Ayer 126/2022 (2): 243-270
Sección: Estudios
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2022
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/817
Juan Manuel Casal
Recibido: Recibido: 25-10-2018 | Aceptado: 09-07-2019 | Publicado: 21-04-2022
Editado bajo licencia CC Attribution-NoDerivatives 4.0 License
El militarismo latinoamericano en la cultura académica de los Estados Unidos
Juan Manuel Casal
Universidad de Montevideo (Uruguay) jcasal@um.edu.uy
Resumen: Este artículo analiza la formación y evolución de las teorías generales sobre los orígenes y desarrollo del militarismo latinoamericano en la cultura académica de los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo xx. Basadas en estereotipos de largo arraigo y condicionadas por la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría, estas teorías explicaron el militarismo de manera contradictoria, primero como resultado del atraso social y político de Latinoamérica en relación con Estados Unidos, luego como un posible factor de progreso y, por último, como el resultado de una superposición de tradiciones autoritarias de origen tanto local como extranjero.
Palabras clave: Estados Unidos, historia intelectual, militarismo, historiografía, América Latina.
Abstract: This article analyses the formation and evolution of general theories about the origins and development of Latin American militarism in US academic culture during the second half of the twentieth century. Based on long established stereotypes and conditioned by US foreign policy during the Cold War, these theories explained militarism in a contradictory fashion. First, they focused on the social and political backwardness of Latin America in relation to the United States. Later, militarism was seen as a possible factor of progress. Finally, it was depicted as the result of overlapping of authoritarian traditions of both local and foreign origins.
Keywords: United States, intellectual history, militarism, historiography, Latin America.
El militarismo ha sido un fenómeno central en la historia de la América Latina. Las guerras de independencia en Hispanoamérica dejaron como herencia una militarización social que fue caldo de cultivo para el militarismo anárquico del siglo xix, impuesto por caudillos militares ambiciosos y sostenido por ejércitos preprofesionales. En Brasil, el militarismo se expresó primero en el levantamiento del ejército contra la monarquía en 1889 y luego en su participación en golpes de Estado y dictaduras, así como en su constante presión sobre los gobiernos civiles a partir de 1930. Los procesos de profesionalización militar que ocurrieron en América Latina entre 1880 y 1920-1930 tuvieron una medida de éxito en lo que concierne a la preparación técnica de las fuerzas armadas, pero a su vez promovieron nuevas formas de militarismo corporativo cuya manifestación más señalada fueron las dictaduras de «seguridad nacional» de las décadas de 1960 a 1980. En los ochenta comenzaron tímidos procesos de transición democrática, en algunos casos bajo supervisión militar, cuyo éxito en un principio pareció incierto. Sin embargo, considerando que desde entonces han transcurrido casi treinta años y las instituciones democráticas en varios países de la región han sobrevivido a crisis políticas que otrora hubiesen convocado inmediatos golpes militares, parecería que la era del militarismo habría llegado a su fin en América Latina 1.
Aunque sustentado en hechos objetivos, el militarismo es fundamentalmente una construcción intelectual apoyada en la articulación de teorías interpretativas de mayor o menor alcance. Con la perspectiva que otorga el tiempo transcurrido, la situación parece hoy propicia para reevaluar las teorías que se propusieron para explicar la proverbial tradición militarista latinoamericana. En lo que sigue, desde la perspectiva de la historia intelectual, analizo la formación y evolución de estas construcciones teóricas en la cultura académica de los Estados Unidos, particularmente dentro de las áreas de ciencia política, sociología, historia y antropología, y entre los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial y fines de la década de 1990. Luego de estas últimas fechas, con el declinar del militarismo, el interés académico sobre el tema también decayó sensiblemente. Si bien existen estudios producidos en la propia América Latina y en Europa durante el mismo periodo 2, no fue sino en los Estados Unidos donde se concentró el mayor número de investigaciones y ensayos que desarrollaron teorías generalizadoras para interpretar la cuestión del militarismo latinoamericano. Estas generalizaciones, explícita o implícitamente, sirvieron de marco global a los estudios de caso realizados en los Estados Unidos.
Fue a poco de empezar la Guerra Fría que estas teorías generales hicieron su aparición en las revistas científicas. A partir de 1947, la política de Estados Unidos hacia América Latina procuró alinear a todas las repúblicas en una posición común contra la influencia del comunismo en el área. Los Estados Unidos entendían que los partidos comunistas en Latinoamérica, así como en otras partes del mundo, promovían los intereses expansionistas de la Unión Soviética y, por tanto, eran una amenaza a su propia seguridad nacional. «Los regímenes totalitarios», había dicho el presidente Harry S. Truman, en referencia implícita a la Unión Soviética, «por agresión directa o indirecta, socavan los fundamentos de la paz internacional y, por lo tanto, la seguridad de los Estados Unidos» 3. Edificada sobre la previa «doctrina de defensa hemisférica» diseñada por el Gobierno de Washington para establecer el alineamiento de las Américas contra los países del Eje, esta nueva política se concretó en un tratado de mutua defensa entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos (el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de 1947) y otros tratados bilaterales de seguridad. También promovió la investigación sobre América Latina, en parte como resultado de una natural curiosidad científica por una región que volvía a ser de interés del Gobierno y los medios de comunicación, y en parte a efectos de determinar la capacidad de los países del área para controlar las actividades comunistas 4.
El problema del militarismo 5, fue uno de los que más atrajo el interés de los investigadores. Para entenderlo, estos construyeron varias teorías generales que se fueron substituyendo o complementando con el tiempo y cuya historia guarda una aproximada relación con los avatares de la Guerra Fría. Una primera serie de estudios, publicados entre 1947 y 1962 (cuando tuvo lugar la denominada «Crisis de los misiles en Cuba»), asumió que el militarismo era característica intrínseca de una presunta «naturaleza» iberoamericana e intentó determinar en qué medida podrían sostenerse democracias exitosas en el área pese a ese factor constante. A partir de 1962, una serie posterior, sin abandonar por completo la presuposición de esencialidad de la tradición militarista, vino a apoyarse en un número mayor de investigaciones que, a su vez, buscaron ser más rigurosas en sus generalizaciones. La revolución de 1959 en Cuba, la instalación en la isla de un régimen comunista, su alineamiento con la Unión Soviética y la ya mencionada «crisis de los misiles» causaron una alteración mayor en los parámetros con que hasta entonces ensayistas políticos, politólogos e historiadores venían analizando la coyuntura política latinoamericana y sus antecedentes. La percepción del nuevo régimen cubano como amenaza directa a la seguridad de Estados Unidos y la preocupación por el surgimiento de movimientos revolucionarios similares en otros países de América Latina hizo que fuentes de financiamiento, tanto públicas como privadas, volcaran importantes recursos a la investigación sobre el rol político de los militares en la región, tanto contemporánea como históricamente. Fue entonces que los gobiernos militares latinoamericanos, antes someramente juzgados como manifestación de una cultura bárbara, cobraron importancia como posibles barreras contra el «peligro rojo» en el área.
Gracias a la afluencia de recursos financieros, a partir de 1960-1962, en los Estados Unidos florecieron nuevos departamentos universitarios dedicados a la investigación y enseñanza del español y el portugués, programas interdisciplinarios de «estudios latinoamericanos» y un cúmulo de investigaciones en antropología, arqueología, literatura e historia latinoamericana. Eran también los días optimistas de la «Alianza para el Progreso» que proyectaba fuertes inversiones en América Latina y dar apoyo al desarrollo de la democracia en la región, dentro del marco de una cooperación inédita entre las Américas. En este ambiente prosperó una nueva generación de investigadores que realizó importantes avances en el conocimiento de la cuestión militar en América Latina. A esta eclosión de estudios vino a sumarse el hecho de que numerosos veteranos, tanto de la Segunda Guerra Mundial, como de la Guerra de Corea, acudieron a las universidades para cursar estudios de posgrado en temas latinoamericanos. Su propia experiencia les condujo a investigar asuntos militares, el militarismo y problemas relacionados en la región 6. El interés por el militarismo fue impulsado, asimismo, por la publicación en esos años de varias obras renovadoras que se volverían clásicos en el campo de las relaciones entre militares y política, entre ellas The Soldier and the State, de Samuel P. Huntington (1957); A History of Militarism, de Alfred Vagts (1959); The Professional Soldier: A Social and Political Portrait, de Morris Janowitz (1960), y The Man on Horseback: The Role of Military in Politics, de Samuel E. Finer (1962).
