarios de esta corriente aseguran que en los regímenes totalitarios se produce la atomización de una sociedad que se vuelve pasiva y objeto fácil de control y manipulación. Asimismo, bajo el totalitarismo y bajo el consiguiente mandato de un partido monolítico, el terror es utilizado como herramienta de control y la propaganda, como instrumento de movilización. Para los autores «totalitaristas», los textos de líderes soviéticos (Lenin y Stalin, en especial) y los documentos oficiales o del Partido-Estado (como el periódico oficial del Partido, Pravda) fueron las fuentes de información por excelencia, aunque el acceso a dicha documentación resultase muy limitado durante largo tiempo, lo que dificultó sus investigaciones.

«Totalitaristas» y revisionistas: más allá de la dicotomía Estado-sociedad

Pese a que de forma tradicional las corrientes «totalitarista» y revisionista hayan sido definidas y presentadas como antagónicas, es necesario recordar que ambas comparten un mismo objeto de estudio: la sociedad estalinista. La principal diferencia radicaría, pues, en la aproximación —no por fuerza excluyente— a dicho objeto de estudio: desde la perspectiva del Partido-Estado o desde la del ciudadano/pueblo. Mark Edele 9 sostiene que, con la llegada de los revisionistas, el estudio de la sociedad estalinista se vio en cierto modo desplazado por el estudio de la vida cotidiana. La disociación Estado-sociedad se convirtió en una de las señas de identidad de la nueva corriente, incidiendo cada vez más en la separación y la diferencia 10.

Edele propone volver a la historia de la sociedad y superar las dicotomías «totalitarista»-revisionista, Estado-sociedad. Afirma que la sociedad estalinista no podría entenderse fuera del marco del Estado totalitario que la engendró. Su posición nos llevaría a considerar que «totalitaristas» y revisionistas tienen más puntos en común de los que están dispuesto a admitir. Para este autor, un punto de encuentro entre ambos modelos se podría ver en el estudio Harvard Project on the Soviet Social System 11 o en la obra de Merle Fainsod, Smolenks under the Soviet Rule (1958) 12. En el trascendental trabajo de Stephen Kotkin Magnetic Mountain: Stalinism as a Civilization 13, el autor hace una propuesta para superar la dicotomía revisionista Estado-sociedad e integrar la historia «desde arriba» y «desde abajo» a fin de trabajar con las aportaciones de ambas corrientes. Kotkin explica la idea de la «civilización estalinista»: no hubo estructuras de ningún tipo (ni políticas, ni económicas, ni culturales) que existieran «a pesar» o «fuera» de la acción estratégica del Estado y que ejerciesen una influencia significativa en lo que la gente decía, sentía o pensaba 14. Es decir, los soviéticos aceptaron y participaron en la construcción y la utopía socialista del «futuro radiante» y la modernización del país, y en ese proceso interiorizaron las ideas presentadas en el discurso oficial y difundidas por la propaganda, de modo que estas pasaron a ser parte integrante del ser individual y colectivo, de su forma de entender el mundo y de actuar en él. En el estudio de la historia del estalinismo, por lo tanto, la posibilidad del encuentro entre corrientes enriquecería la investigación, aunque antes sea necesario superar las críticas a revisionistas y posrevisionistas que entorpecen dicho encuentro.

Críticas a las propuestas revisionistas y posrevisionistas: la «revolución desde abajo» y el acercamiento al Terror

Las propuestas revisionistas han sido fuente de controversia y objeto de fuertes críticas desde su formulación, tanto dentro del propio grupo o afines (revisionistas y posrevisionistas), como por parte de historiadores que no son fáciles de encasillar. Dos son las principales fuentes de estas críticas: la propuesta del estudio de la historia soviética «desde abajo», planteando que la revolución estalinista fue auspiciada por las masas y rompiendo con la idea de un Estado fuertemente estructurado y de un Partido monolítico; y el acercamiento que estos historiadores hacen al Terror como componente esencial del desarrollo de la sociedad estalinista, evitando hablar de manera directa y única de represión y violencia, lo que propicia las acusaciones de falta de integridad moral 15.

