Ayer 111/2018 (2): 233-259
Sección: Estudios
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2018
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/110-2018-09
© Manuel-Ángel Calvo-Calvo
Recibido: 16-02-2015 | Aceptado: 30-11-2016
Editado bajo licencia CC Attribution-NoDerivatives 4.0 License

El cólera morbo de 1885 en Sevilla y sus consecuencias sociales

Manuel-Ángel Calvo-Calvo

Universidad de Sevilla
macalvo@us.es

Resumen: La epidemia de cólera morbo de 1885 afectó tardíamente a Sevilla y produjo una muy baja incidencia de fallecidos. La prensa sevillana manifestó el desconocimiento y contradicciones de la ciencia sobre esa enfermedad. Esa ignorancia y el miedo que el cólera despertaba consiguieron que la sociedad y el poder local sevillano se opusieran a la política sanitaria del Gobierno central. La prensa sevillana también alentó este movimiento insurreccional denominado cantonalismo sanitario. Otros efectos sociales generados por la epidemia fueron huir de Sevilla y ocultar la enfermedad, pues las personas usaron estos mecanismos de defensa individuales contra el cólera.

Palabras clave: cólera morbo, Sevilla, siglo xix, cantonalismo, miedo.

Abstract: The cholera epidemic of 1885 arrived late in Seville and produced a very low incidence of mortality. The Sevillian press reported the contradictions in the science, and gave voice to the general bewilderment of the population. The outbreak of cholera produced such ignorance and fear that local authorities, and society at large, opposed the sanitary policies of the central government. To be sure, the Sevillian press encouraged this insurrectionary movement, which came to be denominated sanitary cantonalism. The epidemic also generated other social effects, leading some to flee Seville to hide from the disease. People used a variety of mechanisms to defend themselves individually against the cholera.

Keywords: cholera, Seville, 19th century, cantonalism, fear.

Introducción

Durante el siglo xix, las graves y grandes epidemias de enfermedades pestilenciales, como la peste bubónica, la fiebre amarilla y el cólera asiático o morbo, continuaban imponiéndose con libertad entre diversos territorios 1. En este siglo, la enfermedad del cólera morbo se propagó desde el sudeste asiático por todo el globo, siguiendo a ejércitos, desplazamientos humanos y rutas comerciales. Se conocen seis pandemias de cólera morbo entre 1817 y 1923, y exceptuando la primera y la última, las cuatro restantes afectaron a Europa. Según González Sámano 2, corroborado con posterioridad por Hauser 3, la primera vez que apareció esta enfermedad en España lo hizo por Vigo, en concreto el 19 de enero de 1833. No obstante, la presencia del cólera morbo en España no fue reconocida de manera oficial hasta el 28 de agosto de ese año 4, tras aparecer dicha enfermedad en Huelva y Ayamonte, el 9 y 27 de agosto de 1833 respectivamente 5, procedente del Algarve portugués. La segunda epidemia de cólera morbo ocurrió en el bienio 1854-1855, la tercera en 1865 6 y la cuarta epidemia colérica acaeció en 1884-1885 7.

De entre las enfermedades epidémicas decimonónicas, el cólera asiático destacó por el impacto emocional que causaba en la población, dado que por sus efectos ninguna otra enfermedad podía ser comparada con el cólera, pues aunque solo era letal aproximadamente en la mitad de los enfermos que se contagiaban, estos morían en pocas horas, de manera degradante 8 y fulminante. A este respecto, el médico Herranz, que en la epidemia de 1833-1835 fue encargado por la Suprema Junta de Sanidad del Gobierno español para asistir a los enfermos afectados de cólera morbo en Madrid, señalaba: «Muchos fueron los invadidos, en cuyo socorro tuve que emplearme, y tan graves los casos, que hubo algunos de contar solo dos horas de una triste existencia» 9. Baste recordar que esta enfermedad infecto-contagiosa cursa con vómitos y una intensa e incontenible diarrea que conduce al enfermo a una rápida y grave deshidratación con fatal final 10 si no se aplican medidas para su resolución conveniente. Además, aunque su agente causal, el bacilo Vibrio cholerae, fue descubierto en 1854 por Filippo Pacini y redescubierto por Robert Koch en 1884 11, no se dispuso de un tratamiento curativo eficaz en aquellas cuatro epidemias que asolaron a España.

Conviene matizar que el descubrimiento del Vibrio cholerae se atribuyó a Koch hasta 1965 12. En esa fecha, el Comité Internacional de Nomenclatura Bacteriológica reconoció a Pacini como descubridor del agente colérico y lo denominó como Vibrio cholerae Pacini-Koch, siendo definitivamente nombrado como Vibrio cholerae Pacini 1854 a partir de 1980 13.

Por la gravedad de los síntomas del cólera morbo y su rápido desenlace, junto a los problemas sanitarios que planteaba esta enfermedad, aparecían otros efectos del cólera morbo en forma de problemas sociales, económicos, políticos y religiosos, que afectaban de forma profunda y negativa a la sociedad, pues la llegada del cólera a las grandes ciudades europeas hacía eclosionar el clamor de la población que padeció tanto los horrores de la enfermedad como las medidas sanitarias impuestas por los Gobiernos. Así, la agitación pública, la desobediencia civil y los disturbios en las calles fueron sobre todo una singular respuesta al cólera, no dándose este efecto o reacción en otras enfermedades persistentes o incurables de entonces como la tuberculosis o el tifus. Esos disturbios y revueltas se conocieron como «motines del cólera» y afectaron a Europa continental, además de a la isla principal de Gran Bretaña 14.

A estos factores, se unió también el intenso debate epidemiológico, iniciado con la primera pandemia de cólera morbo 15, sobre la naturaleza de la enfermedad y la conveniencia de mantener los métodos tradicionales de protección contra las epidemias, como las cuarentenas y los cordones sanitarios 16, debate que la prensa de finales del siglo xix supo reavivar. En 1885, en España también se sumó la polémica sobre la eficacia de la vacuna anticolérica ideada por Jaime Ferrán 17.

Los primeros casos de la cuarta epidemia de cólera en España se presentaron en Alicante, en septiembre de 1884 18. Allí llegó la enfermedad por un barco procedente de Orán (Argelia) 19, en concreto el vapor Buenaventura 20. Este primer embate del cólera morbo en la península en 1884 fue breve, pues solo produjo 989 invasiones y 592 defunciones 21, afectando a ocho municipios de Alicante, Tarragona y Lérida, entre septiembre y octubre, pues la llegada del otoño y de temperaturas frías hizo que el bacilo del cólera morbo se aletargase y el brote de esta enfermedad disminuyese hasta desaparecer.

Esto fue malinterpretado por el Gobierno conservador de Cánovas del Castillo, pues lo consideró como el final de la epidemia, gracias al éxito del sistema cuarentenario que aplicó para combatir el cólera morbo. Este sistema se basaba en medidas de aislamiento de personas en lazaretos, acordonamientos de los lugares infestados y extinción de los focos de la enfermedad. Sin embargo, los políticos y la prensa de la oposición consideraban trasnochado e ineficaz el método cuarentenario empleado, cuyo responsable era Romero Robledo, ministro de la Gobernación y delfín de Cánovas 22. La causa de esta controversia política radicaba también en las distintas y encontradas posturas entre los científicos de entonces sobre el cólera morbo y su prevención, de las cuales se hacía eco con profusión la prensa de la época 23 y toda la sociedad.

Aunque no hubo nuevos casos de cólera desde octubre de 1884, el temor en la sociedad no desapareció, pues se sabía que los bacilos colerígenos podían permanecer acantonados durante los meses más fríos, para volverse activos e infectar con los calores de la primavera. Y así ocurrió, pues el 25 de marzo de 1885, el diario Las Provincias de Valencia informó por primera vez ese año de la existencia de «casos sospechosos» en Játiva, alertando así de la aparición de posibles nuevos casos de cólera morbo asiático 24.

En este embate colérico de 1885, la cuarta parte de los municipios españoles se vieron invadidos por la enfermedad, llegando a 120.000 las personas fallecidas y cerca de 400.000 los afectados por la enfermedad 25. A partir del 14 de noviembre se puede considerar el final del cólera morbo de 1885 en España 26.