Entre 1947 y 1962, la mirada de los Estados Unidos sobre América Latina, ya fuera la de los viajeros, la de los periodistas, como la de la opinión pública en general, estuvo muy marcada por la superficialidad de los análisis y condicionada por estereotipos persistentes que oscurecían más que iluminaban los problemas que querían explicar. Pese a que, precisamente en 1947, algún especialista como el antropólogo cultural John P. Gillin había criticado esta tendencia a interpretar el «modo de vida» o las costumbres en Latinoamérica apelando a estereotipos 7, los medios de prensa de gran difusión y principales formadores de la opinión pública persistían en utilizarlos. Por ejemplo, a fines de 1948, Los Angeles Times censuraba «la ineptitud de la mayoría de los pueblos latinoamericanos para gobernarse a sí mismos de acuerdo con estándares civilizados»; según el articulista, esto demostraba que eran «Estados atrasados» e «incapaces de cumplir el primer deber de cualquier Estado, mantener el orden» 8. Poco antes, un cronista del Boston Globe, con displicente racismo, ironizaba sobre los groseros «soldados de chocolate» que gobernaban en América Latina 9. En 1950, el New York Times comentaba con desaliento que «esperar que países con una larga tradición de dictaduras militares y de oligarquía y con una estructura social consistente en unos pocos privilegiados y una mayoría oprimida, iletrada, atrasada, puedan volverse democracias en unos pocos años o aun en una generación es pedir demasiado» 10.
En 1956, el expresidente colombiano y ensayista político Eduardo Santos, invitado por la revista especializada estadounidense Foreign Affairs, lamentaba en su artículo que el conocimiento convencional sobre América Latina en los Estados Unidos hubiera sido moldeado por corresponsales y viajeros, o «escritores-turistas». Estos, según Santos, en muchos casos no sabían siquiera hablar los idiomas de la región e ignoraban las «realidades profundas» de esos países que solo visitaban fugazmente. Sus informes, decía, no eran más que «una aglomeración de prejuicios, evaluaciones superficiales y anécdotas» que interesaban al lector por su acentuación de lo pintoresco. La urgencia por sintetizar conducía a sus autores a hablar de América Latina como si fuese «un solo país o un solo problema», sin preocuparse por entender las diferencias entre los países de la región 11. Otro tanto observaba el español Víctor Alba, autor de un conocido ensayo sobre el militarismo latinoamericano 12, haciendo notar que los muchos golpes de Estado, las sucesivas dictaduras y los frecuentes e «incomprensibles reveses políticos» hacían que los latinoamericanos fueran vistos en los Estados Unidos «como gente primitiva e incivilizada, lista para matar por celos o por espíritu clánico». La opinión del común en los Estados Unidos «daba por sentado» que esta era la naturaleza de lo latinoamericano 13.
La opinión especializada, en cambio, parecía esforzarse por distinguir los procesos específicos de cada país, aunque no lograba evitar del todo los estereotipos dominantes entre el público general. Un informe sobre «realidades políticas latinoamericanas», elevado al Congreso de los Estados Unidos en 1952, si bien contrastaba los sistemas políticos de países donde dominaban dictaduras de otros en que prevalecía la democracia, encontraba en unos y en otros la sombra de una «estrecha tradición de gobierno autoritario» que difería «marcadamente de las tradiciones políticas de las partes anglófonas del hemisferio occidental». Ese autoritarismo se había corporizado en un militarismo que ejercía «una influencia significativa y a menudo dominante sobre la vida política latinoamericana» 14. En 1957, el sociólogo Morris Janowitz, en una elaboración de «modelos de elites político-militares», concebida como aplicable a distintos países y épocas, dejaba fuera de ellos, sin embargo, a Latinoamérica, pues entendía que en esta predominaba «la supervivencia de la dictadura de tipo feudal» o «de estilo antiguo» 15, es decir, una manifestación del atraso político y social. Otros artículos publicados por sociólogos políticos y politólogos de la época asumían similar perspectiva. Cabe mencionar entre ellos al politólogo Theodore Wyckoff, quien, además de considerar el militarismo latinoamericano como resultado de la «inmadurez política» (es decir, del atraso), también entendía que, dadas las «las tradiciones históricas [...] autoritarias y/o oligárquicas» que habían prevalecido en la región «desde los tiempos de la administración colonial española», era más apropiado considerar las «prácticas políticas» del área como «no occidentales» y estudiarlas con modelos de análisis diseñados para países no occidentales 16.
En consonancia con estas ideas, algunos otros especialistas propusieron que esa «estrecha tradición de gobierno autoritario» se remontaba más atrás en el tiempo, a las condiciones socioeconómicas y a la mentalidad predominante en la Iberia medieval, y en cierto grado también a la herencia cultural indígena. El antes mencionado antropólogo Gillin, por ejemplo, entendía que como «la Reforma, por supuesto, no había progresado en España», esta «había rechazado mucho de la cultura moderna que se estaba desarrollando en el resto de la Europa occidental, y su política oficial restringió el flujo [de la cultura moderna] a las colonias» 17. En 1950, The American Political Science Review publicó un dosier titulado «Patología de la democracia en América Latina», para el que solicitó a expertos en diferentes áreas del conocimiento su opinión sobre las causas de la debilidad de la democracia en la región. En este dosier, el historiador Arthur P. Whitaker observaba que «los males de la democracia todavía son diagnosticados en términos muy familiares: la herencia colonial, indígena y negra, así como ibérica; la persistencia de la heterogeneidad racial; el viejo sistema de propiedad de la tierra con sus latifundios, y la nueva plutocracia con sus barrios de indigentes; el analfabetismo y la pobreza; el personalismo y el militarismo» 18. El politólogo Russell H. Fitzgibbon, participando de la teoría de «heterogeneidad racial» que mencionaba Whitaker, responsabilizaba a un «individualismo heredado de los españoles y los portugueses [y] también del indígena» del surgimiento del caudillismo y el militarismo, y de la conformidad con estos de la mayoría social a «la gran influencia del catolicismo [que] transfirió una tendencia hacia la aceptación de la autoridad en campos distintos al espiritual y eclesiástico, especialmente en el campo de la política». Responsabilizaba en parte también a los Estados Unidos, que con respecto a América Latina «muy a menudo [...] tomaron el camino fácil de dar ayuda y confort a todo lo que representase el status quo, y casi siempre el estatus quo era inconsistente con la causa de la democracia latinoamericana» 19. El sociólogo William Rex Crawford, por su parte, mencionaba el analfabetismo en los países de predominancia indígena y en otros la corrupción del funcionariado público, que entendía consecuencia de la pobreza, como causas de la fragilidad de la democracia 20.
En lo que concierne específicamente a la cuestión de la influencia de la «herencia ibérica» en el desarrollo de América Latina 21, una teoría diversa que intentó dar cuenta cabal de ella en términos filosóficos —al menos en lo tocante a la América hispana— fue la introducida en 1954 por el historiador Richard Morse. Este entendía que la política hispanoamericana había sido condicionada por dos tradiciones opuestas, cuyo origen se encontraba en la España medieval y renacentista. Las divergentes filosofías políticas de los Reyes Católicos, según Morse, «simbolizan la herencia política de Hispanoamérica». Isabel representaba una tradición medieval, «tomista», de orden, centrada en el bien común, mientras que Fernando personificaba una tradición renacentista, individualista y «maquiavélica» que impulsaba una competencia por el poder donde predominaría legítimamente el más hábil y pragmático. «Los conquistadores, colonizadores y catequistas», decía Morse, «llevaron con ellos a las costas de América esta herencia dual» que perduró bajo el reinado de Felipe II y hasta las independencias en un «molde [...] predominantemente tomista con características maquiavélicas recesivas». Fueron las independencias, precisamente, las que rompieron el equilibrio entre ambas tradiciones para que en las nuevas repúblicas pasara a dominar el «molde» maquiavélico en forma de caudillismo y militarismo. El «molde» tomista que garantizaba «una estabilidad relativa» había sido fracturado por la «imposición» de Constituciones de tipo francés, británico, o estadounidense. Para Morse, «los análisis más satisfactorios» de la inestabilidad hispanoamericana fueron aquellos que la atribuyeron a las consecuencias de estas Constituciones, que no contemplaban las tradiciones de la región 22.