Otros temas tratados por el revisionismo que también han sido objeto de ataques son 16: la movilidad social y profesional «hacia arriba» 17; la presentación del Estado liderado por Stalin como débil y desorganizado; la negación de la existencia de un plan de terror masivo; la presión ejercida desde abajo por las masas como acicate de cambios sociales y políticos 18; la existencia de cierta resistencia por parte de obreros y campesinos al proyecto identitario, social y de Estado de las autoridades soviéticas 19; la tiranía ejercida por las autoridades locales que, alejándose de los mandatos del centro y adaptando las políticas a las situaciones locales, ponían en marcha duras medidas para evitar el caos o las rebeliones 20, o la afirmación de que las ambiciones de la gente y autoridades coincidían y que las masas participaron de forma activa en las purgas.

Para llegar a sus interpretaciones, los revisionistas defienden la primacía del análisis social sobre los enfoques políticos o ideológicos. En relación con el apoyo «desde abajo» al régimen, autores como Viola, Lewis Siegelbaum o Hiroaki Kuromiya investigaron el éxito de la movilización de trabajadores a favor de las políticas del régimen 21. Lynne Viola identificó cierto respaldo al régimen por parte de la clase trabajadora en lo relativo a la colectivización y descubrió que los sectores inferiores del aparato del Partido eran, en ocasiones, más radicales que el propio Politburó, aunque no encontró indicios de un apoyo relevante por parte del campesinado 22. J. Arch Getty y Roberta Manning llegaron a una conclusión similar, pero en relación con las Grandes Purgas en cuanto al papel fundamental de secciones inferiores y locales del Partido 23. La tesis de una «revolución desde arriba» aparecía ya en el discurso oficial soviético del Breve curso de 1938: «El rasgo diferencial de esta revolución es que se ha culminado desde arriba, por iniciativa del Estado, y apoyada directamente desde abajo por millones de campesinos» 24. Frente a esa «revolución desde arriba», los revisionistas responden con una «revolución desde abajo», con la que proponen reexaminar las relaciones entre Estado y sociedad, sacar al Estado del centro de la investigación 25. Para Pavlova y Brovkin, la consideración de la revolución estalinista como una «revolución desde abajo» implica la existencia de un régimen que tenía menos control sobre la sociedad del que se pensaba y cuyas acciones fueron más una improvisación que un plan calculado 26. La historiadora rusa defiende que las llamadas reformas en la Unión Soviética se produjeron «desde arriba», desde el poder estatal, y sostiene que las masas jamás pudieron ejercer presión sobre las decisiones estatales porque no había organizaciones horizontales como las que se crean en una sociedad civil. Dada la naturaleza del régimen estalinista, la represión era la manera más rápida de transformar la economía y la sociedad.

Daniel Brower critica esta visión «desde abajo» y duda de la representatividad de los análisis realizados a partir de casos locales 27. Cita los estudios de J. Arch Getty y Roberta T. Manning y alega que la elección de los espacios de ambas investigaciones las hace irrelevantes o poco significativas del funcionamiento general o central, al tratarse casos aislados de distritos remotos y ciudades poco importantes 28.

No obstante, el tema por el que ha sido más criticada la corriente revisionista es su acercamiento al Terror. Los revisionistas han sido acusados de minimizar los crímenes y la violencia bajo el régimen de Stalin y la responsabilidad directa del propio líder. Para los «totalitaristas», el Terror estalinista fue el primer ejemplo de terror como parte sistémica de un sistema totalitario. Los revisionistas, por el contrario, pretenden encontrar y ofrecer otra explicación al Terror y una nueva perspectiva con la que afrontar su estudio, partiendo del escepticismo con respecto al dogma «totalitarista» de que Stalin tuvo total responsabilidad en la iniciativa y desarrollo de la represión. Con este fin han estudiado la base social del Terror estalinista, su naturaleza instrumental y su puesta en marcha en las provincias, con todos los problemas a los que tenían que enfrentarse los responsables de la represión, desde la falta de comunicación centro-periferia al caos administrativo.