El cólera morbo de 1885 en Sevilla

Esta epidemia no afectó a Sevilla hasta finales de julio de 1885, es decir, cuatro meses después de conocerse los primeros casos de cólera, ocurridos en Játiva. En particular, el objeto de este trabajo será conocer el comportamiento de esta epidemia y sus repercusiones sociales en Sevilla, empleando sobre todo los periódicos de la época como fuente documental 27. Partimos de la hipótesis de que la prensa sevillana fue clave en la creación de corrientes de opinión en la población que produjeron efectos sociales como el cantonalismo sanitario, la huida a otros lugares para evitar contraer el cólera y el ocultamiento de la enfermedad a las autoridades.

Los primeros contagios de cólera morbo en la provincia sevillana ocurrieron el día 26 de julio de 1885, en concreto en la localidad de Badolatosa, próxima a los límites provinciales de Córdoba y Málaga 28. Ese día, «según los telegramas del alcalde [de Badolatosa], ocurrieron 31 casos» de cólera asiático, y añadía el periodista: «Empieza, pues, el calvario para la provincia de Sevilla» 29. En una información posterior, La Andalucía señalaba que ese día ocurrieron 26 «invasiones» o afectados por cólera morbo, de los que fallecieron seis 30. El Universal, diario conservador afín al Gobierno provincial y nacional del momento, no daba cifras pero informaba del origen y gravedad de ese foco, señalando que «a Badolatosa llegó una mujer de punto infestado y lo ha transmitido al pueblo, en donde ya el cólera hace estragos» 31. Sin embargo, La Andalucía, con una versión diferente, publicaba que «la terrible epidemia hace estragos en Badolatosa [...] ya es un hecho que esa epidemia la ha importado allí un licenciado del ejército procedente de Cartagena» 32.

A partir del 6 de agosto del mismo año no se presentaron nuevos casos de cólera en Badolatosa, por lo que en los periódicos se podía leer que «la epidemia decrece con tal rapidez que se puede dar por terminada». Con posterioridad, también La Andalucía señalaba que el «número total de invadidos en este pueblo [...] es de 116 y el de defunciones 62» 33. Este final del brote de cólera asiático en Badolatosa fue anunciado también por El Universal, pues el 27 de septiembre publicaba la misma cifra de defunciones al señalar que «desde que se declaró la enfermedad han fallecido en Badolatosa 62 individuos» 34. Estos datos fueron confirmados en 1887, cuando se publicaron los datos oficiales definitivos sobre la incidencia demográfica del cólera morbo de 1885 en España 35.

La enfermedad prosiguió extendiéndose por la provincia sevillana, pues cinco días después de extinguido el foco en Badolatosa, el 11 de agosto, el cólera morbo llegó a una «Colonia Agrícola [...] entre Écija y Estepa, a orillas del Genil, habiendo ocurrido dos invasiones [por cólera morbo] seguidas de muerte» 36. De este brote, los periódicos no volvieron a hablar más y no se recoge en las estadísticas oficiales 37.

El 13 de ese mismo mes se declaraba el cólera asiático en la localidad de Herrera, próxima a Badolatosa y a la mencionada Colonia Agrícola, con lo que eran «ya tres los focos epidémicos en esta provincia» de Sevilla 38. En Herrera cursó dicha epidemia del 8 al 24 de septiembre de 1885, con un total de 65 afectados de cólera morbo y 33 fallecidos por esa enfermedad 39. El día 16 de agosto, el alcalde de Casariche, localidad también cercana a esos tres focos anteriores, informó de un fallecimiento por cólera 40. En esta localidad no hubo ningún caso más de cólera 41.

A partir del 16 de agosto, en la provincia de Sevilla, solo en Herrera había casos de cólera morbo, hasta que el día 9 de septiembre de 1885 apareció también en Utrera «un foco infeccioso que ha producido cuatro invasiones y tres defunciones». Por ello, desde la prensa se exhortaba a redoblar la vigilancia por el gravísimo peligro que, para Sevilla y los pueblos cercanos, suponía la presencia del cólera en Utrera, dada su proximidad y su facilidad de propagación 42. En esa localidad, la epidemia perduró entre el 9 de septiembre y el 15 de octubre, y hubo un total de 35 invadidos y 23 fallecimientos por cólera morbo 43.

El 17 de septiembre se presentó «un caso de cólera morbo en la Huerta de Lebrena, término de La Rinconada» 44, a tan solo siete kilómetros de la ciudad de Sevilla. En el caserío de esta huerta se había instalado, a finales de julio, un lazareto para someter a cuarentena a los viajeros que a juicio de los médicos debían ser observados antes de entrar en Sevilla, por proceder «de puntos sospechosos» de cólera 45. Un individuo proveniente de Cádiz, y que se encontraba albergado en observación sanitaria en aquel caserío, fue diagnosticado de cólera morbo por un médico del Gobierno Civil y dos del Ayuntamiento de Sevilla 46. Del fallecimiento de este individuo informó más tarde la prensa, pero señalando como causa de muerte «el carácter pernicioso de las fiebres tifoideas que le atacaron después del primer día de enfermedad» 47. El hecho de relacionar las fiebres tifoideas como causa del fallecimiento, y no el cólera morbo, puede ser el motivo por el que este caso no fuese recogido en las cifras del Ministerio de la Gobernación sobre el cólera morbo en la provincia de Sevilla en 1885 48.

El 14 de octubre de ese año llegó el cólera morbo a la ciudad de Sevilla, pues ocurrieron «tres invasiones sospechosas. Dos ocurrieron en una casa de la Plaza del Triunfo y otra en la casa de vecindad de la calle Borceguinería n.º 26». Estos tres afectados fueron una madre y una hija, y un trabajador del ferrocarril de Cádiz, habiendo fallecido ese mismo día la niña 49 y, después, su madre. Al día siguiente hubo dos nuevos enfermos de cólera en Sevilla, un «operario» de un taller y una joven de catorce años 50. La epidemia afectó al municipio de Sevilla entre el 13 y el 18 de octubre de 1885 y se cobró un total de siete invadidos y cinco fallecidos 51.

También se conocía un primer caso de cólera morbo en la localidad de Cantillana 52, ocurrido el 12 de octubre. En esta localidad finalizó la epidemia el 31 de ese mes, con un total de cinco invadidos y tres defunciones. En dos nuevas localidades, Alcalá del Río y Brenes, se declararon sendos focos de cólera en octubre y noviembre de 1885, y ocurrieron en ellas trece y cinco invadidos, de los cuales fallecieron diez y cuatro enfermos, respectivamente 53, no declarándose más casos de cólera en Sevilla y provincia desde entonces.

Cuadro 1
Afectados y fallecidos por cólera morbo en Sevilla y provincia en 1885

Población

Habitantes

Invadidos

Fallecidos

Inicio

Final

Días

Mortalidad
respecto población

(porcentaje)

Letalidad
(mortalidad respecto invadidos) (porcentaje)

Badolatosa

2.598

116

62

26-07

06-08

12

2,3800

53,40

Herrera

4.508

65

33

08-08

24-09

48

0,7300

50,46

Casariche

2.892

1

1

16-08

16-08

1

0,0300

100,00

Utrera

15.103

35

23

09-09

15-10

37

0,1500

65,71

Cantillana

5.164

5

3

12-10

31-10

20

0,0600

60,00

Sevilla

132.241

7

5

13-10

18-10

6

0,0037

71,43

Alcalá del Río

2.704

13

10

17-10

20-11

35

0,3700

76,92

Brenes

1.991

5

4

21-11

17-12

27

0,2000

80,00

Provincia de Sevilla

167.201

247

141

26-07

17-12

145

0,0840

57,10

España (Península)

16.972.480

339.794

120.245

05-02

31-12

330

0,7100

35,38

Fuente: Ministerio de la Gobernación, Boletín Mensual de Estadística Demográfico-Sanitaria de la Península e islas adyacentes, apéndice general al tomo VI, Cólera morbo asiático en España durante el año 1885, Madrid, Establecimiento Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1887, pp. 698-699.

