Ayer 120/2020 (4): 227-255
Sección: Estudios
Marcial Pons Ediciones de Historia
Asociación de Historia Contemporánea
Madrid, 2020
ISSN: 1134-2277
DOI: 10.55509/ayer/120-2020-09
© Martha Ruffini
Recibido: 09-11-2017 | Aceptado: 23-02-2018
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Representaciones del poder en la Patagonia argentina. El presidente Arturo Frondizi y la Segunda Conquista al Desierto (1958-1962)

Martha Ruffini

CONICET-Universidad Nacional de Quilmes
meruffini@unq.edu.ar

Resumen: Durante la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962) la Patagonia ocupó un lugar central. Al asignarle al sur un rol protagónico en la industrialización del país, Frondizi ubicó a la Patagonia dentro de la historia nacional y la asoció con las nociones de «desierto» y «civilización», pero reactualizándolas y otorgándoles renovada función. En el discurso, insertó su gestión como continuidad histórica de la campaña militar al «desierto» de 1879, que puso fin al dominio indígena sobre el sur. Pero esta perspectiva se entrecruzaría discursivamente con la imagen de la Patagonia —recurso dominante a partir de la segunda mitad del siglo xx.

Palabras clave: representaciones, poder, Patagonia, desierto, desa­rrollismo.

Abstract: During the presidency of Arturo Frondizi (1958-1962), Patagonia occupied a central place. By assigning a leading role to the south in the industrialisation of the country, Frondizi brought Patagonia into the central narrative of the history of the nation. Although he associated the region with the notions of «desert» and «civilisation», he updated these terms and gave them a renewed function. Within political discourse, he portrayed his policies as part of a historical continuum that reached back to the military campaign to the «desert» of 1879, which definitively put an end to the domination of the south by indigenous peoples. To be sure, this perspective intersected discursively with the image of the Patagonia and became a dominant rhetorical devise in the second half of the twentieth century.

Keywords: representations, power, Patagonia, desert, developmen­talism.

A modo de introducción

En 1964, a dos años de haber finalizado su mandato y mientras estaba detenido en San Carlos de Bariloche 1, el expresidente argentino Arturo Frondizi (1958-1962) publicó un breve folleto en el que sintetizó sus ideas acerca de la región sur del país, la mítica Patagonia argentina. El texto de Frondizi tenía como referencia fundamental a un geólogo norteamericano —Bailey Willis— que en los inicios del siglo xx proyectó la industrialización de la Patagonia.

Pero esta producción escrita de Frondizi no fue producto del azar. Durante su mandato, la Patagonia ocupó un lugar central en la política económica y fue eje de gran parte de los discursos presidenciales. Al asignarle al sur argentino un rol protagónico en la industrialización del país, el presidente ubicó la Patagonia dentro de la historia nacional y la asoció con las nociones habituales de «desierto» y «civilización», pero reactualizándolas y otorgándoles renovada función. Abonó así al imaginario existente sobre el sur, produciendo desplazamientos de sentido que, sin embargo, nos permiten advertir la pervivencia de nociones conceptuales que formaron parte del proyecto hegemónico de las elites dirigentes.

El objetivo de este artículo consiste en analizar las representaciones sobre la Patagonia contenidas en los discursos presidenciales que fueron utilizadas para justificar las decisiones tomadas dentro de la política económica desarrollista del gobierno de Frondizi, para establecer líneas de continuidad y de ruptura con las prefiguraciones tradicionales de la Patagonia como escenario del «desierto», así como su relación con la reformulación del imaginario sobre el sur producida a mediados del siglo xx. En ese contexto situacional y a modo de hipótesis, el presidente Frondizi apelaría a las representaciones decimonónicas del sur, que consideraban a la Patagonia como un «desierto» carente de civilización que había que dominar. En sus discursos, Frondizi incluiría a su mandato como continuidad histórica con la avanzada militar contra las etnias indígenas del sur, acción conocida como «Campaña al desierto» (1879-1885), y se identificaría con los objetivos planteados en el siglo xix por el orden castrense de llevar el «progreso» y «la civilización» a la Patagonia, soslayando discursiva y acríticamente el correlato genocida de la conquista militar.

Históricamente, la Patagonia había constituido un espacio problemático para la clase dirigente argentina, un lugar en el que el «brazo largo del Estado» llegaba con dificultad. Situada en el extremo sur del país, a considerable distancia de la sede del gobierno nacional —la ciudad de Buenos Aires—, fue considerada escenario de conspiraciones, destino de reclusión de «sujetos peligrosos» y también epicentro de la rebelión obrera en 1921 y 1922, duramente reprimida en los episodios de la llamada «Patagonia trágica o rebelde» 2. En torno a la Patagonia giraba una constelación de conceptos signados por su negatividad: desierto y barbarie, despoblación y aislamiento, lejanía y olvido. Pero más allá de las diferentes coyunturas históricas, estas representaciones cristalizaron en un imaginario cuya continuidad nos permite advertir los consensos dominantes y sus escasas o tibias reformulaciones.