Para los críticos del revisionismo, en estos estudios el Terror es omitido o minimizado 29; el papel del Estado y su dominio sobre la población pasan a un segundo plano 30; la utilización de las fuentes es sesgada y equívoca y, para algunos, pasa por alto datos importantes 31, mientras que para otros conduce a una lectura al pie de la letra de los documentos 32. Por último, Kenez censura también el tono de los escritos revisionistas, que califica de «combativos y contenciosos» 33. Lynne Viola lamenta las duras críticas, provenientes sobre todo de los defensores del modelo «totalitarista», que acusan a los «revisionistas» de tener «tendencias izquierdistas». El debate acerca del papel del Terror llegó a ser tan duro que Martin Malia comparó a los revisionistas con los negacionistas del Holocausto y les exigió que se retractaran 34. A pesar de sus críticas, Peter Cohen reconoce que todo apunta a que el Terror estalinista fue un fenómeno social, que se originaba «desde arriba» con la evidente participación del vozhd’ (el «líder», Stalin), pero que con rapidez pasó a ser una parte integral de la vida cotidiana del ciudadano soviético 35.

Propuestas de estudio dentro del revisionismo y posrevisionismo

Dentro de la corriente general revisionista de la historiografía sobre el estalinismo, dos son las visiones enfrentadas que copan la mayoría de los estudios en la actualidad: «modernidad» y «neotradicionalismo» 36. Los «modernistas» (encabezados por Stephen Kotkin, al que acompañan otros investigadores de Columbia) defendían que hablar de «modernidad» desde los parámetros de la experiencia occidental (democracia parlamentaria, economía de mercado) no era lo más apropiado para el caso particular de la Unión Soviética, ya que esta podría ser vista mejor como un ejemplo de una forma alternativa de modernidad. La modernidad soviética estaría basada en opciones estatistas como la planificación estatal, la vigilancia, la disciplina del individuo y del colectivo, el cientificismo, las medidas relacionadas con el «bienestar social», etc. 37 Si hablamos de «múltiples modernidades», siguiendo la propuesta de David-Fox, entonces diremos que Rusia creó la suya propia y distintiva, derivada de su desarrollo histórico y del sistema comunista que la sustentaba. Una modernidad propia que sería la base para el desarrollo de la noción de «estalinismo como civilización» propuesta por Kotkin. Como alternativa a esta visión surgen los planteamientos de los neotradicionalistas, liderados por Fitzpatrick y pertenecientes a la Escuela de Chicago (por la Universidad de Chicago, donde enseñaba la historiadora australiana). No niegan que la Unión Soviética fuera «moderna» a su manera, pero están más centrados en la explicación del «fenómeno arcaizante» que también era parte del estalinismo: la existencia del sistema del blat (red de intercambio privado y no oficial de servicios, productos o favores personales) 38, las redes de patronazgo o clientelismo, los «estatus atribuidos», la mistificación del poder, etc. 39 Asimismo, los neotradicionalistas incorporan muchos patrones del revisionismo más clásico, como la importancia de las consecuencias imprevistas del mandato «desde arriba» o la discontinuidad entre los años veinte y los años treinta. En el grupo modernista, por otro lado, se preocupan más por las dimensiones políticas e ideológicas del estudio del estalinismo, no rechazan las aportaciones de los «totalitaristas» y ven más continuidades que rupturas entre los liderazgos de Lenin y Stalin.

John Gooding está entre los investigadores que insisten en el estalinismo como muestra del triunfo del atraso ruso y habla de este periodo como el del «gran retroceso» de la utopía revolucionaria de la época leninista 40. En esta línea, para Stites, el estalinismo es la representación de la «desutopización de la revolución» 41. Antes de 1929, la sociedad soviética era creativa y proactiva. La «revolución cultural» marcó un punto de inflexión al destruir el anterior utopismo y reemplazar el abierto «comunitarismo» revolucionario por una nueva versión monolítica e impuesta. A estas posturas se contraponen las de los autores neotradicionalistas. Para ellos, la nueva sociedad comunista no significaba la vuelta a una sociedad tradicional, sino una modernización alternativa de la sociedad. Entre los neotradicionalistas, David Hoffmann rechaza con firmeza la noción de «gran retroceso» y defiende que la recuperación de valores tradicionales no supuso un retroceso ni afectó al socialismo 42. Richard Sakwa, por su parte, niega el atraso de Rusia y las continuidades entre el periodo posterior a 1917 y el antiguo régimen zarista en instituciones y políticas culturales. Para él, la revolución supuso una ruptura radical con el pasado 43.