Los 141 fallecidos en Sevilla por cólera morbo en 1885 solo supusieron el 0,12 por 100 de los 120.245 fallecidos por esa enfermedad en España (cuadro 1), según los datos oficiales definitivos. Menos de la décima parte de los municipios de Sevilla sufrieron el cólera morbo, lo cual es una cifra baja, si se tiene en cuenta que Murcia fue la provincia peninsular donde hubo una mayor invasión de ayuntamientos (85 por 100) y Pontevedra donde menos (con un 1,5 por 100) 54.

De las cifras del cuadro 1 se deduce también que la prevalencia de cólera morbo en la provincia de Sevilla durante 1885 fue del 0,15 por 100, lo cual es una cifra muy baja comparada con el 2 por 100 que fue la prevalencia a nivel nacional. Por tanto, las probabilidades de contraer cólera morbo (0,0015) y de morir por esa enfermedad (0,0008) en Sevilla y provincia fueron muy bajas, y muy inferiores a la del resto de la España peninsular.

Se puede afirmar, por tanto, que, en comparación con el resto de España, la epidemia de cólera morbo de 1885 llegó tardíamente a la provincia de Sevilla pero la afectó durante un elevado número de días, a pesar de lo cual solo invadió a menos de la décima parte de sus municipios, hubo una muy baja prevalencia y mortalidad de enfermos de cólera, pero con una letalidad de la enfermedad muy alta. En definitiva, y al contrario que en el resto de las provincias peninsulares, en 1885 la probabilidad de que un individuo contrajera el cólera morbo en Sevilla y provincia fue muy baja, si bien, una vez invadido, la probabilidad de morir superaba a la de sobrevivir.

Ciencia y cólera en la génesis del cantón sanitario sevillano en 1885

En plena epidemia de 1885, el profesor de Medicina, Laborda, definía el cólera morbo como enfermedad infecto-contagiosa producida por la acción del bacilo del cólera morbo, exponía que el «medio de trasmisión segura» del cólera era el contagio a través de «las deposiciones y vómitos del colérico, [que] son el vehículo del bacillus», y rechazaba que pudiese ser transmitido a través del aire «o la atmósfera» 55.

Los partidarios de esta hipótesis microbiológica como causa del cólera aseguraban que según «la ciencia [...] la epidemia se propaga por contacto» 56, lo que permitía mantener que «el cólera va a dónde lo llevan, no cabe duda [...] es una verdad incontestable, y ya científicamente aceptada» 57. Este discurso también posibilitaba sostener que, «contra el cólera, lo único que la ciencia sabe es que no hay más defensa que la incomunicación y el aislamiento» 58, por lo que, para algunos defensores de la hipótesis microbiológica, las cuarentenas y el aislamiento de personas sospechosas de padecer cólera o procedentes de lugares epidemiados eran el único procedimiento válido para «salvarse del mal» 59.

Otros médicos, como los reunidos en el Congreso Médico de Navarra de 1886, continuaban defendiendo las conexiones entre el cólera y los fenómenos atmosféricos y telúricos, por lo que para estos todavía continuaban vigentes los tres elementos con los que Nicasio Landa explicaba la transmisión del cólera en 1855. Landa apuntaba que, además de un agente colérico, compatible con la hipótesis microbiana, la causa de la epidemia colérica estaba también en el ambiente social derivado del hacinamiento y la pobreza y en el ambiente telúrico o composición geológica de los terrenos. Por tanto, treinta años después, una parte de los científicos seguían reconociendo un «germen» colérico, pero cuya patogeneicidad dependía de «una preparación telúrica», es decir, la eclosión de dicho germen dependía de las condiciones ambientales y de la composición de la tierra y del agua 60. En consecuencia, en 1885, el conocimiento científico sobre el cólera no era completo, pues una corriente de la ciencia no evolucionó en sus ideas y mantuvo concepciones erróneas sobre el cólera, acuñadas en epidemias anteriores.

La causa de estas distintas interpretaciones sobre el cólera era que algunos científicos captaron sin dificultad la importancia de los hallazgos de Koch en 1884, pero aquellos menos entendidos o ajenos a los experimentos, y parte de la sociedad, cuestionaron y criticaron los hallazgos de Koch. Por ejemplo, en Inglaterra, las observaciones de Koch fueron calificadas como «desafortunado fiasco» e incluso algunos pidieron que aquel devolviera el dinero recibido para sus investigaciones, así como las condecoraciones que recibió por su descubrimiento 61. Este rechazo a las ideas de Koch también se manifestaba en la prensa del momento, como es el caso de la carta del «Dr. Chaimontt» que publicó el diario La Correspondencia de Valencia, en la que este médico, además de afirmar que el cólera no era la enfermedad que asolaba Valencia en mayo de 1885, se mostraba contrario a la «inoculación-colérica-Ferrán» y decía que «la causa microbiológica» o «hipótesis de Koch ha perdido mucho terreno y está destinada a desaparecer muy en breve» 62.

El cuestionamiento del bacilo identificado por Koch como agente del cólera se hizo incluso patente en la Sexta Conferencia Sanitaria Internacional celebrada en Roma en 1885. Aunque a esta conferencia asistía el propio Koch con la delegación alemana, se bloqueó la discusión sobre la causa del cólera 63, con lo que no se daba crédito a los trabajos de Koch. También el médico Jaime Ferrán dirigió un telegrama a esa conferencia informando tanto del descubrimiento de su vacuna preventiva, basada en el reconocimiento y la atenuación del «microbio colerígeno» identificado por Koch, como de los experimentos que el propio Ferrán realizaba en el foco epidémico de Alcira 64, lo cual tampoco sirvió para que esa conferencia reconociese la vacuna como preventiva, ni al bacilo identificado por Koch, y descubierto antes por Pacini 65, como agente causante del cólera.

Dado el desacuerdo sobre la causa del cólera morbo, tampoco existía un consenso entre la comunidad científica en 1885 en cuanto a las medidas preventivas para evitar el contagio del cólera, de lo cual fue buen ejemplo la propia Sexta Conferencia Sanitaria Internacional celebrada en Roma a partir del 20 de mayo de 1885 66, justo cuando la epidemia colérica atacaba España. En esa conferencia, las medidas cuarentenarias para prevenir la expansión del cólera fueron modificadas, pues se mostró, de forma mayoritaria, contraria a los «acordonamientos sanitarios en las fronteras», por «juzgarlos ineficaces» 67, y se propuso un periodo mínimo de observación de cinco días para los pasajeros de buques infectados procedentes de Extremo Oriente 68. El delegado técnico del Gobierno de España en esa conferencia rechazó «lo que considera[ba] la insuficiencia de las medidas de observación propuestas». Turquía y Grecia también se opusieron por estar a favor «del antiguo sistema de las largas cuarentenas». Sin embargo, Inglaterra se mostró disconforme «y decidida a no tomar parte» en esos acuerdos por estar en contra de las «cuarentenas» 69. Por este ­desacuerdo en las medidas preventivas del cólera, tras la cuarta sesión de dicha conferencia internacional se hizo patente el deseo de la mayoría de los delegados de aplazar las sesiones, las cuales se suspendieron el 13 de junio de 1885 y nunca fueron reanudadas 70.

Esa Sexta Conferencia no se pronunció sobre si el cólera era contagioso o no y, aunque se mostró contraria a los «acordonamientos sanitarios» en las fronteras entre países, los permitió en el interior de cada país. Esta contradicción y la ausencia de criterios fiables en torno al cólera morbo justificaban que la sociedad desconfiase de la ciencia y de los científicos, como recogía un periódico sevillano que decía: «Estamos hoy como ayer: hombres eminentes afirman lo que otros niegan, y mientras tanto la enfermedad sigue su curso» 71.