Durante la etapa de centralización del sur argentino 3, la Patagonia quedó estrechamente vinculada a representaciones que la caracterizaban como un espacio vacío, casi desértico, cuya carencia de civilización era necesario subsanar mediante la acción estatal que permitiera alcanzar el estadio del progreso y lograr la verdadera «argentinización» de la población. Para civilizar el sur, el Estado se reservaría el control social y el tutelaje de su organización, negando a este espacio la autonomía soberana propia de las provincias argentinas. La Patagonia mantuvo durante casi setenta años un formato organizativo centralizado acompañado de restricciones al ejercicio de la ciudadanía política 4.

A mediados del siglo xx y con la sanción de la Ley 14408/55, el gobierno nacional consideró saldada la etapa de «minoridad» de los habitantes del sur y les restituyó la plenitud de sus derechos políticos. En virtud de esta norma fueron creadas las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Formosa. Esta legislación no llegó a aplicarse completamente debido al golpe militar de septiembre de 1955, pero abrió paso al proceso autonómico y a la definición del orden provincial mediante la sanción de las respectivas constituciones provinciales (1957) y la asunción de los primeros gobernadores electivos un año después, en consonancia con la llegada al poder del presidente Arturo Frondizi en 1958.

Conjuntamente con esta mutación del estatus político, la Patagonia asumió un lugar diferente en la ponderación del gobierno central desde el mismo momento de la conversión de los territorios en provincias, a partir de la llamada «Revolución Libertadora» (1955-1958) y sobre todo durante el gobierno de Arturo Frondizi entre 1958 y 1962. Empero, la autonomía política de la Patagonia no conllevó modificaciones sustanciales en el imaginario del sur, aunque se incorporaron nuevos elementos en la trama discursiva, como por ejemplo el rol asignado a la Patagonia como región abundante en recursos naturales y reservorio de recursos energéticos y minerales.

La cuestión del imaginario patagónico y las diversas representaciones en él contenidas han sido objeto de trabajos que procuran interpretar las reconfiguraciones del lugar otorgado a la Patagonia, las representaciones existentes en diferentes tiempos históricos 5 y su relación con la noción de argentinización del sur 6. Por otra parte, se han reseñado los planes de desarrollo del gobierno nacional a partir de la etapa territorial y durante el orden provincial 7. Pero no se ha articulado suficientemente el imaginario sobre la Patagonia, sus desplazamientos y pervivencias con la argumentación discursiva del gobierno nacional y sus objetivos ideológico-económicos.

Para este artículo hemos trabajado con discursos, tanto publicados como inéditos, provenientes de la autoridad presidencial. La mayor parte de los textos analizados se encuentran en el Fondo del Centro de Estudios Nacionales (CEN) 8, que contiene discursos mecanografiados y folletos impresos. Otra parte de la documentación se encuentra en la Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la que se consultó la publicación en cuatro volúmenes de los Mensajes Presidenciales editados por el CEN entre 1978 y 1982. Para el análisis, hemos utilizado las herramientas metodológicas que nos brinda el análisis crítico del discurso que nos permiten interpretar el mismo en clave histórica, inscripto en la configuración socio-histórica que lo produce y moldea y que otorga sentido a las expresiones vertidas. A su vez el discurso tiene un papel importante como reproductor de la dominación y en ese sentido se relaciona estrechamente con el poder, ya que, como práctica política, transforma y sostiene relaciones de poder 9.

Notas conceptuales sobre el espacio patagónico, sus representaciones y el discurso

Durante el proceso histórico de formación de los Estados latinoamericanos y en función de la necesidad de construcción del sujeto político y la nación, el Estado nacional, como modo de dominación y en virtud de los intereses en él representados, generó una argumentación discursiva que asignaba a un espacio determinado una cualificación —positiva o negativa— que era presentada como un dato evidente de la realidad social. Así, el Estado procuró legitimarse, asumiendo como misión la superación de los componentes negativos, mediante una acción estatal disruptiva y superadora, que obturaba el pasado y abría promisorias posibilidades de crecimiento tanto para la región en sí misma como para la totalidad del espacio nacional.

Desde la percepción común, la Patagonia ha sido considerada una vasta región, un sistema abierto no delimitado previamente, sino resultante de un proceso de estructuración social articulado en tiempo y espacio y que condensa diferentes procesos sociales que habilitan la identificación de subregiones de profundo dinamismo y atravesadas por intercambios materiales y simbólicos 10. Pero en sí misma la Patagonia emergió también como región al pensarse desde el Estado nacional como continente de representaciones colectivas que la englobaban e identificaban en un todo armónico, más allá de las diferencias económicas, productivas y comerciales existentes, singularidad que el trayecto histórico común ya mencionado reforzó de manera conveniente.