Amir Weiner, Stephen Kotkin y David Hoffmann sitúan la cultura estalinista dentro de la corriente paneuropea de la época, junto a otras como la alemana, italiana o incluso francesa 44. Hoffmann no percibe el socialismo como el resultado de la prematura importación ideológica del marxismo a Rusia y su aplicación a la masa atrasada rusa de principios del siglo xx. Por ejemplo, la defensa de la natalidad y la exaltación de la maternidad no tendrían que ver con una supuesta vuelta a valores patriarcales tradicionales previos a la Revolución, sino que serían parte de la preocupación global europea derivada de la necesidad de incrementar la natalidad tras la Primera Guerra Mundial, que, junto con las hambrunas y las crisis epidémicas que estuvieron asociadas al conflicto, redujo de forma drástica la población del continente.

Bernice Glatzer Rosenthal habla de la influencia del pensamiento de Nietzsche en Rusia 45. Según su propuesta, el pensamiento del filósofo influyó en el movimiento intelectual ruso desde los Románov hasta los bolcheviques y forjó las herramientas ideológicas y culturales de las que estos últimos, de manera consciente o inconsciente, se valieron para crear la cultura soviética. Alexander Chubarov avanza en la línea que defiende la continuidad entre la última era imperial y la soviética y defiende que los soviéticos continuaron la modernización iniciada por sus predecesores zaristas, enlazando, de este modo, la era soviética con el régimen zarista 46.

El estudio de la historia del estalinismo desde la perspectiva de la «gente corriente» implica acercarse a los relatos de los cambios en la vida cotidiana de los ciudadanos soviéticos: modificaciones de la apariencia física, de las relaciones de género 47, de los artículos de consumo u ocio a los que se podía tener acceso 48 o de la familia y el ámbito doméstico 49.

Desde finales de los años noventa y principios de la década de 2000, un subgénero dentro del posrevisionismo ha ido cogiendo fuerza: los estudios de la subjetividad y del «yo» (self), cuyo objetivo principal sería explorar cómo era la influencia de la visión bolchevique del mundo en el ciudadano soviético, cuánto interiorizaba este los mensajes oficiales y cómo influía el discurso comunista en las relaciones sociales y en el día a día. Jochen Hellbeck e Igal Halfin son dos de los autores asociados al posrevisionismo (aunque tal vez sería más acertado considerarlos posmodernistas) que se introducen en el estudio de lo subjetivo, del «yo», a partir del análisis de diarios y otros escritos personales como cartas, aunque también autobiografías e informes de secciones locales del Partido e incluso algunos textos periodísticos 50.

Conclusiones

El contexto político y social en el que se han desarrollado las diferentes corrientes historiográficas del estudio del estalinismo ha determinado en buena medida la orientación y el resultado de las investigaciones. El paso del predominio de la corriente «totalitarista» al de la revisionista y, después, al de la posrevisionista refleja cierto trasfondo político: los estudios sobre estalinismo durante las primeras décadas de la Guerra Fría estuvieron, en gran parte, marcados por la tendencia «totalitarista» —que los utilizó como arma política y propagandística contra el «enemigo comunista»—, mientras que en el marco de la transformación política y social de los años sesenta y setenta del siglo xx, con la historiografía marxista en alza (gracias a las imprescindibles aportaciones de historiadores británicos como E. P. Thompson o Eric Hobsbawm), el revisionismo fue la respuesta ideológica e intelectual a la propuesta «totalitarista». Por último, la apertura de los archivos tras la caída de la Unión Soviética ha sido determinante para la entrada en escena de los historiadores culturales. Estos rechazan la ortodoxia anti-«totalitarista» de algunos revisionistas y reincorporan en sus investigaciones la ideología como parte integral del estudio de la sociedad soviética. La «revolución de los archivos» que se vivió en 1991 abrió la puerta a nuevos debates y planteamientos historiográficos e intelectuales que redefinen un nuevo marco de estudio en la historiografía soviética (memoria histórica, historia de las mentalidades, estudios sobre la subjetividad y el «yo»).

La historiografía del estalinismo necesita superar las propuestas excluyentes y dicotómicas, resaltar los puntos en común y poner en valor las aportaciones más destacadas de cada corriente para conseguir un análisis profundo y transversal de la sociedad estalinista. En algunos casos, estos planteamientos excluyentes son fruto de disputas personalistas, opciones políticas, ansias de dominio en el ámbito académico y posturas enrocadas que reflejan la autocomplacencia de algunos de estos autores. Actitudes todas ellas que hay que superar para avanzar en el estudio historiográfico del estalinismo.