En realidad, este desacuerdo y las contradicciones de los científicos en 1885 y la persistencia de antiguas ideas sobre el cólera generaban desconocimiento y confusión sobre las causas y transmisión de la enfermedad colérica y de su connatural agresividad. La prensa del momento se encargaba de difundir a la opinión pública los desacuerdos de la ciencia del momento, revelando que esta era incapaz de ofrecer un sistema probado y válido para tratar la enfermedad y evitar la propagación del cólera:

«Que la ciencia se quede entonces en los gabinetes y en los ateneos, porque la ciencia no trae más que el espanto y la desolación á todas las comarcas españolas [...] la ciencia, con todas sus contradicciones, con todas sus eternas e inútiles disputas [...] nada nos presenta hasta ahora enfrente de la eficacia de los lazaretos [...]. Cuando la ciencia alcance y demuestre más, á la ciencia nos someteremos muy gustosos» 72.

Este desconocimiento sobre el cólera morbo y las contradicciones sobre las medidas a adoptar para tratarlo y prevenirlo justificaron la oposición general de la sociedad sevillana a la nueva política antiaislacionista que el ministro de la Gobernación, Fernández Villaverde, puso en marcha desde finales de julio de 1885 para luchar contra el cólera. Este nuevo ministro basó su política en la prohibición de las observaciones y aislamiento en lazaretos de las personas y mercancías procedentes de lugares epidemiados, para garantizar «la libertad de viajar [de las personas] y de circulación de mercancías» y evitar el daño económico que el aislamiento de poblaciones provocaba. En Sevilla, la sociedad, la prensa en general y los poderes locales mantuvieron una posición por entero contraria a las medidas del nuevo ministro y argumentaban que los «perjuicios causados al comercio y a la industria con las medidas de precaución [...] no tienen comparación alguna con los que a esas mismas clases proporciona la presencia del cólera» 73. Consideraban que esta nueva política representaba una amenaza para que la ciudad fuese invadida por el cólera, por lo que la prensa y la sociedad sevillana se opusieron a ella de forma casi unánime reivindicando con fuerza el mantenimiento de la política cuarentenaria y aislacionista, tal como se había observado con el anterior ministro, Romero Robledo 74.

Ciertos «periódicos de oposición» de Madrid, como El Imparcial, El Día, El Correo o El Liberal 75, denominaron como «cantonalismo sanitario» a este movimiento sevillano de insurrección sanitaria y desobediencia del poder local sevillano contra la nueva política anticolérica del Gobierno central 76. Ese cantonalismo también surgió con fuerza en otros lugares como Málaga y Canarias 77. A diferencia de la prensa sevillana, la prensa madrileña de ámbito nacional, seguidora de la nueva política gubernamental, justificó ese «motín sevillano» solo «como consecuencia del miedo que embarga á los vecinos de la morisca ciudad» 78, con lo que de esa manera minusvaloraba e incluso menospreciaba la reacción social de Sevilla y su prensa contra el Gobierno central, presentándola de manera exclusiva como una respuesta egoísta e insolidaria, causada tan solo por el miedo 79.

Sin embargo, la prensa sevillana justificó ese cantonalismo sanitario, contrario a la nueva política del Gobierno central, por el desconocimiento y las contradicciones de la ciencia del momento respecto del cólera, que no garantizaban que Sevilla no fuese invadida por la epidemia:

«La ciencia no trae más que el espanto y la desolación á todas las comarcas españolas [...] la ciencia, con todas sus contradicciones [...] nada nos presenta hasta ahora enfrente de la eficacia de los lazaretos. Basta ya de tanta gárrula charlatanería: lo importantísimo, lo más angustioso en los actuales momentos es defendernos prácticamente del terrible enemigo que nos asedia» 80.

En consecuencia, en la génesis del cantón sanitario sevillano, al igual que en la de los restantes que florecieron en España durante la epidemia de cólera de 1885, influyó que la enfermedad del cólera morbo y su tratamiento continuasen siendo un misterio sin resolver del todo, que no hubiese unanimidad en la ciencia del momento en cuanto a su tratamiento y que para su prevención se siguiesen aplicando esquemas antiguos y de otras enfermedades epidémicas, tal como la prensa sevillana exponía desde sus páginas. Durante el siglo xix, los remedios populares y los propuestos por los científicos no lograron un tratamiento específico que curase el cólera morbo. Así, en plena epidemia de 1885, Peset y Vidal, presidente del Instituto Médico de Valencia, se ve obligado a reconocer ante esa corporación el poco éxito de los muchos estudios realizados y de tantos libros publicados sobre el cólera morbo 81. Secundariamente, este desconocimiento de los verdaderos medios de transmisión del cólera morbo y de remedios eficaces que evitasen la muerte 82, así como la rapidez con que se producía el desenlace fatal y se extendía la epidemia provocaron verdadero terror y pavor en las poblaciones amenazadas por la enfermedad. Tanto es así que el miedo individual y colectivo es considerado la principal repercusión social del cólera morbo 83, en gran parte derivado de ese casi total desconocimiento que se tenía sobre esa enfermedad y su connatural agresividad.

El cólera morbo de 1885, actualidad social y miedo

Al igual que otras enfermedades de siglos anteriores, como la peste, las tercianas endémicas o la fiebre amarilla, el cólera morbo siempre fue temido en el siglo xix por ser un suceso peligroso y amenazante para la vida de las personas. Se puede afirmar que, a lo largo de la historia, la sociedad española ha vivido amedrentada y temerosa ante esas «grandes enfermedades que multiplicaban la muerte» 84. Como todas las emociones de miedo, el miedo al cólera era la manera que los individuos tenían de anticipar ese suceso peligroso, y su aparición estaba unida de manera consubstancial al hecho de pensarse en peligro la propia persona y las de su entorno físico y afectivo. El miedo en esa situación era la manera con la que los individuos calculaban los acontecimientos siniestros o mortales del cólera, para sus planes e intereses vitales, porque el miedo siempre es imaginado, un puro cálculo de lo que espera a esas personas según el desarrollo de lo temido, es decir, de aquello que ya les está ocurriendo pero no ha acabado de suceder del todo 85. Aunque el miedo ante un peligro previsible también puede provocar una reacción positiva y benéfica para el individuo y la sociedad 86, el miedo a una epidemia conlleva una reacción de consecuencias negativas, derivadas del temor a la proximidad del peligro inminente y del todo inevitable, que se traduce en desesperación individual y pánico colectivo 87.

Así, en julio de 1885, Sevilla aún estaba libre de la epidemia pero ya debía de haber un profundo miedo en los sevillanos, pues la agresiva enfermedad colérica invadía ya otras muchas provincias españolas y la prensa sevillana describía los estragos del cólera con tintes dramáticos: los «horrores que afligen á otros pueblos de la península» 88, el «terrible contagio se extiende rápidamente por casi toda España» 89 o el «horrendo azote que ha difundido la desolación y el luto en otras provincias hermanas nuestras» 90.

En epidemias pasadas se acumulaban rasgos y consecuencias tan desastrosos que los testigos directos apenas podían detenerse en la narración detallada del temor y la angustia que las acompañaban, pues los muertos resultantes eran tantos que la preocupación esencial se orientaba hacia las causas y remedios contra la epidemia, para acabar con el suplicio social 91. No obstante, la cercanía del cólera a Sevilla y el recuerdo de los ciudadanos a lo ocurrido en anteriores epidemias, unido al desconocimiento de remedios eficaces contra la enfermedad, hacían que sus ciudadanos esperasen con miedo los estragos de la enfermedad colérica, del «terrible viajero, cuya misión no es otra que difundir el luto en nuestras familias, la ruina de nuestros pueblos y llenar de cadáveres los cementerios», según comentaba La Andalucía 92. Esa tensa espera del mal que se acercaba se ponía de manifiesto cuando, por ejemplo, la Junta Provincial de Sanidad decidió cerrar las escuelas de Sevilla y adujo como razones los «fuertes calores» y «el temor a que nos invada la epidemia colérica» 93.

El miedo producido por esta grave enfermedad se experimentaba de forma individual como un «terror que en los primeros instantes se apodera del ánimo» de las personas 94, y cuya persistencia e intensidad lo convertían en un carácter colectivo. Esa presencia individual y colectiva del pavor que inspiraba el cólera en la sociedad sevillana en 1885 quedó registrada en los calificativos y símiles que emplearon los periódicos sevillanos. Estos se referían a la «horrorosa epidemia» 95 de cólera morbo, calificándola como «un peligro» 96, «aterradora», «desoladora» o «terrible plaga», «guadaña de la muerte» 97, «terrible huésped» o «catástrofe que amenaza» 98.