La teoría sobre los orígenes del militarismo que más impacto tuvo en esos años fue, sin embargo, la del historiador, Lyle N. McAlister. Su obra The «FueroMilitar» in New Spain, 1764-1800, publicada en 1957, tuvo considerable influencia sobre la generación de investigadores que surgió alrededor de 1960. McAlister argumentaba que el fuero militar, un conjunto de privilegios establecidos por ley, había sido «el factor más importante en la creación de la tradición pretoriana en México». En el virreinato de Nueva España, al igual que en toda Hispanoamérica, corporaciones como la Iglesia, las fuerzas armadas, los mercaderes y los mineros habían gozado de fueros especiales o derechos que los demarcaban del resto de la sociedad, concediéndoles tratamiento especial, honores y privilegios. Los miembros de las clases aforadas eran juzgados por cortes compuestas por sus pares, estaban exonerados de ciertos impuestos, y poseían otros derechos especiales. Analizando la expansión del privilegio militar y las disputas jurisdiccionales entre los fueros militar y civil en la Nueva España tardocolonial, McAlister observó que, en un esfuerzo por fortalecer la institución militar, los Borbones no solo incrementaron el número de unidades de las fuerzas regulares y de las milicias, sino que también otorgaron a ambas fueros y preeminencias (inmunidades especiales ante la ley). El objetivo era conseguir que un mayor número de hombres se enrolaran en las fuerzas armadas. Una consecuencia imprevista de esta iniciativa fue que el fuero, especialmente para los milicianos criollos, se convirtió en «una licencia general para evadir la ley», según McAlister, mientras que el ejército —tanto las unidades regulares como las de milicias— aumentó notablemente su poder relativo con respecto a otras instituciones sociales y políticas. En opinión de McAlister, en Nueva España «el ejército emergió como una institución autónoma e irresponsable» 23.
Otro historiador, Edwin Lieuwen, siguiendo a McAlister, observó en un estudio sobre el militarismo en México que, si bien este no había comenzado propiamente hasta después de la independencia, «las semillas habían sido sembradas y el periodo de gestación estaba bien avanzado para el final de la era colonial» 24. Lieuwen también generalizó el argumento de McAlister, afirmando que en todos los países de la América española el fuero militar «tendió a elevar a los ejércitos por encima de la ley» y fue «el origen del sistema de castas militares y de la tradición pretoriana en América Latina» 25. Esta teoría obtuvo una importante aceptación para explicar el surgimiento de la «tradición autoritaria» en la región, la cual, de una u otra manera y hasta aquel momento, investigadores y estudiosos habían venido invocando para explicar las causas del militarismo latinoamericano. Su origen se encontraba en las consecuencias imprevistas de las concesiones de fuero militar durante los últimos años de la administración española. Otros escritos de Lieuwen muestran que, más allá del problema de dónde estuviera el origen del militarismo, él concordaba con la opinión consolidada de que este fenómeno era manifestación del atraso social y político de la región. En una reflexión algo pesimista de 1964, Lieuwen observaba que en «sociedades tan atrasadas como las de la mayor parte de América Latina» los militares eran «una poderosa fuerza política que no podía ser eliminada ni fácilmente controlada» y, por tanto, debían «ser aceptados como un hecho de la vida política latinoamericana», propio de la misma, que era inútil tratar de modificar 26.
Resuelto, al menos provisoriamente, el problema teórico del origen del militarismo, después de 1960 los investigadores estadounidenses se aplicaron a estudiar con otros ojos el crónico pretorianismo de los países del sur. En la década de 1950, sociólogos y politólogos habían concluido que las instituciones militares latinoamericanas no podían ser cabalmente analizadas utilizando el instrumental analítico y teórico desarrollado para estudiar el «occidente» (entendiendo por tal Europa y Norteamérica, o al menos los países de habla inglesa). Quizás entonces la percepción del militarismo latinoamericano como invariablemente «depredador» y azote de sociedades que contra él pugnaban por consolidar la democracia debía ser revisada.
En un análisis de la literatura sobre el militarismo en América Latina, McAlister subrayó que hasta aproximadamente 1960 esta había sido «insatisfactoria en su conjunto». La juzgaba «conceptualmente y semánticamente confusa», pues bajo el rotulo «militarismo» subsumía tanto el accionar institucional de los ejércitos como el de facciones civiles armadas y «tendía a concentrarse en el caudillo militar y las manifestaciones más espectaculares de acción política militar como cuartelazos y golpes». Encontraba, asimismo, que esa literatura tenía un «fuerte tono normativo y prescriptivo que frecuentemente degeneraba en lo polémico». Herederos del racionalismo del siglo xviii y del positivismo del xix, decía McAlister, «los intelectuales occidentales tradicionalmente habían mirado la violencia, incluso en sus formas más estructuradas, como maligna y anormal». Las «sociedades militaristas» eran miradas como inferiores y se esperaba que desaparecieran en el curso del progreso civilizatorio. Por esta razón y por la influencia de la experiencia política de los pueblos anglosajones, «los escritores que se ocupaban de los sistemas y procesos políticos latinoamericanos implícita o explícitamente empleaban un modelo político democrático-civilista» que resultó en que «mucha de la historia de América Latina fuera escrita en términos de movimiento en dirección a ese modelo», es decir, como una permanente «lucha por la democracia». Dentro de ese marco de referencia, «aquellas instancias donde los militares excedían su rol normativamente prescripto se conceptualizaron como “intervención” que interfería con la perfección del modelo». Por esta razón, «no fueron vistos como un grupo de interés formando parte integral de la sociedad», sino como «fuerzas extrañas y siniestras que existían fuera del cuerpo social y político» y que «actuaban independientemente mediante conspiraciones organizadas por generales y coroneles ambiciosos y voraces o por camarillas militares ignorantes y egoístas» 27.
Coincidiendo con McAlister, el politólogo Abraham Lowenthal observó que, sin embargo, esa literatura que aquel criticaba severamente había comenzado a cambiar durante los tempranos años sesenta. Central en este cambio era el hecho de que varios autores «habían comenzado a cuestionar la previa presuposición de que la intervención de los militares en política fuera invariablemente regresiva». Estos nuevos autores, en particular el historiador John J. Johnson, sugirieron que «las características institucionales de las fuerzas armadas», su coherencia y continuidad, su orientación técnica, su perspectiva nacional y, en particular, su reclutamiento de los oficiales en una clase media baja pero en movilidad ascendente «podía disponer favorablemente a los oficiales a apoyar el desarrollo económico, una participación [política] ampliada, los procedimientos democráticos, y una redistribución progresiva [del ingreso]» 28. Entre estos autores a que refiere Lowenthal debe destacarse al politólogo George I. Blanksten, quien, en un artículo de 1959, había reclamado que en los estudios de ciencia política sobre América Latina las fuerzas armadas fuesen consideradas un grupo de interés político por derecho propio, «dado que el militarismo hace tiempo que ha sido reconocido como una característica fundamental de la política latinoamericana» 29.
En 1962, Johnson, en calidad de consultante de la Corporación Rand (el think tank estadounidense creado para contribuir al conocimiento de cuestiones de defensa y gobierno), publicó como coordinador el libro The Role of the Military in Underdeveloped Countries. En el prefacio a este, el sociólogo Hans Speier, entonces presidente del consejo de investigación de la Rand, destacaba el rol «estabilizador» y «modernizador» que las fuerzas armadas cumplían en los países subdesarrollados, impidiendo que estos «cayeran presa de gobiernos comunistas» e irguiéndose como «campeones de las aspiraciones de cambio social de las clases medias y populares» y de un presumible impulso hacia el desarrollo a través de la industrialización. Asimismo, criticaba a «las ciencias sociales modernas» por haber sido «insensibles al desafío de contribuir al entendimiento de los aspectos “iliberales” de las sociedades no occidentales» y en lugar de ello haber menospreciado a las sociedades militaristas, tipificándolas como «moralmente inferiores» a las sociedades industriales (y civilizadas) modernas 30. Johnson también veía con simpatía a aquellos «políticos en uniforme» del subdesarrollo, y enfatizaba que, si la industrialización era sinónimo de progreso, en los países subdesarrollados «el progreso era requerido por medio de la revolución de ser necesario» 31. Dicho más crudamente: por medio de un golpe de Estado militar y de la implantación de un militarismo teóricamente «progresista», porque, ¿qué otra cosa podía ser una «revolución» de los militares?