1 Yuri Afanásiev (coord.): Sovietskaya Istoriografia, Moscú, RGGU, 1996, y Dalia Marcinkevičienė: «From sovietology to soviet history: three trends in Western historiography», Lithuanian Institute of History, (2005), http://www.istorija.lt/lim/marcinkeviciene2003en2.html.

2 Dos acontecimientos marcan el surgimiento de la corriente revisionista. En primer lugar, la conferencia de Bellagio de 1974, organizada por Robert Tucker y Stephen Cohen para hablar de estalinismo y totalitarismo, y, en segundo lugar, la publicación de Cultural Revolution in Russia (1978), en cuya introducción, redactada por Fitzpatrick, queda plasmada la idea germinal de los revisionistas.

3 Lynne Viola: «The question of perpetrator in Soviet History», Slavic Review, 72, 1 (2013), pp. 1-23.

4 Sheila Fitzpatrick: «Revisionism in retrospect: a personal view», Slavic review, 67, 3 (2008), pp. 682-704, esp. p. 689.

5 Sheila Fitzpatrick: «Revisionism in Soviet history», History and Theory, 46, 4 (2007), pp. 77-91, esp. p. 87.

6 Carl J. Friedrich y Zbigniew K. Brzezinski: Totalitarian dictatorship and autocracy, Cambridge, Harvard University Press, 1964, p. 126. Para entender mejor este modelo, véanse, entre otros, Raymond A. Bauer: The New Man in Soviet Psychology, Cambridge, Harvard University Press, 1952, y Robert V. Daniels (ed.): The Stalin Revolution: Foundations of the Totalitarian Era, Boston, Houghton Mifflin Co, 1997. Kolakowski ofrece una amplia visión del totalitarismo estalinista en Leszek kołakowsi: «Marxist Roots of Stalinism», en Robert C. Tucker (ed): Stalinism: Essays in Historical Interpretation, Nueva York, Norton, 1977, pp. 283-298, y en íd.: Las Principales Corrientes del Marxismo: III La Crisis, Madrid, Alianza Editorial, 1983.

7 Hannah Arendt: Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Taurus, 2013, p. 463. Arendt considera regímenes totalitarios el estalinista desde 1929 y el alemán a partir de 1933 y rechaza que fueran una mera continuación, por agravación, de las situaciones previas.

8 Robert Conquest: Stalin: breaker of nations, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1991, y Richard Pipes: Communism: a history, Nueva York, Modern Library, 2003.

9 Mark Edele: «Soviet Society, Social Structure, and Everyday Life: Major Frameworks Reconsidered», Kritika, Explorations in Russian and Eurasian History, 8, 2 (2007), pp. 349-373.

10 La propuesta del estudio de la sociedad estalinista dejando al Estado y la política fuera es definida por Sheila FIitzpatrick: «New perspectives on Stalinism», The Russian Review, 45, 4 (1986), pp. 357-373. Otros autores revisionistas también quisieron superar la dicotomía Estado-sociedad, aunque terminan volviendo a ella: Roberta T. Manning: «State and Society in Stalinist Russia», Russian Review, 46, 4 (1987), pp. 407-411; Arch Getty: «State, Society, and Superstition», Russian Review, 46, 4 (1987), pp. 391-396, y Geoff Eley: «History with the politics left out again?», The Russian Review, 45, 4 (1986), pp. 385-394.

11 Alex Inkeles y Raymond Bauer desarrollaron este proyecto que entre 1950 y 1953 entrevistó a cientos de emigrantes soviéticos en Estados Unidos, Alemania y Austria. Fruto de estas entrevistas se editaron How the Soviet System Works: Cultural, Psychological, and Social Themes (1956) y The Soviet Citizen: Daily Life in a Totalitarian Society (1959), que podrían ser considerados un primer acercamiento al estudio de la vida diaria y de la sociedad soviética pero desde la perspectiva totalitarista. Véase http://hcl.harvard.edu/collections/hpsss/index.html.