Entendemos que la región como construcción socialmente elaborada constituye también un acto de autoridad discursiva, producto de luchas clasificatorias 11. El imaginario regional se nutre así de un conjunto de representaciones sociales que reflejan cabalmente el contexto histórico expresando la manera como son percibidas las diversas situaciones 12. A su vez, toda representación social conforma una forma específica de conocimiento, el llamado «conocimiento ordinario», un conocimiento socialmente elaborado, construido y compartido en el seno de diferentes grupos que nos permite interpretar y pensar nuestra realidad cotidiana. Se presenta bajo formas variadas, con diferente grado de complejidad, como imágenes o sistemas de referencia que concentran significados y cuyo carácter es heterogéneo, plural y no consensual.

La función esencial de estas representaciones, que se transmiten mediante dispositivos comunicacionales, es la de operar como instrumentos potencialmente constructores de identidades. Al acentuar determinados aspectos de una totalidad, reconfigurar, consolidar o modificar un imaginario social, procuran ejercer una intervención efectiva sobre las prácticas colectivas. En ocasiones se selecciona de la realidad una determinada representación o se la construye de forma intencionada para cambiar los significados existentes e impulsar prácticas renovadas o diferenciales 13.

Estas representaciones integran discursos que trasuntan percepciones compartidas o divergentes y concepciones que nos permiten reconstruir los modelos mentales de los acontecimientos presentes. Como toda práctica social, el discurso no se encuentra aislado del contexto que lo produce y legitima, como así tampoco puede analizarse prescindiendo de las personas que lo emiten, que a través del uso de determinadas formas discursivas traducen ideologías, cosmovisiones, intereses y finalidades.

Así, el discurso, mediante el uso del lenguaje, produce y reproduce la dominación. El discurso político, polémico o persuasivo, atraviesa capilarmente la sociedad y constituye una herramienta fundamental en la construcción de la hegemonía política al encarnar el poder. De esta manera, la lógica del poder recorre el discurso político, lo direcciona y lo orienta hacia determinados objetivos e intereses 14.

La Patagonia como parte de las representaciones del poder

Desde el primer viaje de Hernando de Magallanes y su cronista Antonio Pigafetta (1520), la Patagonia fue vista como un extremo hostil del fin del mundo, lugar de aventuras, pero también del imperio del «salvaje» y de la barbarie asociada con esta figura, generando la metáfora estigmatizante de «tierra maldita» esbozada por Charles Darwin. Si bien la Patagonia no se integró en el discurso de la nación hasta finales del siglo xix 15, la construcción de este imaginario portador de negatividad tuvo como antecedente lo que se ha denominado «el desencanto del Imperio» al pensar la relación entre la monarquía española y su extremo colonial más austral 16. El imaginario patagónico se fue conformando a partir de los viajeros, exploradores, científicos y militares que visitaron el sur durante el siglo xix: Charles Darwin (1833-1834), Guillermo Cox (1862-1863) o George Musters (1869); misioneros salesianos como Giuseppe Fagnano, Lino del Valle Carbajal y Domingo Milanesio 17; militares como el coronel Álvaro Barros(1869) o Ramón Lista (1877-1880); naturalistas como Francisco Moreno (1873-1876), o funcionarios como Estanislao Zeballos, quienes difundieron en libros, informes y memorias las impresiones recogidas 18.

La construcción de la Patagonia como parte del imaginario de la nación, tanto geográfico como cultural-ideológico, formó parte del proyecto de las elites dominantes en nuestro país a lo largo del siglo xix. Sobre ella se desplegó un discurso estatal «patriótico» que enunció el carácter de la región, su imbricación con la idea de nación y propuso acciones de desarrollo y de integración nacional. Sus componentes más conocidos fueron la categoría de «desierto» y «frontera», ambas asociadas a la marginalidad y al aislamiento y vistas como resultante de la lejanía del poder central y del dominio preexistente de las soberanías indígenas.

Esta visión negativa de la «Patagonia-desierto» perduró prácticamente sin fisuras hasta la realización de la Conquista Militar de 1879-1885, momento en el que la pretendida pacificación del territorio se tradujo en sojuzgamiento, muerte y desestructuración de las comunidades originarias 19. Una vez neutralizada la «amenaza indígena», el espacio sureño quedó incorporado al Estado nacional, quien pudo entregar la tierra e instrumentar un orden político-­administrativo que, bajo el formato de los Territorios Nacionales, posibilitó la penetración estatal mediante la instalación de instituciones y funcionarios delegados del poder central 20.

Al ingresar el Estado nacional (1878), se incorporó un nuevo concepto a la representación del sur. La Patagonia quedó asociada a la idea imperante de «argentinización», concebida como antídoto para evitar el arraigo de expresiones ajenas al llamado «ser nacional» y, por lo tanto, eficaz herramienta para consolidar la dominación. En la mirada de los sectores dirigentes del siglo xix, «argentinizar la Patagonia» implicaba superar la barbarie y el desierto, considerado como real traducción de la misma. En ese marco, la Iglesia católica, la escuela y el ejército se convirtieron en agentes para la argentinización y brazo auxiliar del Estado para la difusión de los principios de nacionalidad y la construcción identitaria 21.