En su propio capítulo en este libro, Johnson propuso una teoría comprehensiva que explicaba los orígenes, naturaleza y propagación del militarismo en América Latina, así como su función contemporánea. Esta teoría habría de dar base a las futuras teorías e interpretaciones generalizadoras sobre el fenómeno. En cuanto a los orígenes del militarismo, a diferencia de McAlister y Lieuwen, Johnson no lo encontraba en las concesiones tardocoloniales de fuero militar, sino que lo entendía como «un residuo de las guerras de independencia [...] y los desórdenes civiles subsiguientes». En lo referente a su naturaleza, también a diferencia de otros autores y de la opinión general, lo diferenciaba del caudillismo, al que consideraba un desarrollo netamente civil. Según Johnson, «la rebeldía de los caudillos provinciales pudo haber ayudado a entronizar el militarismo, pero el caudillismo en sí mismo no fue sinónimo de militarismo»; de hecho «los ejércitos nacionales fueron los instrumentos por los cuales las formas más toscas del caudillismo fueron contenidas». Como el caudillismo, el militarismo surgió y se propagó después de la independencia, aunque «como una fuerza política retrógrada cuando las oligarquías terratenientes indicaron su voluntad de utilizar los ejércitos contra el pueblo». Fue la existencia de ejércitos «la que abrió el camino al poder político a oficiales ambiciosos» que defendían «el programa de las clases altas». Más adelante, los políticos representantes de estas mismas clases, preocupados por cuestiones fronterizas que en ocasiones llevaban a la guerra, procuraron «hacer de los oficiales servidores disciplinados de la política estatal», para lo cual impulsaron procesos de profesionalización militar. Para ello recurrieron al entrenamiento científico que obtuvieron de oficiales y misiones militares contratadas en Alemania y Francia. Por último, en relación con la función de las fuerzas armadas en tiempos más recientes, Johnson notaba que «en las naciones donde los militares están envueltos en política, los oficiales han desarrollado un nuevo concepto del rol militar en el gobierno y la sociedad». Bajo la influencia de este concepto, «las fuerzas armadas han buscado [...] descartar su tradicional subordinación a un dictador todopoderoso» y se han organizado de tal manera que, al producirse una intervención militar en política, esta «es en nombre de las fuerzas armadas de conjunto, más que de un individuo». Según Johnson, las juntas militares que para ese entonces habían tomado el poder en varios países latinoamericanos eran «por definición transitorias» y los nuevos «soldados-estadistas», defensores de la industrialización y el desarrollo, habrían de ser «portadores de modernidad» 32.
El optimismo de estos autores que —pensando desde el paradigma entonces dominante de la teoría de la modernización— esperaban de la industrialización la solución al subdesarrollo 33 y confiaban en que los gobiernos militares podían ser los promotores de esta, sufrió un importante revés después de 1964. En abril de aquel año una junta militar se hizo del poder en Brasil y no fue «transitoria», como postulaba la teoría. Si bien en un principio la junta se presentó como tal, en los hechos sentó las bases ideológicas, políticas y jurídicas para un tipo inédito de dictadura militar prolongada y se mantuvo en el poder por más de veinte años. Esta fue la primera de las dictaduras de «seguridad nacional» que asolaron la América del Sur hasta 1990 —fecha del restablecimiento del gobierno constitucional en Chile—. Paradójicamente, para los expertos entusiastas que desde Estados Unidos esperaban que los militares impulsaran el desarrollo por la vía de la industrialización, estos nuevos regímenes militares tomaron el camino opuesto e implantaron políticas económicas ortodoxamente liberales, o neoliberales, que restablecieron la tradicional economía de exportación y el «desarrollo hacia afuera» de los países latinoamericanos.
Comenzando a mediados de la década de 1960, las teorías generales sobre el militarismo latinoamericano dejaron paso a estudios de caso, o a estudios por país y por periodos específicos, a partir de los cuales sus autores desarrollaron teorías explicativas particulares, más próximas a los hechos constatados. Entre estos nuevos estudios debe destacarse los de los historiadores Robert A. Potash 34, de 1968, y Marvin Goldwert, de 1972 35, así como los del politólogo Guillermo O’Donnell sobre el caso argentino. O’Donnell se hizo especialmente conocido por haber desarrollado en 1971-1973 el concepto de «sistema político burocrático-autoritario», que fue ampliamente utilizado por otros politólogos para caracterizar las dictaduras militares de «seguridad nacional» 36. En los años setenta y ochenta, el también politólogo Alfred Stepan publicó importantes estudios sobre los regímenes militares en Brasil, introduciendo el concepto de «nuevo profesionalismo» para definir el tipo de dictadura militar prolongada y enfocada en el orden interno y la contrainsurgencia que en 1964 había capturado el poder en ese país 37. Con respecto a Brasil sobresalieron también los trabajos del historiador Thomas E. Skidmore, publicados entre los años sesenta y ochenta 38, y para el caso de Chile, durante el mismo periodo, los del historiador Frederick M. Nunn 39 y los de los politólogos Arturo y J. Samuel Valenzuela 40. Naturalmente, muchas otras obras y autores podrían citarse para dicho periodo y los años posteriores hasta el 2000 41, fecha en la cual, como se ha mencionado ya, decayó el interés académico sobre el tema.
La teorización generalizadora, sin embargo, no fue abandonada por completo. Nunn, por ejemplo, investigador de los orígenes intelectuales del militarismo chileno, en 1975 defendió la validez de extender las conclusiones de su estudio de caso a Sudamérica y, en ocasiones, a la América Latina en general 42. «En el ambiente sudamericano del medio siglo que se extiende de l890 a 1940», escribía en su obra Yesterday’s Soldiers (1983), «la implantación del profesionalismo militar de estilo europeo trajo los inicios del militarismo» 43. Con estas palabras, Nunn se estaba refiriendo al proceso de profesionalización de las fuerzas armadas de varios países sudamericanos durante ese periodo, la cual estuvo a cargo de entrenadores contratados en Europa. En su opinión, las causas del «militarismo profesional» del siglo xx (es decir, el involucramiento político de fuerzas armadas ya profesionalizadas) enraizaban en un ethos militar que resultó del entrenamiento de los oficiales sudamericanos por misiones militares alemanas y francesas, a partir de la década de 1890. Según Nunn, los oficiales sudamericanos «aprendieron a pensar como sus mentores europeos y a percibirse a sí mismos de la misma manera». Los «misioneros militares», tanto alemanes como franceses, provenían de un medio castrense fuertemente militarista, politizado, identificado con las elites económicas y, consecuentemente, antidemocrático. Los franceses eran monárquicos y antirrepublicanos, mientras que algunos de ellos y los alemanes eran también corporativistas, es decir, defensores de los intereses de cuerpo por encima del interés general. Mezclándose con «el legado ibérico de corporativismo» (la presencia controladora en España y Portugal medievales de organismos intermediarios como la Iglesia y los gremios que se interponían entre los individuos y el Estado) 44 las ideas y valores franceses y alemanes crearon «una convicción de superioridad» que dominó el «pensamiento y la autopercepción» de los oficiales sudamericanos, promoviendo así el «militarismo profesional» 45. Prolífico autor, Nunn dejó un importante récord de publicaciones sobre el «militarismo profesional» en los países sudamericanos 46.