12 Los archivos de Smolenks, capturados por los alemanes poco después de la toma de la ciudad, estaban compuestos por diversos documentos de los años 1917 a 1937, que incluyen informes de instituciones estatales sobre el estado de ánimo popular, cartas de ciudadanos a líderes del Partido (algunas con quejas y denuncias), etc. Con posterioridad algunos destacados revisionistas también utilizarían estos archivos, entre ellos John Archibald Getty: Origins of the Great Purges: The Soviet Communist Party Reconsidered, 1933-1938, Cambridge, Cambridge University Press, 1985; Hiroaki Kuromiya: Stalin’s Industrial Revolution: Politics and Workers, 1928-1932, Cambridge, Cambridge University Press, 1988; Lewis H. Siegelbaum: Stakhanovism and the politics of productivity in the USSR, 1935-1941, Cambridge, Cambridge University Press, 1988, y Lynne Viola: The Best sons of fatherland: workers in the vanguard of soviet collectivization, Oxford, Oxford University Press, 1989.

13 Stephen Kotkin: Magnetic mountain: Stalinism as a civilization, Berkeley, University of California Press, 1995.

14 Mark Edele: «Soviet Society, Social Structure...», p. 364.

15 Peter Kenez: «Stalinism as humdrum politics», The Russian Review, 45, 4 (1986), pp. 395-400, esp. p. 399.

16 Irina Pavlova: «Contemporary western historians on Stalin’s Russia in the 1930s (A critique of the “revisionist” approach)», Russian Studies in History, 40, 2 (2001), pp. 65-91.

17 Sobre movilidad social y profesional son interesantes los trabajos de Kendall E. Bailes: Technology and society under Lenin and Stalin. Origins of the Soviet technical ingelligentsia, 1917-1941, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1978; Sheila Fitzpatrick: Education and Social Mobility in the Soviet Union, 1921-1934, Cambridge, Cambridge University Press, 1979, e íd.: The cultural front. Power and culture in revolutionary Russia, Nueva York, Cornell University Press, 1992. Algunos autores revisionistas también criticarían esta idea: Robert Grigor Suny (ed.): The structure of Soviet History. Essays and documents, Nueva York-Oxford, Oxford University Press, 2003, o Moshe Lewin: The making of the Soviet system. Essays in the social history of the interwar Russia, Londres, Methuen, 1985.

18 Vladímir Brovkin acusó a los revisionistas de estar «fascinados» con la participación de los grupos sociales en la revolución estalinista. Aunque los revisionistas no niegan la participación de cuadros superiores del Partido en las transformaciones de la época, sí apuntan que las políticas más radicales se iniciaron «desde abajo». Vladímir Brovkin: «Stalinism, revisionism and the problem of conceptualization: a review article», Soviet Studies, 40, 3 (1988), pp. 501-505.

19 David L. Hoffmann: Peasant Metropolis. Social Identities in Moscow, 1929-1941, Ithaca, Cornell University Press, 2000; Lynne Viola: Peasant rebels under Stalin: collectivization and the culture of peasant resistance, Nueva York, Oxford University Press, 1996; íd.: Contending with Stalinism: Soviet Power and Popular Resistance in the 1930s, Nueva York, Cornell University Press, 2002; Sarah Davies: Popular opinion in Stalin’s Russia: terror, propaganda and dissent, 1934-1941, Cambridge, Cambridge University Press, 1997, y Sheila Fitzpatrick: Stalin’s peasants: resistance and survival in the Russian village after collectivization, Nueva York, Oxford University Press, 1994.

20 Sobre el caos existente en la organización local y de las distintas facciones del Partido, véanse Graeme Gill: «The Single Party as an Agent of Development: Lessons from the Soviet Experience», World Politics, 39, 4 (1987), pp. 566-578; Gábor T. Rittersporn: «The State Against Itself: Social Tensions and Political Conflict in the USSR: 1936-1938», Telos, 41 (1979), pp. 87-104, y J. Arch Getty: Origins of the great purges...

21 Entre las investigaciones acerca del apoyo de la clase trabajadora a las políticas y acciones del Estado estalinista destacamos: Lynne Viola: The Best sons...; Lewis H. Siegelbaum: Stakhanovism and the politics of productivity..., o Hiroaki Kuromiya: Stalin’s industrial revolution...

22 Sobre el apoyo a la colectivización por parte del proletariado y el campesinado, véanse Lynne Viola: «Bab’i Bunty and Peasant Women’s Protest during Collectivization», The Russian Review, 45, 1 (1986), pp. 23-42, y Lynne Viola: The Best sons...