Pero la noción de «argentinización» fue mutando su contenido en función de los objetivos e intereses estatales en diferentes tiempos históricos. Durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo (1910) se instaló con fuerza la noción de argentinización como superadora de la amenaza disolvente del extranjero estigmatizado como «inmigrante maximalista» y se rescató la figura del gaucho y del indígena como genuinos representantes de nuestro pasado histórico. Así, el indígena combatido en el sur pasó a ser el «buen indígena» o el «vencido», revalorizando su figura 22. Al mismo tiempo, el reformismo liberal —vertiente progresista y aperturista de la dirigencia nacional a principios del siglo xx— centró su mirada sobre los «espacios vacíos» y la Patagonia como «sujeto de la argentinización» resultó destinataria de planes de fomento —como el del ministro Ezequiel Ramos Mexía en 1908—, cuya implementación permitiría transformar el territorio, potenciando su crecimiento.

La posibilidad efectiva de progreso económico del sur facilitaría dicha argentinización. Durante el siglo xix y primeras décadas del siglo xx, sucesivos proyectos de ley intentaron impulsar el desarrollo de la Patagonia tanto desde su faz hidroeléctrica como agropecuaria 23. Pero no pudieron concretarse en función de la exigua asignación de fondos, el predominio de intereses vinculados con otras zonas del país o las disputas al interior del núcleo gobernante. Según Pedro Navarro Floria, el fracaso de la nacionalización y el desarrollo socio-económico de la Patagonia hasta la primera mitad del siglo xx quedaron como percepción impotente dentro de la clase dirigente argentina. Empero, nos permite entrever una concepción embrionaria de desarrollo basado en la creación de núcleos poblacionales unidos mediante vías de comunicación y el reconocimiento de las diferencias subregionales entre 1899-1904 24.

A partir del radicalismo yrigoyenista (1916-1922) y en función de la «cuestión social obrera», la Patagonia vio postergada la posibilidad del desarrollo económico y suspendidas las propuestas de ampliación de los derechos políticos para sus habitantes. De nuevo la noción de argentinización emergió como herramienta para asegurar el orden, la seguridad y ejercer el control social, argumentación que adquirió renovada fuerza frente a las huelgas rurales patagónicas ya mencionadas y al alto porcentaje de extranjeros en el sur 25. Pero lenta y progresivamente el concepto fue incorporando y jerarquizando la necesidad de realizar las obras de infraestructura necesarias para potenciar el desarrollo productivo como parte de la «argentinización» deseada.

Entre los recursos energéticos del sur, el petróleo ocupaba un lugar fundamental. En 1907 su descubrimiento en Comodoro Rivadavia (Chubut) dio paso a la presencia activa del Estado-empresario, complementada en 1918 con el descubrimiento del área petrolera neuquina con epicentro en Plaza Huincul. Se iniciaron las primeras acciones para la extracción y transporte del petróleo crudo y la conformación de un mercado de trabajo en torno a la actividad. La creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF, 1922) implicó la expansión del Estado y la generación de nuevos campamentos petroleros en el golfo San Jorge y el norte de Santa Cruz.

A partir de 1929 y en el marco de la Gran Depresión económica mundial, la necesidad de activar la industria permitió ubicar en primer lugar a la Patagonia como productora potencial de recursos energéticos. Esta imagen fue reforzada durante la década de 1940, en pleno auge del modelo industrial sustitutivo. Desde esa década, el Estado explotó carbón en Río Turbio y mantuvo el control social y político del área petrolera mediante el establecimiento de una Gobernación Militar (1944-1955) destinada a resguardar los yacimientos petrolíferos como parte de la política de seguridad del Estado nacional. Por otra parte, en 1945 el aprovechamiento de los ríos norpatagónicos quedó contemplado en el Plan Hidráulico Nacional 26.

A mediados del siglo xx, la Patagonia tuvo un lugar primordial dentro de la planificación del gobierno justicialista o peronista (1946-1955), momento en que la noción de «argentinización» comenzó a asociarse más estrechamente a las obras de infraestructura que permitieran aprovechar integralmente los recursos energéticos. La inclusión de la región dentro de los Planes Quinquenales (1947-1955) reactivó la idea de la Patagonia como repositorio de recursos naturales y fábrica de energía para la industria mediante obras hidroeléctricas, infraestructuras en caminos y colonización de la tierra pública. Asimismo, al proponer programas de desarrollo, el peronismo subordinaba la autonomía política a la reforma económica del sur, mediante las obras públicas previstas 27.