En cuanto al militarismo preprofesional, remitiéndose a la evidencia aportada por investigaciones históricas de los años setenta 47, Nunn dató sus orígenes en el momento de las independencias, y no en «la era de reforma militar del siglo dieciocho como se sospechaba anteriormente». No quiere decir esto que dejara a un lado la teoría de McAlister y Lieuwen sobre la influencia del fuero militar como causa del militarismo preprofesional que subsistió hasta las transformaciones introducidas por los «misioneros militares» a partir de la década de 1890. «En cierto sentido», decía Nunn en 1971, «la profesionalización de las fuerzas armadas latinoamericanas por las misiones e instructores franceses y alemanes metamorfoseó el concepto del fuero militar para producir un moderno grupo de elite en un entorno sociopolítico elitista». Y agregaba: «En los países donde el profesionalismo de estilo europeo fue superpuesto» al militarismo premoderno originado en las concesiones del fuero, «el envolvimiento militar en el proceso político fue más evidente y duradero» 48. Esta idea de superposición de formas de intervención militar en política abrió camino a la formulación definitiva, al menos hasta el presente, de la teoría general que predominó en el medio académico estadounidense sobre el militarismo latinoamericano.
En 1978, el politólogo Brian Loveman y el historiador Thomas M. Davies, Jr. publicaron The Politics of Antipolitics, una compilación que reunió trabajos de varios de los investigadores que, a partir de mediados de la década de 1960, se abocaron a los estudios circunscriptos a casos o países que se han comentado más arriba. En contraste con ellos, al introducir su libro, Loveman y Davies propusieron una nueva teoría general sobre el militarismo en América Latina. Esta teoría, que según los autores seguía los pasos de los estudios pioneros de Lieuwen y Johnson, así como se apoyaba en ideas del historiador cultural Morse, referidas más arriba, y del español Américo Castro 49, pivotaba sobre una de las interpretaciones acerca de los orígenes del militarismo latinoamericano aceptada, como se ha visto, por no pocos especialistas: la de que este militarismo (la «antipolítica» en términos de los autores) había sido determinado irreversiblemente por la herencia cultural ibérica 50. Para Loveman y Davies, desde el siglo xix la «política» había consistido en el «conflicto entre facciones personalistas y, posteriormente, entre partidos políticos» que condujo a numerosas guerras civiles, conflicto al que en el siglo xx vinieron a sumarse «los llamamientos demagógicos de los políticos civiles al proletariado emergente, que promovieron conflictos de clase e inestabilidad» y motivaron a los militares a intervenir «para restaurar el orden y limpiar el cuerpo político de la corrupción de los políticos». En esto último, como se desprende, consistía la «antipolítica» de las fuerzas armadas, que los autores a veces definen como «ideología», y otras como «actitudes, ideología y práctica» de los gobiernos militares 51. Apoyado en esta tradición autoritaria y «antipolítica» de origen ibérico vino a superponerse el autoritarismo de los caudillos del siglo xix y el de «los sucesores de los caudillos —los militares profesionales—». Finalmente, sobre estas tradiciones superpuestas, se levantó una más: la de los regímenes «explícitamente antipolitícos» de las dictaduras de «seguridad nacional» de fines del siglo xx. Según los autores, estas dictaduras no eran estrictamente algo nuevo, pues resultaron de la superposición de varias tradiciones autoritarias que condujeron al «amalgamamiento de la tradicional antipolítica hispánica con las influencias de la profesionalización militar de 1880 a 1930, y el ambiente de la Guerra Fría» 52.
La última expresión de la teoría general sobre el militarismo en América Latina se encuentra en el libro de Loveman, For La Patria (1999). Al igual que en The Politics of Antipolitics, Loveman apela en este nuevo libro al determinismo cultural y a la idea de superposición de formas autoritarias para dar sentido a su narrativa. Loveman retrotrae el origen del militarismo a la «reconquista» ibérica, que, según él, «engendró los comienzos de la tradición militar española, los mitos fundacionales de la España católica, y las instituciones para la conquista y la administración imperial». De la reconquista también habría emergido «una tradición de sacerdotes-guerreros que fusionó la conquista militar, la subordinación religiosa y cultural de los conquistados, y el autoritarismo político». Las fuerzas armadas de la América española heredarían «de su país natal sus leyes y reglamentos militares, así como conceptos del honor, disciplina, fervor religioso, abnegación y patriotismo». En opinión de Loveman, «también heredaron una tradición de brutalidad, intolerancia, privilegios, corrupción y relativa autonomía» institucional, «elementos de las relaciones civiles-militares» que perdurarían «en diversos grados y con impactos diferenciales en la América Latina del siglo veinte» 53. Es de notar que aquí, como en todo el libro, Loveman se limita a ampliar con más ejemplos y mayor locuacidad temas ya planteados en The Politics of Antipolitics. Este caso en particular muestra también la continuidad de sus ideas con las de Johnson, quien más de treinta años atrás había sostenido que «la reconquista de siete siglos de la Península Ibérica del dominio de los moros había alentado el crecimiento de una mentalidad militarista» que fue «trasplantada al nuevo mundo», como también lo fue el retardatario «feudalismo agrícola de la España católica» 54.
De modo similar, Loveman ve como prefiguradas por la herencia ibérica algunas características de las dictaduras militares en América Latina, en especial de las dictaduras de «seguridad nacional». Así, compara «la guerra de la Inquisición española contra la herejía, la inmoralidad y otras subversiones del orden sociopolítico colonial» y sus prácticas de «persecución de disidentes, la censura de libros, arte, música y eventos culturales, y las cárceles especiales para herejes, judíos y enemigos políticos» con los procedimientos de esas dictaduras 55. En su opinión, la militarización administrativa introducida por los Borbones en el siglo xviii dio a las fuerzas armadas tanto en la península como en América un papel central en el gobierno. Sobre esta tradición militarista se impondrían dos más después de las independencias: las de los libertadores y los caudillos. A los primeros, Constituciones que implantaron «ejecutivos virtualmente dictatoriales» e iniciaron la «tradición de dictadura constitucional» en América Latina dieron los poderes irrestrictos de dictadores bajo títulos tales como «Supremo Protector» o «Director Supremo». Estas Constituciones habrían proporcionado «la razón legal para el presidencialismo y la dictadura, así como para el papel preeminente de las fuerzas armadas en la política», mientras también nutrían «un militarismo embrionario» 56. En cuanto a los caudillos, Loveman encuentra un primer antecedente en Juan José de Austria, «un caudillo que gobernó en nombre del rey» (1677-1679) y fue protagonista del «primer pronunciamiento» militar, que hizo del ejército «el árbitro político del momento» y «sentó precedente» para los golpes de Estado militares en Hispanoamérica 57.
En cuanto a las misiones militares extranjeras, en concordancia con Nunn y lo ya dicho en The Politics of Antipolitics, Loveman considera que ellas «se superpusieron» sobre los anteriores estratos de autoritarismo. Si bien introdujeron importantes reformas modernizadoras, también impartieron doctrinas militares «anti-políticas», y «cuasi-religiosas» en lo referente a un presunto «rol trascendente de las fuerzas armadas» e inculcaron antiliberalismo, aversión hacia los políticos, y anticomunismo como formas de patriotismo. En palabras de Loveman, «las misiones extranjeras reforzaron las tradiciones militares y relegitimaron funciones heredadas de la reconquista, de los ejércitos borbónicos y de la era de la heroica guerra de independencia». Las misiones europeas «politizaron a sus estudiantes latinoamericanos, educando generaciones de futuros antipoliticos». Estos estarían en comando cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, el entrenamiento estadounidense a su vez se superpusiera al que habían recibido de las misiones europeas. Este entrenamiento, que priorizaba la defensa continental contra el comunismo, dio nueva legitimidad a las viejas percepciones de los militares latinoamericanos. Ahora tenían «nuevos-viejos enemigos: los comunistas» y «nuevas-viejas misiones: proteger la patria contra amenazas externas y la subversión interna». La Guerra Fría, según Loveman, «reconfirmó el papel central de las fuerzas armadas en política» 58.