Ese dramatismo con que se presentaba el cólera morbo se vivía también de distinto modo según la clase social, pues los métodos practicados para luchar contra la enfermedad, como cuarentenas y aislamientos, paralizaban las comunicaciones y, por ende, la actividad económica. Como consecuencia, aquellos que más sufrían la enfermedad, el hambre y la necesidad eran quienes vivían al día, es decir, la mayoría de la población, conformada entonces por los jornaleros y proletarios, sin olvidar que las condiciones sanitarias y salubres en las que habitaban los diversos grupos sociales eran muy diferentes 99.

Por otra parte, a pesar de la tardía llegada y de la levedad con que el cólera afectó en 1885 a Sevilla, el miedo manifestado en las páginas de los periódicos era el reflejo de lo que ocurría en la sociedad sevillana. El cólera era el «asunto de triste actualidad» por antonomasia de aquellos momentos en Sevilla, que «preocupaba los ánimos» porque «en general, donde se reúnen más de tres personas no se habla más que de tan terrible enfermedad, de sus estragos en las provincias invadidas y de su proximidad a nosotros, despertando por todas esas circunstancias grandes temores» 100.

Así, como señaló el diario madrileño La República, en aquellos momentos en España no se hablaba entonces más que de cólera morbo y con tanto hablar del cólera y con publicar en los periódicos a diario las cifras de los estragos que hacía la epidemia, «se ha conseguido producir en toda España la más espantosa alarma», siendo además el miedo generado, «el cooperador más enérgico del cólera» 101. De esta última afirmación se desprende que aún continuaba vigente la idea de comienzos del siglo xix de que el miedo no solo era producto, sino también un «poderoso determinador del cólera», en el sentido de que sus efectos fisiológicos en las personas eran «una de las causas predisponentes» y facilitadoras para contraer el cólera 102. La vigencia de esta irreal idea también se manifestó de manera esplendorosa cuando el Gobierno central, en su declaración oficial de existencia de cólera morbo en España en 1885, señalaba que «el miedo predispone mucho a la enfermedad colérica, produciendo inapetencia, malas digestiones, tristeza y abatimiento» y que no había «motivo para un temor exagerado al cólera» 103.

Es cierto que durante buena parte del siglo xix se consideró que favorecían que las personas pudiesen contraer el cólera morbo factores como el miedo y sus efectos fisiológicos, las reacciones de cólera o ira, los «accesos sexuales» y los «desarreglos del flujo menstrual» provocados por las propias mujeres 104, quizás refiriéndose con esto a la práctica por muchas mujeres del método anticonceptivo de amenorrea por lactancia, moralmente reprochable en aquella época 105. Incluso algunos creían que la asistencia a corridas de toros también favorecía el contagio del cólera por ser «una diversión peligrosa más para el alma que para el cuerpo» 106. La persistencia en el tiempo de estas ideas, alejadas cada vez más de los sucesivos descubrimientos sobre el cólera morbo, hace pensar que la difusión de estas creencias constituía un mecanismo de control social y de la moralidad de las personas, más que un pretendido y verdadero método preventivo del cólera.

Con respecto al miedo, seguía argumentando el periodista del diario La República, que era producido por «verdaderos fantasmas de la imaginación» y que la imaginación de los españoles se había llenado de cólera y muerte con tanto hablar y discutir de esos asuntos, lo cual «pesaba sobre la razón y sofocaba el sentimiento, hasta el punto de impedir la reflexión y la humanidad». Además exponía el caso de otras «enfermedades tan terribles y más que el cólera», como las «viruelas y tifus», y, sin embargo, estas no alarmaban ni amedrentaban, «ni difunden pánico horroroso» como ocurría en el caso del cólera, donde los «apasionamientos de unos, las equivocaciones de otros [...] han producido una atmósfera de terror a cuyo influjo se exaltan los ánimos se exageran los peligros, se producen las preocupaciones» 107.

Para el propio redactor de La República, la atención de la prensa española en aquellos momentos también estaba centrada en el cólera e influyó de forma sustantiva en la creación de esa atmósfera de miedo en torno a la enfermedad, pues «eso de que cada familia coja un periódico y lo vea lleno de artículos que hablan del cólera, lleno de detalles sobre su marcha, con citas de los pueblos, de las calles y de los nombres de las víctimas, y eso todos los días, no puede servir ni á la calma, ni á la humanidad, ni á la salud». De esta manera, el cólera llegaba a ser una «preocupación que abate, extravía y confunde a los ánimos», a diferencia de lo ocurrido en otros lugares como Italia o Francia o el mismo Londres, «donde hace dos años hubo cólera y no se supo por la prensa inglesa», por lo que no hubo alarma ni pánico, lo que permitió «á todo el mundo tomar las medidas necesarias para cortar el mal». Por eso, el redactor proponía que la prensa española tomase actitud bien distinta cuando decía: «Basta ya de cólera, discutamos sobre ideas, hablemos de política [...] de literatura; levantemos el espíritu público, demos entendimiento [...] para pensar racionalmente [...] demostremos prácticamente que ni el cólera ni el miedo ni la muerte misma deben amilanar [...] levantemos el corazón de la esclavitud del miedo que es la mayor desolación de los pueblos y la epidemia más atroz y repugnante» 108.

Una consecuencia de esa atmósfera de miedo creada en torno al cólera morbo, a la que tanto contribuyó la prensa, era «que unos huyen, otros se acordonan [...] y surgen por doquier las exageraciones, las preocupaciones, los disparates y los absurdos» 109, lo que denominaron los periódicos madrileños como anarquía o federalismo sanitario, situación que se plasmó en Sevilla y en Málaga como cantonalismo sanitario.

El ocultamiento de la enfermedad y la huida, defensa individual contra el cólera

Realizaba el diario sevillano El Universal una llamada a la unidad de acción de sociedad y Gobierno para luchar contra el cólera, pues la actuación del ejecutivo no resultaba suficiente sin la colaboración ciudadana 110. Se refería al hecho frecuente de personas que no comunicaban a los servicios sanitarios la existencia o sospecha de la enfermedad colérica para evitar ser sometidos a cuarentenas y aislamientos, todo lo cual dificultaba el éxito de la acción contra el cólera, pues los afectados fallecían de manera rápida y se facilitaba el contagio 111. Esta falta de cooperación de algunos ciudadanos con las autoridades se debía a «la vulgar creencia de que el médico no debe ser consultado» por el «natural temor» del enfermo a «que se le aísle».

Cuando se ocultaba la enfermedad colérica, los enfermos y familiares no eran asistidos ni de la enfermedad ni de «la escasez de recursos que surge inmediatamente en las familias de los invadidos», con lo cual se agravaba la evolución y el desenlace final de los casos de cólera presentados 112. El temor al aislamiento de los enfermos justificaba el ocultamiento de la enfermedad, pues a veces la brutalidad con que se practicaba dicho aislamiento llevaba a consecuencias similares a las del ocultamiento 113. Sirva la descripción de las medidas «tan irracionales como poco humanitarias», adoptadas en Madrid con respecto a la familia y domicilio de un diputado provincial que falleció de cólera y que la propia prensa sevillana denunció:

«A los señores hijos y criada del finado se les ha encerrado en la casa donde ocurrió el fallecimiento, dejándolos completamente solos en las habitaciones infestadas [...] por espacio de siete días, durante los cuales no pueden contar ni aun con el consuelo de los amigos [...] de la casa mortuoria [...] se ven privados en absoluto de salir por hallarse situada constantemente en la escalera para impedirles el paso una pareja de agentes de orden público» 114.

Con la ocultación de la enfermedad o la tardanza con que los enfermos avisaban de su mal a los médicos, aquellos trataban de evitar ser sometidos a un aislamiento, que les iba a privar a ellos y a la familia de trabajo, recursos y medios de vida, lo cual era una situación grave, pues entonces la mayoría de la población vivía al día, es decir, el sustento diario dependía de manera exclusiva del trabajo de cada día. Sin embargo, este ocultamiento de la enfermedad facilitaba el contagio del cólera e impedía su tratamiento precoz. Esto aumentaba su letalidad, con lo cual muchos enfermos fallecían el mismo día que contraían la enfermedad, con un cuadro de afectación en el enfermo tan dramático que hacía cundir aún más el pavor al cólera.