Poco antes del quiebre institucional que provocó el derrocamiento de Perón en septiembre de 1955, el Congreso nacional sancionó la creación de las provincias patagónicas sobre la base de las Gobernaciones Nacionales existentes: Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz —por un año llamada Provincia Patagonia— fueron convertidas en provincias, cerrándose de esta manera la larga etapa de centralización estatal.

A partir de 1955 la planificación del sur asumió formas diversas y a veces contrastantes: algunas iniciativas centradas en la creación de núcleos de desarrollo regional, como fue el caso de la Corporación Norpatagónica (1955), que careció del apoyo de las provincias involucradas y no pudo sostenerse en el tiempo; o los inicios de la delimitación de la región de Comahue en la franja septentrional de la Patagonia, idea que se consolidó posteriormente con el Onganiato (1966-1970) pero que generó ásperos debates y desavenencias sobre su alcance efectivo 28.

En las constituciones provinciales patagónicas sancionadas en 1957, la planificación del desarrollo apareció como un renglón importante, que se tradujo en los primeros años posteriores a la provincialización en proyectos, programas y organismos destinados al impulso de actividades de promoción industrial, minero, turismo y agro 29. Como era de esperar, la provincialización del sur no eliminó completamente el colonialismo interno ni la injerencia del Estado nacional. Con recursos insuficientes, las nuevas gobernaciones dependieron del impulso estatal para concretar obras de envergadura.

La Patagonia durante el auge de la corriente desarrollista

En 1957, el gobierno dictatorial de la autodenominada «Revolución Libertadora», presionado por la oposición sindical, posibilitó una apertura política limitada y se convocaron elecciones nacionales. En febrero de 1958 y con el peronismo y el comunismo proscriptos, la oportunidad de triunfo se centraba en el partido Unión Cívica Radical, que se hallaba fragmentado desde hacía un año en Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) y Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) 30. Finalmente, la UCRI se impuso en gran parte del país y el 1 de mayo de 1958 la fórmula Arturo Frondizi-Alejandro Gómez asumía el Poder Ejecutivo Nacional.

La corriente desarrollista difundida en América Latina por economistas y cientistas sociales de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que tuvo su impacto en Brasil con el presidente Juscelino Kubitschek (1956-1961), sostenía la imposibilidad de crecimiento económico de los países de la región sobre la base de las exportaciones de productos primarios, por lo que proponía como solución el fomento de la industrialización.

En 1958, al asumir Frondizi el gobierno nacional y ante una coyuntura crítica signada por el endeudamiento externo y el estancamiento de la producción agropecuaria, el nuevo presidente señaló como vector de su acción la necesidad de modificar la estructura económica del país. Frondizi emitió fuertes críticas al modelo agroexportador vigente durante gran parte del siglo xix y hasta la crisis de 1930 y alegó que la dependencia del mercado externo y de los capitales monopólicos implicaba un cercenamiento de la soberanía política. El estancamiento de las exportaciones era para Frondizi una de las resultantes de la «vieja política agropecuaria».

Acorde con gran parte de las ideas cepalinas 31, la industrialización fue considerada clave para el desarrollo nacional. En consonancia con las ideas de Paul Rosestein-Rodan (1942) y Ragman Nurske (1955), que planteaban una tendencia al estancamiento en los países no desarrollados industrialmente que solo podía superarse con un shock inversionista —el llamado big push—, que lograría el equilibrio del desarrollo y por consiguiente permitiría —como afirmaba Karl Myrdal (1959)— mejorar las condiciones de vida para superar el «círculo vicioso de la pobreza», las propuestas de Frondizi se centraron en la industrialización como vía para finalizar la dependencia económica. La certeza de lo que Catalina Smulovitz llama la «precariedad inicial del mandato» llevó a Frondizi a desplegar toda una batería de medidas durante los primeros cien días de gobierno con el fin de obtener, mediante la «revolución desarrollista», una mayor legitimación 32.

Frente a la dependencia en la importación de combustibles como el petróleo, equipos y maquinarias, anunció un programa de desarrollo económico y saneamiento financiero que fue diseñado por el economista Rogelio Frigerio, al frente de la Secretaría de Relaciones Económico-Sociales de la Presidencia de la Nación. En este plan realizó un diagnóstico económico en el que señalaba el progresivo empobrecimiento social producto de la inflación, el endeudamiento externo, el exceso en el gasto público, las cuantiosas pérdidas de las empresas estatales, el atraso tecnológico del campo y un comercio internacional deficitario. Conjuntamente con las medidas tomadas para combatir estos indicadores económicos regresivos, propuso la explotación del petróleo, del carbón y del hierro como parte de una política industrial expansiva 33.