Como puede apreciarse, la teoría general de Loveman sobre el militarismo latinoamericano no es estrictamente novedosa, con excepción quizás del papel que asigna a la idea de «la patria» como factor motivacional de la intervención militar en política. En su opinión, los militares percibían «la patria» como una creación propia, una entidad trascendente y un valor supremo que debían defender a toda costa, aun por encima de las Constituciones y las leyes 59; esta percepción, asociada a las varias tradiciones autoritarias superpuestas a lo largo del tiempo, habría contribuido al establecimiento de las dictaduras militares. Pero, pese a que los aportes que suma a la teoría general son limitados, el libro de Loveman tiene el importante mérito de ser una exhaustiva relación histórica de la cuestión militar en América Latina. En este sentido, y considerando que fue publicado en el momento en que comenzó a decaer el interés académico por el militarismo en el área, es posible que haya cumplido la función de cerrar la discusión en lo concerniente a la historia del tema. Las investigaciones publicadas en Estados Unidos a partir de la década del noventa y especialmente después del 2000 han tenido como principal preocupación la de analizar las «relaciones civiles-militares» contemporáneas 60. De ser necesario ahondar en antecedentes históricos, parecería hoy bastar con recurrir a este libro de Loveman, que, por consiguiente, sería el estudio «definitivo», por el momento, sobre la dimensión histórica de dichas relaciones.
En lo que antecede se ha examinado la construcción intelectual de la noción del militarismo latinoamericano dentro de la cultura académica de los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo xx. Para ello se han analizado y cotejado varias teorías generales desarrolladas en los campos de la ciencia política, la sociología, y la historia, principalmente. Esta labor ha permitido comprobar que, pese a algunas contradicciones y diferencias entre estas generalizaciones, ellas interactuaron y se entrelazaron a lo largo del tiempo, para resultar en una misma concepción, que alcanzó su madurez al finalizar la década de 1990 y es hoy la concepción predominante —si no exclusiva— en la academia estadounidense, sobre los orígenes y evolución del militarismo en América Latina.
En cuanto a las contradicciones, ya se ha señalado que estas teorías fueron motivadas no solo por la curiosidad científica, sino también por las sucesivas políticas que los Estados Unidos desarrollaron hacia América Latina. Ese doble servicio que debieron prestar las teorías, tanto a la ciencia como a la política, introdujo algunas contradicciones manifiestas, como la de considerar al militarismo una expresión de atraso social y político, y, al mismo tiempo, una esperanza para el progreso económico y social. Las diferencias entre las teorías fundamentalmente refieren al problema histórico de dónde situar el origen de la tradición militarista latinoamericana. Para unos, ese origen se encontraba en las concesiones indiscriminadas de fueros militares en la etapa tardía de la administración española. Para otros, había sido resultado de la militarización social que siguió a las guerras de independencia. Para otros más, era parte del legado de autoritarismo que España y Portugal dejaron a sus posesiones transatlánticas. Por último, había quienes responsabilizaban a las primeras Constituciones de las repúblicas independientes, fuera porque al no adaptarse a las realidades latinoamericanas promovieron el caudillismo y el militarismo como orden alternativo, fuera porque los promovieron en su propia letra al conceder autoridad casi omnímoda a los presidentes, casi siempre militares.
Las similitudes, en cambio, son abundantes. Todas estas teorías, en mayor o menor medida, coincidían en que la «herencia ibérica» de América Latina había incluido una fuerte tradición militarista. También coincidían en que el militarismo, fuera parte de esa herencia, o que con ella como antecedente fuera nativo de América Latina, era una fuerza política inherente a la región e imposible de modificar. Concordaban, asimismo, al menos desde comienzos de la década de 1960, en que las percepciones académicas de los militares latinoamericanos como un elemento exclusivamente perjudicial derivaban de la aplicación de modelos interpretativos desarrollados para las sociedades más avanzadas de Norteamérica y Europa y de la visión liberal tradicional angloamericana, que no era apropiada para juzgar sociedades «iliberales» o «corporativas» como las iberoamericanas. Los militares, convenían estas teorías, eran un grupo de interés político legítimo, y por un tiempo mantuvieron que podían ser agentes de una modernización económica y social en el área, al tiempo que defensores del hemisferio contra la penetración comunista. En términos generales, también todas aceptaban que debía distinguirse entre caudillismo y militarismo, aunque siempre hubo una ambigüedad a este respecto, pues se entendía que los militares profesionales habían sido «los sucesores de los caudillos» 61. A partir de la década de 1970, las distintas teorías prácticamente convergieron en una sola que, conciliando proposiciones de todas ellas, concibió el militarismo latinoamericano como una amalgama de tradiciones autoritarias superpuestas y abrió camino a la formulación definitiva, al menos hasta el presente, de la teoría general sobre el militarismo latinoamericano.
1 Así al menos lo entienden algunos especialistas en política latinoamericana. Véase David R. Mares y Rafael Martínez (eds.): Debating Civil-Military Relationships in Latin America, Eastbourne, Sussex Academice Press, 2014, p. i. En opinión de estos autores, «el estudio de las relaciones cívico-militares en América Latina produjo un rico debate y agenda de investigación antes del 2000. Pero esta agenda fue en gran parte abandonada durante la última década en la medida en que el espectro de la dictadura militar ha virtualmente desaparecido, mientras el rol político de los militares en muchos países ha disminuido dramáticamente».
2 La producción latinoamericana sobre el tema específico del militarismo ha sido predominantemente ensayística y más abundante en estudios por país que de conjunto sobre el área. Entre estos últimos pueden citarse los de Manuel Agustín Aguirre: Imperialismo y militarismo en la América Latina, La Habana, Casa de las Américas, 1968; Isaac Sandoval Rodríguez: Las crisis políticas latinoamericanas y el militarismo, México, Siglo XXI, 1976; Mario Esteban Carranza: Fuerzas armadas y estado de excepción en América Latina, México, Siglo XXI, 1978, y Jaime Pinzón López y Reynaldo Muñoz Cabrera: América Latina, militarismo, 1940-1975, Bogotá, Fundacion Friedrich Naumann-La Oveja Negra, 1983. En cuanto a la producción europea, debe observarse que no es abundante; el tema se trató principalmente dentro de obras generales sobre política e historia y en algunos artículos especializados. Sobresale, por cierto, el importante estudio de Alain Rouquié: L’état militaire en Amérique latine, París, Le Seuil, 1982. Cabe citar, asimismo, Heinz Rudolf Sonntag (ed.): Lateinamerika: Faschismus oder Revolution, Berlín, Rotbuch Verlag, 1974, y Gianfranco Pasquino: Militari e potere in America latina, Bolonia, Il Mulino, 1974.
3 President Harry S. Truman’s Address before a Joint Session of Congress, March, 12, 1947, http://avalon.law.yale.edu/20th_century/trudoc.asp (consultado el 13 de septiembre de 2018). Esta y las subsiguientes traducciones nos pertenecen.
4 La cooperación entre ciencias sociales y Estado en los Estados Unidos durante la Guerra Fría para controlar las actividades comunistas fuera de fronteras está bien estudiada en Ron Robin: The Making of the Cold War Enemy: Culture and Politics in the Military-Intellectual Complex, Princeton, Princeton University Press, 2001.
5 Conviene observar que estos investigadores entendieron el término «militarismo» en su sentido más tradicional y generalizado de «intervención militar en política», es decir, como un fenómeno político-social. Este sentido del término puede rastrearse hacia el pasado hasta la Francia del siglo xix. Una de sus primeras definiciones se encuentra en Emile Littré: Dictionnaire de la langue francaise, vol. 3, París, Librarie Hachette et Cie., 1874, p. 560, donde se lo refiere como neologismo para indicar abuso del poder militar. En un estudio considerado clásico sobre el tema, y que por su fecha de publicación (1959) sin duda influyó significativamente sobre los autores aquí tratados, Alfred Vagts afirmaba que el término se había acuñado en Francia bajo el Segundo Imperio para significar tanto «la dominación de los militares sobre los civiles», como «una indebida preponderancia de las demandas militares [y] un énfasis en las consideraciones, espíritu, ideales y escalas de valor militares en la vida de los Estados». Para Vagts, el militarismo era un fenómeno político-social complejo que incluía «una amplia gama de costumbres, intereses, prestigio, acciones y pensamientos asociados con los ejércitos y las guerras». Véase Alfred Vagts: A History of Militarism, Londres-Nueva York, Hollis & Carter-Meridian Books, 1959, pp. 13-15. Hoy, en cambio, cuando se ha producido un resurgir de los estudios sobre el militarismo, se tiende a entender este más como una ideología que como un fenómeno diverso que incluya ideas, pero también comportamientos. Véanse, por ejemplo, Cynthia Enloe: Curious Feminist. Searching for Women in a New Age of Empire, Berkeley, University of California Press, 2004, y James Eastwood: «Rethinking militarism as ideology. The critique of violence after Security», Security Dialogue, vol. 49(1-2) (2018), pp. 44-56.