El ocultamiento de la enfermedad colérica llegó a ser una actitud frecuente, pues uno de los informantes del diario El Universal, sobre el cólera en la localidad sevillana de Utrera, fue Francisco José Orellana y Escamilla, propietario y director de dicho periódico, y también diputado provincial del Partido Conservador por el distrito de Utrera 115. Este periodista y político, aprovechando la visita que hizo al foco de cólera morbo de esa localidad en compañía del gobernador Civil de Sevilla, envió un telegrama a su periódico señalando entre otras cosas la «deplorable preocupación de las gentes del pueblo contra asistencia médica y medicaciones». Con esto se refería a la actitud de buena parte de invadidos por cólera, de ocultar o tardar en avisar a los servicios sanitarios. Por ello, el gobernador civil de Sevilla reclamaba «el concurso del clero para quitar á las gentes esas erróneas y perjudiciales prevenciones» 116, contrarias a informar y demandar asistencia sanitaria en casos de síntomas de enfermedad colérica.

La huida de los ciudadanos desde sus localidades de residencia habitual hacia lugares más saludables, como zonas rurales o lugares de veraneo al norte de la península y del extranjero 117, fue otro mecanismo individual de defensa contra el cólera morbo. Esto perseguía evitar contraer la enfermedad huyendo a lugares más seguros y sin duda estuvo favorecido por el miedo que generaba la enfermedad colérica 118.

En general, esta opción debió de ser una práctica habitual, pues el propio ministro de la Gobernación, Romero Robledo, cuando en 1885 reconoció de manera oficial en la Gaceta de Madrid la existencia de cólera morbo en España, a continuación insertó unas Instrucciones de higiene, «conformes a la Academia de Medicina de Madrid y al Real Consejo de Sanidad», en las que también aconsejaba el mejor modo de huir a las «personas que se determinen á abandonar la población atacada de epidemia». En concreto informaba que debían abandonar su localidad «en cuanto tengan conocimiento de los primeros casos de invasión» de cólera y «que no intenten regresar hasta 20 días de desaparecida la enfermedad» 119. Con esta información sanitaria y estos consejos se intentaría evitar que los ciudadanos que huían llevasen el cólera a otros lugares o que lo contrajeran por la vuelta precipitada a sus lugares de origen.

Los periódicos informaban de las familias que abandonaban Sevilla y de las cifras de las cartas de sanidad que expedía el Ayuntamiento. Se aprecia que la prensa mencionaba, desde finales de julio de 1885, una vez que el cólera ya había invadido a la provincia de Sevilla, a las familias de la elite económica y política sevillana que huían a otros lugares. Así, el 29 de julio, los marqueses de Esquivel y las familias Núñez de Prado y Benjumea viajaban al extranjero, y el jefe del Partido Izquierdista, Rafael Laffitte, al balneario de Bagneres de Luchon 120. El 30 de julio hacía lo propio el senador y jefe del Partido Conservador en Sevilla, el conde de Casa Galindo, que se marchaba con su familia a Vitoria, y los ­diputados a Cortes por la circunscripción de Sevilla también se hallaban ausentes 121.

La huida de los ciudadanos de Sevilla fue un mecanismo de defensa individual contra el cólera usado con cierta profusión 122, y aumentó a medida que se acercaba el cólera a la ciudad, pues a principios de agosto La Andalucía reconocía: «Son muchas las familias distinguidas de esta capital [Sevilla] que han marchado a otros puntos» 123. Esto fue corroborado por los datos aportados respecto a los salvoconductos facilitados por el Ayuntamiento de Sevilla. Así, hasta el 9 de julio la alcaldía de Sevilla había expedido mil cartas o cédulas de sanidad, aunque El Universal justificaba que eran «para quienes quieren veranear fuera de Sevilla» 124 o para «viajes a los pueblos de la provincia, donde entran sin ser detenidos con este salvo-conducto» 125. Tan solo un mes después se había sextuplicado el número de personas que abandonaron Sevilla huyendo del cólera morbo, pues el 13 de agosto, en pleno acoso de la epidemia, eran más de seis mil las cartas de sanidad expedidas 126.

La huida fue un recurso de defensa individual contra el cólera morbo, favorecido por el miedo y utilizado por todas las clases sociales, autoridades y muchos médicos 127. Así, cuando, a finales de julio de 1885, el primer pueblo de Sevilla fue invadido por el cólera, la prensa informó que en esa localidad, Badolatosa, «la situación no podía ser más aflictiva y desesperada, dado que el número de invasiones [de cólera] era grande en relación al vecindario», por lo que se produjo en esa localidad «una verdadera desbandada», con consecuencias dramáticas:

«La mayor parte de los habitantes han huido sin llevarse lo más indispensable, dejando á las personas que se han quedado, en un estado indescriptible. Los enfermos mueren en su mayoría por falta de asistencia, pues el pánico que impera es tal, que se han dado casos de ser abandonados los invadidos por sus propias familias» 128.

Estas huidas masivas a causa del miedo fueron habituales. Pretendían ser una defensa contra el cólera morbo pero en realidad favorecían su propagación 129, por lo que en algunos lugares se dispusieron normas para evitar el abandono de localidades:

«Para evitar la emigración de los miedosos han adoptado en Tafalla el sistema de que cada persona que se va deje 100 duros en depósito para atender al socorro de los pobres en caso de que se presente la epidemia» 130.

La huida originaba un descenso de la actividad económica en las localidades abandonadas y, por tanto, aumentaba el empobrecimiento que ya de por sí traía el cólera morbo. En consecuencia, la imposición de este «depósito» de dinero, además de disuadir a quienes pensaban huir, también pretendía hacer frente a la pobreza y escasez de recursos que acompañaba a la epidemia.

Conclusiones

Hasta ahora se ha entendido que los efectos sociales del cólera morbo fueron simples reacciones localistas, egoístas e individuales con que sujetos y colectivos trataban de evitar contraer esa grave y mortal enfermedad. Sin embargo, el análisis de los periódicos sevillanos de la época permite afirmar que la ciencia del momento no respaldaba de forma unánime la nueva política sanitaria antiaislacionista del Gobierno, contraria a las cuarentenas y las observaciones sanitarias, y que permitía que personas y mercancías de localidades afectadas por el cólera entrasen sin cortapisas en ciudades libres hasta entonces de la enfermedad, como era el caso de Sevilla, hasta julio de 1885.

En definitiva, el desconocimiento y las contradicciones de la ciencia de 1885 sobre el cólera morbo y su tratamiento, que la prensa sevillana puso de manifiesto, aumentaron y fomentaron el miedo que la propia enfermedad ya de por sí despertaba. Como consecuencia de esto, la prensa, sociedad y el poder local sevillano se opusieron a esa nueva política sanitaria del Gobierno central para erradicar el cólera; y fruto de una reacción social colectiva surgió el movimiento insurreccional denominado cantonalismo sanitario, alentado desde la prensa sevillana.

Asimismo, las contradicciones de la ciencia y el miedo al cólera manifestados por los periódicos sevillanos también contribuyeron a que, con cierta profusión, se usasen por los ciudadanos mecanismos de defensa individuales contra el cólera, como huir de Sevilla a localidades más seguras frente al cólera y ocultar la enfermedad a las autoridades para evitar las dramáticas consecuencias económicas y sociales que ocasionaban el aislamiento a que sometían a los enfermos de cólera y a sus familias.

Se constata así que la prensa sevillana fue clave en la creación de corrientes de opinión en la población sobre el cólera morbo, que contribuyeron a generar efectos y reacciones sociales, entre las que destacan el cantonalismo sanitario, el miedo al cólera, el ocultamiento de la enfermedad y la huida a otros lugares más seguros para evitar contraer la enfermedad.


1 Juan B. Mateos Jiménez: «Nacimiento de la sanidad internacional», Revista Española de Salud Publica, 80 (2006), pp. 647-656, http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1135-57272006000600005&lng=es&nrm=iso (consultado el 23 de noviembre de 2014).