Como el Estado no tenía los recursos suficientes y su principal organismo petrolero —Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF)— no se hallaba en condiciones tecnológicas de encarar este impulso, se requería la colaboración del capital extranjero. Esta afirmación iba a contrapelo de lo expresado por el mismo Frondizi en su libro Petróleo y Política (1954) y del sentir generalizado de la población, remisa a dejar intervenir al capital extranjero en la explotación de una industria básica como la del petróleo. En consecuencia, y siguiendo lo que el economista Rogelio Frigerio llamaba el «nacionalismo de fines», fueron sancionadas la Ley 14.780/58, de Radicación de Capitales Extranjeros, y de la Ley 14781/58, de Promoción Industrial, tendentes a facilitar el autoabastecimiento y atraer inversiones extranjeras para la exploración y explotación de recursos naturales y minerales 34. Estas normativas constituyeron los rasgos más sobresalientes de los primeros cien días de gobierno de Arturo Frondizi 35.

Rápidamente Frondizi firmó contratos de explotación con empresas extranjeras 36. Este verdadero giro ideológico en su política petrolera ocasionó protestas desde el ámbito castrense en pos de la anulación de los contratos y el endurecimiento de la oposición nucleada en la UCRP y en su líder Ricardo Balbín, cuyo lugar de expresión fue el Congreso de la Nación.

En ese marco, en julio de 1958, Frondizi anunció la llamada «Batalla del petróleo», destinada a alcanzar el autoabastecimiento. En el Plan de Desarrollo Económico se incluyó la explotación del petróleo, el fomento de la siderurgia y la petroquímica, la tecnificación del agro y la integración del país mediante una red de caminos y medios de comunicación modernos. Dentro del Plan, Frondizi incluyó zonas prioritarias y regiones que se integrarían con posterioridad, una vez alcanzados los efectos benéficos del crecimiento en las zonas prioritarias 37.

La Patagonia quedo incluida entre los ejes de un futuro polo de desarrollo y constituyó una parte esencial del impulso desarrollista, cristalizando un imaginario asociado a la «Patagonia-energía» o a la «Patagonia-recurso», cuya transformación se operaria por la acción estatal sobre un espacio débilmente argentinizado. En consonancia, el Plan de Desarrollo Económico incluyó la explotación integral de los yacimientos de carbón de Río Turbio (Santa Cruz) y de hierro en Sierra Grande (Río Negro), la construcción de centrales hidroeléctricas para el aprovechamiento del río Limay y el establecimiento de centros siderúrgicos en Puerto Madryn (Chubut). En ese marco, la Patagonia se convertiría en una región nodal por su capacidad en la producción de petróleo e hidroelectricidad en su zona norte, mediante el complejo Chocón-Cerros Colorados en Río Negro y Neuquén, el Dique Ameghino y la Represa Futaleufú en Chubut 38.

Para Frondizi, la idea clave era la del desarrollo basado en la «integración regional» como base para la estabilidad política no solo de Argentina, sino también de los países latinoamericanos. En consecuencia —afirmaba—, una Patagonia industrializada permitiría un nuevo régimen de intercambio comercial e industrial con el vecino Chile, apoyando la conformación de una zona de libre comercio y destacando la necesidad de propiciar una mayor interrelación entre ambos países fronterizos 39.

En 1962 el presidente anunció en Comodoro Rivadavia la necesidad, por un lado, de activar al máximo la explotación del petróleo y del gas natural, ya fuera como combustibles o como materias primas para el desarrollo de la química pesada (sintéticos, fertilizantes, plaguicidas); y, por otro, de explotar intensivamente los yacimientos de hierro y carbón como base de la siderurgia que proveería a las industrias de máquinas, herramientas y manufacturas. Incluyó en sus discursos la creación de la infraestructura necesaria para la radicación de trabajadores y técnicos y el impulso a la producción agropecuaria mediante la explotación del vasto potencial hidráulico que proporcionaría energía barata para la electrometalurgia y la industria en general 40.

En cuanto a los resultados obtenidos, durante su gestión se produjo una expansión de la sustitución de importaciones y el incremento en la producción de automóviles, acero y combustibles. Las inversiones extranjeras aumentaron considerablemente y en poco tiempo se cuadriplicó la producción de gas, mientras que la de petróleo se triplicó entre 1957 y 1962, alcanzándose el anhelado autoabastecimiento 41. En lo que respecta a la Patagonia, se firmó el contrato para la construcción del complejo hidráulico Chocón-­Cerros Colorados y se inició la explotación del yacimiento ferrífero de Sierra Grande (provincia de Río Negro) a cargo de la Dirección General de Fabricaciones Militares y de la Empresa Minera y Siderúrgica Patagónica Sociedad Anónima, que iniciaron los trabajos de provisión de agua para diferentes localidades sureñas, la habili­tación de puertos y aeródromos en el litoral patagónico y la construcción de caminos y viviendas.

Frondizi y el papel asignado a la Patagonia

En este contexto político-económico atravesado por el impulso desarrollista, resulta interesante advertir cómo fue representada la Patagonia y de qué manera se articuló en el discurso el imaginario de la pujanza que traería la industrialización con las nociones tradicionales de «desierto» y «carencia de civilización».