23 John Archibald Getty: Origins of the great purges..., y Roberta T. Manning: «Government in the Soviet Countryside in the Stalinist Thirties: The Case of Belyi Raion in 1937», Carl Beck Papers in Russian and East European Studies, 301 (1984), pp. 1-76, https://carlbeckpapers.pitt.edu/ojs/index.php/cbp/article/view/8/7.

24 La Historia del Partido Comunista Bolchevique de la Unión Soviética, conocido de manera coloquial como «Curso breve» («Kratkii kurs»), se puede consultar en Marxists Internet Archive en https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1939/x01/. La cita mencionada aparece en el capítulo 7, epígrafe 2. La idea contenida en esta cita se refería a un cambio revolucionario iniciado por una autoridad política ya existente y no «contra» ella, como vemos en Robert C. Tucker: Stalin in power: the revolution from above, 1928-1941, Nueva York, Norton, 1990, y Seweryn Bialer: Stalin’s successors: Leadership, Stability and Change in the Soviet Union, Cambridge, Cambridge University Press, 2001.

25 Vladímir Brovkin: «Stalinism, revisionism...», p. 501.

26 Irina Pavlova: «Contemporary western historians...», p. 71, y Vladímir ­Brovkin: «Stalinism, revisionism...», p. 501.

27 Daniel R. Brower: «Stalinism and the “view from below”», The Russian Review, 46, 4 (1987), pp. 379-381.

28 Se refiere a las obras de John Archibald Getty: Origins of the great purges..., y Roberta T. Manning: «Government in the Soviet Countryside...».

29 Stephen F. Cohen: Rethinking the Soviet experience: politics and history since 1917, Nueva York, Oxford University Press, 1985, p. 378.

30 Geoff Eley: «History with the politics left out...», p. 390.

31 Robert C. Tucker: «Problems of interpretation», Slavic Review, 42, 1 (1983), pp. 80-84.

32 Niels Erik Rosenfeldt: «Problems of evidence», Slavic Review, 42, 1 (1983), pp. 85-91, esp. p. 86.

33 Peter Kenez: «Stalinism as...», p. 400.

34 El «ataque» de Malia se encuentra en Martin Malia: «Foreword: the uses of atrocity», en Stéphane Courtois (ed.): The Black Book of Communism, Cambridge, Harvard University Press, 1999, pp. ix-xx.

35 El Terror como parte integral de la vida cotidiana se describe en Stephen F. Cohen: «Stalin’s terror as social history», The Russian Review, 45, 4 (1986), pp. 375-384, esp. p. 480.

36 Para una aproximación a este debate, véase, entre otros, Michael David-Fox: «Multiple Modernities vs. Neo-Traditionalism: On Recent Debates in Russian and Soviet History», Jahrbücher für Geschichte Osteuropas, 54, 4 (2006), pp. 535-55; Anna Krylona: «Soviet Modernity: Stephen Kotkin and the Bolshevik Predicament», Contemporary European History, 23, 2 (2014), pp. 167-192; Terry Martin: «Modernization or Neo-traditionalism? Ascribed Nationality and Soviet Primordialism», en Sheila Fitzpatrick: Stalinism: New directions, Londres, Routledge, 2000, pp. 348-367, y Matthew E. Lenoe: «In Defense of Timasheff’s Great Retreat», Kritica, 5, 4 (2004), pp. 721-730. El trabajo de Stephen Kotkin, Magnetic Mountain, introduciría el concepto de «modernidad socialista», que desarrollaría en sus posteriores estudios: «Modern Times: The Soviet Union and the Interwar Conjuncture», Kritika, Explorations in Russian and Eurasian History, 2, 1 (2001), pp. 111-164, e íd.: Armageddon Averted: The Soviet Collapse, 1970-2000, Oxford, Oxford University Press, 2001. Por otra parte, se habla de la compatibilidad entre ambas correntes en Peter Holquist: «New Terrains and New Chronologies: The interwar Period through the Lens of Population Politics», Kritika, 4, 1 (2003), pp. 163-175, esp. pp. 170-172.

37 Sheila Fitzpatrick: «Introduction», en Stalinism: New directions, Londres, Routledge, 2000, pp. 1-14.

38 Alena V. Ledeneva: Russia’s economy of favours: blat, networking and informal exchange, Cambridge, Cambridge University Press, 1998.