2 Mariano González Sámano: Memoria histórica del cólera-morbo en España, t. I, Madrid, Imprenta de Manuel Álvarez, 1858, p. 264, http://bibliotecadigital.jcyl.es/es/consulta/registro.cmd?id=7207 (consultado el 3 de noviembre de 2016).

3 Antonio Fernández García: Epidemias y sociedad en Madrid, Barcelona, Vicens Vives, 1985, p. 5.

4 Mariano González Sámano: Memoria histórica del cólera-morbo..., pp. 268-269.

5 Ibid.; José Moreno Fernández: Del cólera: sus caracteres, origen y desenvolvimiento, causas, naturaleza y curación, Sevilla, Imprenta Librería Española y Extrangera, 1855, p. 80, http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000117585&page=1 (consultado el 3 de noviembre de 2016), y Antonio Fernández García: Epidemias y sociedad..., p. 5.

6 Manuel-Ángel Calvo-Calvo: El Universal. Diario Político y el cantonalismo sanitario sevillano de 1885. Un modelo de prensa al servicio de las elites locales en los inicios de la Restauración, tesis doctoral, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2011, pp. 387-388, http://fondosdigitales.us.es/media/thesis/1477/P_T.D._PROV7.pdf (consultado el 23 de noviembre de 2014).

7 Ibid., y Antonio Fernández García García: Epidemias y sociedad..., pp. 155-206.

8 Nelson Sanjad: «Cholera and Environmental Medicine in the Manuscript “Cholera-Morbus” (1832), by Antonio Correa de Lacerda (1777-1852)», História, Ciências, Saúde-Manguinhos, 11, 3 (2004), pp. 587-618, http://www.scielo.br/scielo.php?pid=S0104-59702004000300004&script=sci_arttext (consultado el 21 de noviembre de 2014).

9 Isidro Herranz: Memoria del cólera morbo asiático padecido en Madrid, Madrid, Imprenta de Don Marcelino Calero, 1835, p. 9.

10 Manuel-Ángel Calvo-Calvo: El Universal. Diario Político..., pp. 387-388.

11 Juan Antonio Barcat: «Filippo Pacini y el cólera, 1854», Medicina (Buenos Aires), 74, 1 (2014), pp. 77-79, http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0025-76802014000100018&lng=es&nrm=iso (consultado el 3 de noviembre de 2016), y Donatella Lippi y Eduardo Gotuzzo: «The Greatest Steps towards the Discovery of Vibrio Cholerae», Clinical Microbiology and Infection, 20, 3 (2013), pp. 191-195, http://www.clinicalmicrobiologyandinfection.com/­article/S1198-743X(14)60855-7/pdf (consultado el 3 de noviembre de 2016).

12 Ibid.

13 Victor Bruce Darlington Skerman, Vicky McGowan y Peter Henry Andrews Sneath: «Approved Lists of Bacterial Names», International Journal of Systematic and Evolutionary Microbiology, 30 (1980), pp. 225-420, esp. p. 417, http://ijs.microbiologyresearch.org/content/journal/ijsem/10.1099/00207713-30-1-225 (consultado el 3 de noviembre de 2016).

14 Sean Burrel y Geoffrey Gill: «The Liverpool Cholera Epidemic of 1832 and Anatomical Dissection-Medical Mistrust and Civil Unrest», Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, 60, 4 (2005), pp. 478-498.

15 Esteban Rodríguez Ocaña: «La dependencia social de un comportamiento científico: los médicos españoles y el cólera de 1833-1835», Dynamis, 1 (1981), pp. 101-130, http://www.raco.cat/index.php/Dynamis/article/view/106163/149278 (consultado el 3 de noviembre de 2016).

16 Erwin H. Ackerknetch: «Anticontagionism between 1821 and 1867», The Bulletin of the History of Medicine, 22 (1948), pp. 562-593, citado en Nelson Sanjad: «Cholera and Environmental Medicine...».

17 Vicente Pérez Moreda: «El miedo ante la epidemia en los tiempos modernos y contemporáneos», en Mercedes Borrero Fernández, Teófanes Egido López, Vicente Pérez Moreda, Jordi Canal y Pablo Martín-Aceña: El miedo en la Historia, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2013, pp. 79-106, esp. p. 105.

18 Antonio Fernández García: Epidemias y sociedad..., p. 168.

19 Juan José Fernández Sanz: El cólera de 1885 en España, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 1989, p. 6. Véase también la versión en libro, Juan José Fernández Sanz: 1885: el año de la vacunación Ferrán. Trasfondo político, médico, sociodemográfico y económico de una epidemia, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1990, p. 38.

20 José Montero y Vidal: El cólera en 1885, Madrid, Imprenta de Manuel G. Hernández, 1885, p. 42.

21 Ibid.

22 Juan José Fernández Sanz: El cólera de 1885..., p. 7.

23 Pedro Marset Campos, José Miguel Sáez Gómez y Fernando Crespo León: «El cólera de 1885 y las polémicas doctrinales en la prensa», Revista de la Sociedad Española de las Ciencias y de las Técnicas, 20 (1997), pp. 273-291.

24 Juan José Fernández Sanz: 1885: el año de la vacunación Ferrán..., pp. 35-42.

25 Manuel-Ángel Calvo-Calvo: El Universal. Diario Político..., pp. 391-393.

26 Gaceta de Madrid, 14 de noviembre de 1885, p. 531.

27 Fundamentalmente se han empleado los diarios de Sevilla, La Andalucía. Política económica y literaria (en adelante, La Andalucía) y El Universal. Diario Político (en adelante, El Universal). En menor medida también se emplearon otros periódicos de Sevilla como El Porvenir. Diario Político Independiente (en adelante, El Porvenir), El Progreso. Diario Liberal (en adelante, El Progreso) y La Época (periódico de Madrid, en adelante, La Época).

28 La Andalucía y El Universal coincidían en señalar que la población de Badolatosa «es de muy escasa importancia, pues se reduce a cuatrocientas setenta y tantas casas, tiene dos mil quinientos noventa y ocho habitantes». Véase La Andalucía, 29 de julio de 1885, p. 3, y El Universal, 28 de julio de 1885, p. 3.

29 La Andalucía, 28 de julio de 1885, p. 3.

30 La Andalucía, 30 de julio de 1885, p. 3.

31 El Universal, 28 de julio de 1885, p. 3.

32 La Andalucía, 28 de julio de 1885, p. 3.

33 La Andalucía, 16 de agosto de 1885, p. 2.

34 El Universal, 27 de septiembre de 1885, p. 3.

35 Ministerio de la Gobernación: Boletín mensual de estadística demográfico-sanitaria de la Península e islas adyacentes, apéndice general al tomo VI, Cólera morbo asiático en España durante el año 1885, Madrid, Establecimiento Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1887, pp. 698-699.

36 La Andalucía, 13 de agosto de 1885, p. 2.

37 Ministerio de la Gobernación: Resumen general de las invasiones y defunciones por cólera ocurridas en España durante el año 1885, Madrid, Imprenta Nacional, 1886, p. 34.

38 La Andalucía, 14 de agosto de 1885, p. 3.

39 Ministerio de la Gobernación: Resumen general de las invasiones..., p. 34.

40 La Andalucía, 18 de agosto de 1885, p. 2.

41 Ministerio de la Gobernación: Resumen general de las invasiones..., p. 34.

42 El Universal, 10 de septiembre de 1885, p. 1.

43 Ministerio de la Gobernación: Resumen general de las invasiones..., p. 34.

44 El Universal, 19 de septiembre de 1885, p. 1.

45 El Universal, 28 de julio de 1885, p. 3.

46 El Universal, 19 de septiembre de 1885, p. 1.

47 El Universal, 22 de septiembre de 1885, p. 1.

48 Ministerio de la Gobernación: Resumen general de las invasiones..., p. 34.

49 El Universal, 15 de octubre de 1885, p. 4.

50 El Universal, 16 de octubre de 1885, p. 1.

51 Ministerio de la Gobernación: Resumen general de las invasiones..., p. 34.

52 El Universal, 16 de octubre de 1885, p. 2.

53 Ministerio de la Gobernación: Resumen general de las invasiones..., p. 34.

54 José Jimeno Agius: El cólera en España durante el año 1885, Madrid, Establecimiento Tipográfico de El Correo, 1886, p. 15, http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000118941&page=1 (consultado el 4 de noviembre de 2016).