En varios discursos del presidente Frondizi se advierte la reiteración de adjetivaciones que forman parte del imaginario patagónico más perdurable: «lejano sur», un «territorio extenso, despoblado, inhóspito y hostil», un «territorio olvidado» por los poderes públicos. Las razones del desinterés oficial se hallaban en la orientación agropecuaria dominante por largo tiempo que concentró la riqueza en la región pampeana vinculada al puerto de Buenos Aires: «Esta política dio la espalda al interior de la República y a estas inagotables riquezas patagónicas durante muchos años» 42. Afirmó que sus habitantes eran verdaderos «pioneros», concepto utilizado con frecuencia por la prensa austral; portaban una visión profética de fe en el futuro y en el trabajo y fueron sacrificados, valientes y creativos 43.

Podemos identificar dos aseveraciones observables en el relato oficial: la mención a la falta de integración de la Patagonia a la nación, motivada seguramente por la reciente provincialización del sur; y la necesidad de que «reciban los beneficios de la civilización», afirmación atravesada por el legado del discurso decimonónico de la elite dominante. Así, la Patagonia quedó asociada a la noción de «ausencia de civilización» tan repetida desde el siglo xix y que fue utilizada como argumentación justificadora de la conquista militar de 1879, un sintagma entendido por Frondizi no como carencia de cultura, sino como necesidad de expansión de las bases materiales del territorio. De igual manera, para Frondizi, potenciar la industria en el sur era proporcionar las herramientas para el crecimiento patagónico. En cambio, utilizó en mucha menor medida la noción de «argentinización», que reservó casi exclusivamente a sus referencias sobre la porción antártica argentina 44.

En conjunción con las propuestas de desarrollo, desplegó un discurso vinculado con la Patagonia como «nueva frontera de la Patria» y en estrecha asociación con la «integración» a la nación: «La Patagonia está distante, pero no se han separado de sus hermanos argentinos porque la nación no es solo una expresión geográfica ni material, sino una síntesis espiritual, comunidad fraterna, de sentimiento e ideales» 45.

Como es sabido, el desarrollismo propició una visión de la historia basada en el juego dialéctico nacional/antinacional, versión en la que el peronismo apareció revalorizado en su papel de inspirador de una doctrina basada en una alianza de clases 46. En su recurso al pasado, Frondizi reconoció como héroes al gobernador de la provincia de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas (1829-1852) —«aunque sea discutido»— 47, a los misioneros salesianos, a los colonos galeses y a los «laboriosos y tenaces» Francisco Moreno y Enrique Mosconi. A este militar le reconoció el haber elaborado la doctrina que ubicaba al autoabastecimiento petrolífero como punta de lanza de la seguridad nacional. Señaló que YPF fue un «eficaz instrumento de acción económica», que prolongó la línea histórica de la conquista del desierto 48.

Empero, en otros discursos se observó simultáneamente una visión optimista y positiva del sur que se sobreimprimió a la tan mentada carencia de civilización. En ella se expresaba la superación del desierto y se reconocía a la Patagonia como uno de los centros vitales de la patria, «fabulosa región Austral de la Patria» o «grandiosa reserva argentina»: «La Patagonia es, pues, la tierra del porvenir, pero de un porvenir que ha anticipado sus plazos. Es ya, en verdad, la tierra del presente» 49.

La segunda conquista del desierto: las batallas del petróleo y del acero

Para entender la dimensión que asumió la categoría «desierto» en el discurso del presidente Frondizi resulta importante recuperar la relevancia que tuvo esta imagen en los mitos fundacionales de las naciones latinoamericanas durante el siglo xix.

Se ha afirmado que la formación del Estado fue el punto de partida para la fundamentación de la idea de «desierto», una construcción cultural, simbólica e histórica signada por la polisemia y la multidimensionalidad. La noción de «desierto» emergió en función de la necesidad de los sectores dirigentes de ampliar la dominación sobre zonas no conquistadas y definir los límites con los Estados vecinos. Así, durante el proceso de formación territorial-estatal, diversos Estados latinoamericanos conceptualizaron sus espacios marginales como vacíos o desiertos. De esta manera, conquistar el desierto fue uno de los primeros actos fundacionales de las naciones 50.

Podemos considerar el concepto «desierto» como una categoría de análisis de la singularidad social y política argentina. Fue la expresión más clara del sentimiento de las elites frente a la construcción de un nuevo orden y significó —en términos de Susana Villavicencio— la primera clave explicativa de los males argentinos. El desierto resultó una invención necesaria para justificar la conquista por las armas: dominar al «salvaje» y vencerlo constituyó el núcleo duro de la conquista militar y ubicó claramente el lugar del «otro cultural» en un espacio concreto: la Patagonia 51.