39 Se refiere a los «estatus» de la sociedad soviética creados en relación con el Estado. Véase Sheila Fitzpatrick: «Ascribing Class: The Construction of Social Identity in Soviet Russia», The Journal of Modern History, 65, 4 (1993), pp. 745-770. Respecto a la mistificación, Sheila Fitzpatrick: «Introduction», p. 11.

40 El historiador Nikolái Timasheff fue el primero en utilizar el sintagma «gran retroceso» (great retreat) en su libro The Great Retreat: The Growth and Decline of Communism in Russia, publicado en 1946. Según este autor, a partir de 1934 comenzaría una época de «retroceso» hacia el nacionalismo clásico desde el comunismo que reviviría el orgullo nacional en Rusia y enfatizaría algunos aspectos del pasado imperial. La visión de Gooding en John Gooding: Socialism in Russia. Lenin and his legacy, 1890-1991, Basingstoke, Palgrave, 2001.

41 Richard Stites: Revolutionary Dreams: Utopian Vision and Experimental Life in the Russian Revolution, Nueva York-Oxford, Oxford University Press, 1989, pp. 226-227.

42 David L. Hoffmann: Stalinist values. The Cultural Norms of Soviet Modernity, 1917-1941, Nueva York, Cornell University Press, 2003, e íd.: «Was there a “Great Retreat” from Soviet Socialism? Stalinist Culture Reconsidered», Kritika, 5, 4 (2004), pp. 651-74.

43 Richard S. Sakwa: Soviet communists in power: a study of Moscow during Civil War, 1918-1921, Hampshire, Macmillan, 1988, p. 14.

44 Las referencias a esta aproximación las encontramos en David L. Hoffmann: Stalinist values...; Stephen Kotkin: Magnetic mountain..., y Amir Weiner: «Nature, Nurture, and Memory in a Socialist Utopia: Delineating the Soviet Socio-­Ethnic Body in the Age of Socialism», The American Historical Review, 104, 4 (1999), pp. 1114-1155.

45 Bernice Glatzer Rosenthall: Nietzsche in Russia, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1986; íd. (ed.): Nietzsche and Soviet Culture, Cambridge, Cambridge University Press, 1994, e íd.: New myth, new world. From Nietzsche to Stalinism, University Park, Pennsylvania, Pennsylvania State University Press, 2002.

46 Alexander Chubarov: Russia’s bitter path to modernity. A history of the Soviet and post-soviet eras, Londres, Continuum, 2001.

47 Wendy Z. Goldman: Women, the State and Revolution: Soviet Family Policy and Social Life, 1917-1936, Cambridge, Cambridge University Press, 1993, y Lynne Attwood: Creating the new soviet woman: women’s magazines as engineers of female identity, 1922-1953, Londres, Palgrave, 2000.

48 Jukka Gronow: Caviar with Champagne: Common Luxury and the Ideals of the Good Life in Stalin, Nueva York, Berg Publishers, 2003.

49 Philiph Boobyer: Stalin Era, Florence, KY, Routledge, 2005; Orlando Figes: Los que susurran: la represión en la Rusia de Stalin, Barcelona, Edhasa, 2009, o Sheila Fitzpatrick: Everyday Stalinism: ordinary life in extraordinary times: Soviet Russia in the 1930’s, Nueva York, Oxford University Press, 1999.

50 Jochen Hellbeck: Revolution on my mind: writing a diary under Stalin, Cambridge, Harvard University Press, 2006; íd.: «Working, Struggling, Becoming: Stalin-Era Autobiographical», Russian Review, 60, 3 (2001), pp. 340-359; íd.: «Fashioning the Stalinist Soul: The Diary of Stepan Podlubnyi (1831-1939)», en Sheila Fitzpatrick: Stalinism: New directions, Londres, Routledge, 2000, pp. 77-116; Igal Halfin: Terror in my soul. Communist autobiographies on trial, Cambridge, Harvard University Press, 2003; íd.: Stalinist Confessions: Messianism and Terror at the Leningrad Communist University, Pittsburgh, University of Pittsburg Press, 2009, e íd.: «From Darkness to Light: Student Communist Autobiography During NEP», Jazhrbizcherffir Geschichte Osteuropas, 45, 2 (1997), pp. 210-236.