55 El Universal, 7 de agosto de 1885, p. 1.

56 El Universal, 16 de septiembre de 1885, p. 1.

57 El Universal, 8 de agosto de 1885, p. 1.

58 El Universal, 28 de julio de 1885, pp. 1-2.

59 El Universal, 16 de septiembre de 1885, p. 1.

60 Pilar León Sanz: «El Congreso médico-regional de Navarra (1886): un ejemplo de la transmisión del conocimiento científico», Anales del Sistema Sanitario de Navarra, 32 (2009), pp. 149-159, http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S1137-66272009000300002&script=sci_arttext (consultado el 28 de noviembre de 2014).

61 Leonardo de Jesús Mata Jiménez: El cólera: historia, prevención y control, San José de Costa Rica, Editorial Universidad Estatal a Distancia-Universidad de Costa Rica, 1992, p. 16.

62 Esta carta fue publicada con posterioridad también por El Porvenir, 26 de mayo de 1885, p. 2.

63 Leonardo de Jesús Mata Jiménez: El cólera: historia..., p. 16.

64 El Progreso, 27 de mayo de 1885, p. 2.

65 Juan Antonio Barcat: «Filippo Pacini...», pp. 77-79, y Donatella Lippi y Eduardo Gotuzzo: «The Greatest Steps towards...», pp. 191-195.

66 La Época, 20 de mayo de 1885, p. 2.

67 El Porvenir, 13 de junio de 1885, p. 4.

68 El Porvenir, 9 de junio de 1885, pp. 2 y 4.

69 La Época, 9 de julio de 1885, p. 2.

70 Juan B. Mateos Jiménez: «Actas de las conferencias sanitarias internacionales (1851-1938)», Revista Española de Salud Pública, 79 (2005), pp. 339-349.

71 El Porvenir, 13 de junio de 1885, p. 4.

72 La Andalucía, 28 de julio de 1885, p. 3.

73 La Andalucía, 30 de julio de 1885, p. 3.

74 Manuel-Ángel Calvo-Calvo: El Universal. Diario Político..., pp. 387-450.

75 La Andalucía, 2 de agosto de 1885. pp. 2-3.

76 Manuel-Ángel Calvo-Calvo: El Universal. Diario Político..., pp. 387-450.

77 Juan José Fernández Sanz: 1885: el año de la vacunación Ferrán..., pp. 78-85.

78 El Universal, 18 de agosto de 1885, p. 1.

79 Juan José Fernández Sanz: El cólera de 1885..., pp. 70-86.

80 La Andalucía, 28 de julio de 1885. p. 3.

81 Mariano Peset y José Luis Peset: Muerte en España (política y sociedad entre la peste y el cólera), Madrid, Seminarios y Ediciones, 1972, pp. 226-227.

82 José María Moro: Las epidemias de cólera en la Asturias del siglo xix, Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 2003, p. 220.

83 José Ramón de Urquijo y Goitia: «Madrid ante la epidemia de cólera de 1854-1856», en Enfermedad y castigo, Madrid, CSIC, 1984, pp. 45-47.

84 Mariano Peset y José Luis Peset: Muerte en España..., p. 11.

85 José Luis Catalán Bitriam: Temor y angustia, http://www.cop.es/colegiados/a-00512/psico_miedos.html (consultado el 12 de diciembre de 2014).

86 Vicente Pérez Moreda: «El miedo ante la epidemia...», p. 81.

87 Ibid., p. 87.

88 La Andalucía, 26 de julio de 1885, p. 3.

89 La Andalucía, 30 de julio de 1885, p. 2.

90 La Andalucía, 31 de julio de 1885, p. 3.

91 Mariano Peset y José Luis Peset: Muerte en España..., p. 16.

92 La Andalucía, 31 de julio de 1885, p.  3.

93 La Andalucía, 7 de agosto de 1885, p.  3.

94 El Universal, 15 de septiembre de 1885, p.  1.

95 La Andalucía, 28 de julio de 1885, p.  3.

96 La Andalucía, 29 de julio de 1885, p.  3.

97 La Andalucía, 7 de agosto de 1885, p.  1.

98 La Andalucía, 26 de julio de 1885, p. 3.

99 Donato Gómez Díaz: Bajo el signo del cólera y otros temas sobre morbilidad, higiene y salubridad de la vida económica almeriense, 1348-1910, El Ejido (Almería), A. Escobar Criado, 1993, p. 55, http://www.ual.es/personal/dgomez/Donato%20Gomez%20Diaz%20Bajo%20el%20signo%20del%20Colera%201348-1910.pdf (consultado el 21 de noviembre de 2014).

100 La Andalucía, 26 de julio de 1885, p. 3.

101 La Andalucía, 5 de agosto de 1885, p. 2.

102 François-Joseph-Victor Broussais: Memoria sobre el cólera morbo epidémico, observado y tratado en París, Madrid, Imprenta de don Norberto Llorenci, 1833, pp. 192-193.

103 Gaceta de Madrid, 14 de junio de 1885, t. II, p. 771.

104 François-Joseph-Victor Broussais: Memoria sobre el cólera..., pp. 189-193.

105 Se sabe que desde antiguo, las mujeres, en especial las de bajos recursos, han usado la amenorrea o ausencia de menstruación causada por «lactancia extendida» para espaciar sus embarazos. Véase Biblioteca Katharine Dexter McCormick, Historia de los métodos anticonceptivos, Planned Parenthood Federation of America, http://www.plannedparenthood.org/files/9913/9978/2156/bchistory_­Spanish_2012.pdf (consultado el 18 de diciembre de 2014).

106 La Andalucía, 29 de julio de 1885, p. 2.

107 La Andalucía, 5 de agosto de 1885, p. 2.

108 La Andalucía, 5 de agosto de 1885, p. 2.

109 Ibid.

110 El Universal, 15 de septiembre de 1885, p. 1.

111 Vicente Pérez Moreda: «El miedo ante la epidemia...», p. 88.

112 El Universal, 15 de septiembre de 1885, p. 1.

113 Vicente Pérez Moreda: «El miedo ante la epidemia...», p. 88.

114 La Andalucía, 5 de agosto de 1885, p. 3.

115 Manuel-Ángel Calvo-Calvo: El Universal. Diario Político..., pp. 350-368.

116 El Universal, 11 de septiembre de 1885, p. 3.

117 José Ramón de Urquijo y Goitia: «Madrid ante la epidemia...», pp. 45-47, y Antonio Fernández García: Epidemias y sociedad..., pp. 188-189.

118 La Andalucía, 5 de agosto de 1885, p. 2; Antonio Fernández García: Epidemias y sociedad..., pp. 188-189, y Vicente Pérez Moreda: «El miedo ante la epidemia...», pp. 87-88.

119 Gaceta de Madrid, 14 de junio de 1885, t. II, p. 771.

120 La Andalucía, 30 de julio de 1885, p. 3.

121 La Andalucía, 31 de julio de 1885, p. 3.

122 Manuel-Ángel Calvo-Calvo: El Universal. Diario Político..., pp. 415-416.

123 La Andalucía, 2 de agosto de 1885, p. 3.

124 El Universal, 9 de julio de 1885, p. 2.

125 El Universal, 13 de agosto de 1885, p. 2.

126 Según informaba El Universal, el 14 de julio de 1885 ya se habían expedido 1.323 cartas de sanidad por la alcaldía de Sevilla y el 13 de agosto más de 6.000, lo cual fue corroborado por La Andalucía que informaba que el 31 de julio eran más de 4.000.

127 Vicente Pérez Moreda: «El miedo ante la epidemia...», pp. 87-88.

128 La Andalucía, 1 de agosto de 1885, p. 3.

129 Vicente Pérez Moreda: «El miedo ante la epidemia...», pp. 87-88.

130 La Andalucía, 5 de agosto de 1885, p. 2.