6 Hans Vogel: reseña de Linda A. Rodríguez (ed.): Rank and Privilege: The Military and Society in Latin America, H-LatAm-H-Net reviews, July, 1995, http://www.h-net.org/reviews/showrev.php?id=100 (consultado el 9 de agosto de 2018).
7 John Gillin: «Modern Latin American Culture», Social Forces, 25(3) (1947), pp. 243-248.
8 Edgar Ansel Mowrer: «Costa Rica Revolt Perils Peace and U. N. Prestige», Los Angeles Times, 16 de diciembre de 1948.
9 James Morgan: «More Generals for President?», Daily Boston Globe, 31 de agosto de 1947.
10 «Washington Looks South», New York Times, 17 de enero de 1950.
11 Eduardo Santos: «Latin American Realities», Foreign Affairs. An American Quarterly Review, 34(2) (1956), pp. 245-257.
12 Víctor Alba: El Militarismo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1960.
13 Víctor Alba: «Why Nixon Failed in Latin America», The New Leader (New York City), 26 de mayo de 1958.
14 E. M. Thomson: «Political Unrest in Latin America», en Editorial Research Reports 1952, vol. 1, Washington, CQ Press, 1952.
15 Morris Janowitz: «Military Elites and the Study of War», Conflict Resolution, 1(1) (1957), pp. 9-18. Es interesante que, en comparación con otros regímenes autoritarios, Janowitz destacara al «modelo [Juan] Perón» como relativamente más avanzado, pues consistía en «una extraña combinación de la dictadura militar de estilo antiguo» con «nuevos instrumentos» tomados del «modelo totalitario» desarrollado en Europa occidental.
16 Theodore Wyckoff: «The Role of the Military in Latin American Politics», The Western Political Quarterly, 13(3) (1960), pp. 745-763.
17 John Gillin: «Modern Latin American Culture...», p. 247.
18 Arthur P. Whitaker: «A Historian’s Point of View», The American Political Science Review, 44(1) (1950), pp. 101-118.
19 Russell H. Fitzgibbon: «A Political Scientist’s Point of View», The American Political Science Review, 44(1) (1950), pp. 118-129.
20 William Rex Crawford: «A Sociologist’s Point of View», The American Political Science Review, 44(1) (1950), pp. 143-147. Crawford fue también autor de una importante historia del pensamiento latinoamericano, A Century of Latin-American Thought, Cambridge, Harvard University Press, 1944 (trad. esp. El pensamiento latinoamericano de un siglo, por María Teresa Chávez, México, Limusa-Wiley, 1966).
21 Es de notar que varios de los especialistas mencionados basaban sus teorías en las opiniones de autores liberales hispanoamericanos que a veces eran severamente críticos del legado ibérico a la América Latina. Entre ellos debe mencionarse a los peruanos Francisco García Calderón y Víctor Andrés Belaunde, al colombiano Germán Arciniegas y al venezolano Rómulo Betancourt.
22 Richard M. Morse: «Toward a Theory of Spanish American Government», Journal of the History of Ideas, 15(1) (1954), pp. 71-93.
23 Lyle N. McAlister: The «Fuero Militar» in New Spain, 1764-1800, Gainesville, University of Florida Press, 1957, pp. 5-15 (trad. esp. El fuero militar en la Nueva España (1764-1800), por José Luis Soberanes Fernández, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1982).
24 Edwin Lieuwen: «Curbing Militarism in Mexico», New Mexico Historical Review, XXXIII(4) (1958), pp. 257-276.
25 Edwin Lieuwen: Arms and Politics in Latin America, Nueva York, Frederick A. Praeger, 1960, pp. 17-18 (trad. esp. Armas y política en America Latina, Buenos Aires, Editorial Sur, 1960). Es de notar que el autor excluía a Brasil de su razonamiento. En su opinión, gracias a la ausencia de las prolongadas guerras civiles que en Hispanoamérica siguieron a la independencia, y poseyendo una monarquía estable, Brasil pudo escapar a «la maldición del militarismo depredador».
26 Edwin Lieuwen: Generals vs. Presidents. Neomilitarism in Latin America, Nueva York, Frederick A. Praeger Publishers, 1964, p. 149 (trad. esp. Generales contra presidentes en América Latina, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1965).
27 Lyle N. McAlister: «Recent Research and Writings on the Role of the Military in Latin America», Latin American Research Review, 2(1) (1966), pp. 5-36.
28 Abraham Lowenthal: «Armies and Politics in Latin America», World Politics, 27(1) (1974), pp. 107-130.
29 George I. Blanksten: «Political Groups in Latin America», The American Political Science Review, 53(1) (1959), pp. 106-127.
30 Hans Speier: «Preface», en John J. Johnson (ed.): The role of the military in underdeveloped countries, Princeton, Princeton University Press, 1962, pp. v-vi (trad. esp. El papel de los militares en los países subdesarrollados, Buenos Aires, Círculo Militar, 1965).
31 Ibid., pp. 3-4.
32 Ibid., pp. 91-129. En 1964, Johnson publicó su libro más conocido, The Military and Society in Latin America, el cual, sin embargo —con excepción de los capítulos dedicados a Brasil—, no es sino una ampliación del capítulo de que aquí se trata, a veces reproduciendo fragmentos de este, aunque basada en mayor número y variedad de fuentes, especialmente literarias, y analizando un mayor número de ejemplos demostrativos de sus postulados. Véase John J. Johnson: The Military and Society in Latin America, Stanford, Stanford University Press, 1964 (trad. esp. Militares y sociedad en America Latina, por Ricardo Setaro, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1966).
33 De acuerdo con la teoría de la modernización, la industrialización era la clave para que las sociedades «tradicionales» pudiesen transformarse en «modernas». Véase Nils Gilman: Mandarins of the Future: Modernization Theory in Cold War America, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2003.
34 Robert A. Potash: The Army and Politics in Argentina, 1928-1945. Yrigoyen to Perón, Stanford, Stanford University Press, 1968.
35 Marvin Goldwert: Democracy, Militarism, and Nationalism in Argentina, 1930-1966. An Interpretation, Austin, University of Texas Press, 1972.
36 Guillermo A. O’Donnell: Modernization and Bureaucratic-Authoritarianism. Studies in South American Politics, Berkeley, University of California, 1973.
37 Véanse Alfred Stepan: The Military in Politics. Changing Patterns in Brazil, Princeton, Princeton University Press, 1971; íd.: Rethinking Military Politics, Brazil and the Southern Cone, Princeton, Princeton University Press, 1988, e íd.: «The New Professionalism of Internal Warfare and Military Role Expansion», en Abraham F. Lowenthal y J. Samuel Fitch (eds.): Armies and Politics in Latin America, Nueva York, Holmes & Meier, 1986, pp. 134-150.
38 Thomas E. Skidmore: Politics in Brazil, 1930-1964. An Experiment in Democracy, Nueva York, Oxford University Press, 1967, e íd.: The Politics of Military Rule in Brazil, 1964-85, Nueva York, Oxford University Press, 1988.
39 Frederick M. Nunn: Chilean Politics, 1920-1931. The Honorable Mission of the Armed Forces, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1970, e íd.: The Military in Chilean History. Essays on Civil-Military Relations, 1810-1973, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1976.
40 Arturo Valenzuela: The Breakdown of Democratic Regimes: Chile, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1978; Arturo Valenzuela y J. Samuel Valenzuela (eds.): Chile: Politics and Society, New Brunswick, Transaction Books, 1976, e íd.: Military Rule in Chile. Dictatorship and Oppositions, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1986.
41 Para una bibliografía comprehensiva sobre los aportes desde la ciencia política a los estudios de caso y comparativos a partir de 1960, véase Brian E. Loveman: «Military Government in Latin America, 1959-1990», en Oxford Bibliographies, http://www.oxfordbibliographies.com/view/document/obo-9780199766581/obo-9780199766581-0015.xml (consultado el 26 de septiembre de 2018). Véase también Elin Skaar y Camila Gianella Malca: Latin American Civil-Military Relations in a Historical Perspective. A Literature Review, Bergen, Chr. Michelsen Institute, 2014. Para una relación de la historiografía a partir de 1960, véase Zachary Morgan: «The Military and Modern Latin America», Oxford Bibliographies Online, 2011, http://www.oxfordbibliographies.com/abstract/document/obo-9780199766581/obo-9780199766581-0062.xml?rskey=e24KBX&result=1&q=morgan%2C+zachary#firstMatch (consultado el 9 de agosto de 2018).
42 Frederick M. Nunn: «New Thoughts on Military Intervention in Latin American Politics: The Chilean Case, 1973», Journal of Latin American Studies 7(2) (1975), pp. 271-304, donde explícitamente propone examinar problemas de «las relaciones cívico-militares de América Latina, basando ese examen en el caso chileno».
43 Frederick M. Nunn: Yesterday’s Soldiers. European Military Professionalism in South America, 1890-1940, Lincoln, University of Nebraska Press, 1983, p. 16.
44 La teoría sobre la naturaleza «corporativa» de las sociedades ibéricas parece haber surgido en respuesta al reclamo, más arriba mencionado, de utilizar «modelos de análisis diseñados para países no occidentales» al estudiarlas. En los tempranos años setenta, el politólogo Howard J. Wiarda sostuvo que «en lugar de buscar categorías y conceptos derivados de una tradición diferente y aplicarlos a sociedades donde no encajan, los académicos deben tratar de comprender los sistemas ibérico-latinos en sus propios términos y en su propio contexto». Según Wiarda, las naciones «ibérico-latinas» eran diferentes, pues no experimentaron las grandes revoluciones que crearon el mundo moderno. «La Reforma Protestante, el surgimiento del capitalismo, la revolución científica, el surgimiento de sociedades socialmente más pluralistas y políticamente más democráticas, la Revolución industrial y sus múltiples facetas, todas tuvieron poco efecto en las naciones del área cultural ibérico-latina». Por ello propuso para estudiarlas el «marco corporativo» que «refiere a un sistema en el que la cultura política y las instituciones reflejan una visión histórica jerárquica, autoritaria y orgánica del hombre, la sociedad y la política», aunque no a un sistema inmutable, pues «el marco corporativo ayuda a mantener la estructura tradicional al mismo tiempo que permite un cambio limitado a través de la cooptación de nuevas unidades sociales y políticas». Véase Howard J. Wiarda: «Toward a Framework for the Study of Political Change in the Iberic-Latin Tradition. The Corporative Model», World Politics, 25(2) (1973), pp. 206-235.
45 Frederick M. Nunn: Yesterday’s Soldiers..., pp. 2-18. El concepto de «militarismo profesional» fue introducido por Huntington al tratar la politización en el ejército alemán antes de la Primera Guerra Mundial. Véase Samuel P. Huntington: The Soldier and the State. The Theory and Politics of Civil-Military Relations, Cambridge, The Belknap Press of Harvard University Press, 1957, pp. 99-109.
46 Véase Frederick M. Nunn: «Military Professionalism and Professional Militarism in Brazil, 1870-1970. Historical perspectives and Political Implications», Journal of Latin American Studies, 4(1) (1972), pp. 29-54; íd.: «The Origins and Nature of Professional Militarism in Argentina, Brazil, Chile, and Peru, 1890-1940», Military Affairs, 39(1) (1975), pp. 1-7; íd.: «Professional Militarism in Twentieth-Century Peru: Historical and Theoretical Background to the Golpe de Estado of 1968», HAHR, 59(3) (1979), pp. 391-417; íd.: Yesterday’s Soldiers...; íd.: The Time of the Generals: Latin American Professional Militarism in World Perspective, Lincoln, University of Nebraska Press, 1992, e íd.: «Foreign Influences on the South American Military: Professionalization and Politicization», en Patricio Silva (ed.): The Soldier and the State in South America, Nueva York, Palgrave, 2001, pp. 13-37.
47 Específicamente, las investigaciones de Christon I. Archer: The Army in Bourbon Mexico, 1760-1810, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1977; Leon G. Campbell: The Military and Society in Colonial Peru, 1750-1810, Philadelphia, The American Philosophical Society, 1978, y Alan J. Kuethe: Military Reform and Society in New Granada, 1773-1808, Austin, University of Texas Press, 1978.
48 Frederick M. Nunn: «The Latin American Military Establishment. Some Thoughts on the Origins of Its Socio-Political Role and an Illustrative Bibliographical Essay», The Americas, 28(2) (1971), pp. 135-151.
49 Especialmente en su obra La realidad histórica de España, México, Porrúa, 1954.
50 Brian Loveman y Thomas M. Davies, Jr.: The Politics of Antipolitics. The Military in Latin America, 2.ª ed., Lincoln, University of Nebraska Press, 1989 (1978), p. ix.
51 Brian Loveman y Thomas M. Davies, Jr.: The Politics of Antipolitics. The Military in Latin America, 3.ª ed. revisada, Wilmington, SR Books, 1997, pp. 3-5.
52 Ibid., pp. 7-27. La teoría de Loveman y Davies pronto encontró eco en nuevos estudios generales sobre las fuerzas armadas latinoamericanas. Véase, por ejemplo, Robert Wesson (ed.): The Latin American Military Institution, Nueva York, Praeger, 1986. Aunque este libro analiza aspectos internos de las fuerzas armadas, tales como los orígenes sociales, formas de entrenamiento y carreras institucionales de los oficiales y suboficiales, toma varias ideas del determinismo cultural practicado por aquellos autores para concluir de modo algo pesimista que «es probablemente imposible para los países latinoamericanos ser genuinamente democráticos» (p. 222).
53 Brian Loveman: For La Patria. Politics and the Armed Forces in Latin America, Wilmington, SR Books 1999, pp. 1-3.
54 John J. Johnson: «The Latin-American Military as a Politically Competing Group», en John J. Johnson (ed.): The role of the military in underdeveloped countries, Princeton, Princeton University Press, 1962, pp. 93-94, 112. Con la salvedad de que Loveman consideraba que España no había trasladado a América un «feudalismo agrícola», sino un capitalismo sui generis que denomina «capitalismo hispánico», donde la empresa privada era una concesión del Estado y el monopolio el punto de partida —y no el producto final— del desarrollo capitalista. Véase Brian Loveman: Chile. The Legacy of Hispanic Capitalism, Nueva York, Oxford University Press, 1979.
55 Brian Loveman: For La Patria..., pp. xviii y 2.
56 Brian Loveman había tratado antes este asunto en The Constitution of Tyranny: Regimes of Exception in Spanish America, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1993.
57 Brian Loveman: For La Patria..., pp. 4-5 y 27-43.
58 Ibid., pp. 66-146 y passim.
59 Loveman expresa esta opinión reiteradamente y mediante diversas enunciaciones en este libro. Ibid., esp. pp. xvii-xxii, 27-31, 75, 97 y 258-263.
60 Véase, por ejemplo, David R. Mares (ed.): Civil-Military Relations: Building Democracy and Regional Security in Latin America, Southern Asia, and Central Europe, Boulder, Westview Press, 1998; John Samuel Fitch: The Armed Forces and Democracy in Latin America, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1998; David Pion-Berlin (ed.): Civil-Military Relations in Latin America: New Analytical Perspectives, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2001, e íd.: Military Missions in Democratic Latin America, Nueva York, Palgrave-Macmillan, 2016.
61 Brian Loveman y Thomas M. Davies: The Politics of Antipolitics, 3.ª ed., p. 19. Para una discusión de este asunto ambiguo, intentando esclarecerlo, véase Winfield J. Burggraaff: The Venezuelan Armed Forces in Politics, 1935-1959, Columbia, University of Missouri Press, 1972, cap. I, «From Caudillism to Militarism».