En la memoria patagónica, un hito fundamental lo constituye la campaña militar contra los indígenas, que la elite dirigente argentina consideró como parte de una cruzada contra la «barbarie». Durante el siglo xix, y como una manera de consolidar el Estado nacional, el general Julio Argentino Roca, ministro de Guerra del presidente Avellaneda (1874-1880), puso en marcha una operación contra los indígenas del sur que reclamaban la titularidad de las tierras ocupadas. Esta campaña militar, que produjo el sojuzgamiento de los indígenas y la desestructuración de su organización, fue considerada por la historiografía como un verdadero genocidio 52. Pero para los sectores dirigentes fue solo una larga marcha al «desierto», evidenciando con esta apelación el uso del concepto «desierto» no solo como parte de una inexactitud histórica, sino como significante del vacío de civilización que el Estado procuraba subsanar mediante el sometimiento por las armas.

En consecuencia, era frecuente ensalzar la conquista de 1879 como parte de una campaña gloriosa en la que el máuser y el fusil Remington habían logrado dominar el «desierto». Esta argumentación provenía en gran medida del orden castrense y se reforzaba durante los gobiernos de facto. A modo de ejemplo, durante la etapa precedente a la gestión Frondizi, la autodenominada «Revolución Libertadora» (1955-1958), la Patagonia fue considerada un vasto y hostil espacio, la «fuerza de choque de la nacionalidad», que a modo de capas sucesivas había presenciado la acción de diferentes actores que la habían llevado por la «senda del progreso»: militares, sacerdotes y funcionarios nacionales. La Campaña del «desierto» era presentada como una «rastrillada gloriosa», una verdadera empresa civilizadora que redujo la amenaza indígena y amplió las fronteras de la nación: «Detrás del soldado y de sus armas marcharon el colono y sus herramientas» 53.

Al iniciarse el periodo constitucional de Frondizi, era dable pensar que su discurso tendería a diferenciarse netamente del de sus predecesores, no solo porque se hallaba referenciado en el esquema desarrollista, sino porque Frondizi no mantenía buenas relaciones con las Fuerzas Armadas, que hostigaron continuamente su gestión tratando de provocar su salida del gobierno 54. Empero, llama la atención que Frondizi siguiera utilizado el lenguaje militar y apelando a la conquista al «desierto» como un lugar de memoria esencial para la historia del sur.

En sus discursos mencionaba de manera persistente que la Patagonia aún era un «desierto», segregado del resto del país. Este aspecto resulta importante, ya que Frondizi vinculó estrechamente la Campaña al desierto con la necesidad de integración de la Patagonia: «Hemos venido al desierto para enfrentar con indoblegable firmeza el desafío de la soledad que aun segrega este sector geográfico del resto de la Nación» 55. A setenta y nueve años de la campaña militar, Frondizi consideraba que el desierto no había desaparecido y la civilización no había ingresado en el sur. La Patagonia continuaba siendo un espacio vacío de civilización al que había que doblegar para posibilitar su incorporación definitiva a la nación.

Al insertar su mandato dentro de la historia patagónica, Frondizi aludió en forma expresa a la campaña militar de 1879. Señaló que su presidencia «coronaba la obra de Roca» que le dio a la Patagonia «virtualidad argentina», nacionalizando el sur como parte de una innegable necesidad de expansión económica. Pero con la excepción del desarrollo ovino en los puertos del litoral atlántico y la incipiente explotación petrolera en Comodoro Rivadavia desde 1907, afirmaba que «el conjunto de sus gigantescos recursos potenciales permaneció dormido» 56.

Para Frondizi, solo las propuestas de fomento económico del ministro de Obras Públicas, Ezequiel Ramos Mexía (1908-1911), que incluían la construcción de una ciudad industrial en la zona del Lago Nahuel Huapi, y la contratación del geólogo norteamericano Bailey Wilis 57 habían constituido la excepción de un crecimiento económico ligado al ovino, con propiedad extranjera de la tierra y pequeños centros comerciales. En ese sentido, la Segunda Conquista al Desierto era para Frondizi una continuación de la gesta inconclusa de Ramos Mexia y Bailey Willis 58, que hacía posible la integración de la Patagonia con el resto del país, segunda y fundamental «conquista del desierto», que convertiría al sur en un centro de intensa actividad económica y cultural.

Para Frondizi, el efecto económico de la conquista militar de 1879 que «recobró para la nación miles de leguas de soberanía política» 59 supuso el desarrollo agropecuario y la consiguiente inserción en el mercado mundial. Pero la civilización quedó atrapada en este primer estadio agropecuario y, al no producirse la industrialización, los beneficios de la civilización no se difundieron en el sur. Era tarea de su gestión —afirmaba— otorgar a la Patagonia sus bases materiales en aquella segunda y fundamental «conquista al desierto».

Para explicar la «segunda conquista del desierto», Frondizi apeló de nuevo al concepto de «batalla» que sintetizaba el espíritu que animaba a su gobierno como imperativo de acción, verdadero leit motiv esencial del discurso presidencial. Esta idea fuerza se desplegó sobre todo en el campo económico y cultural, aplicándose tanto a la pugna por el desarrollo minero como al transporte, al realizar un crítico diagnóstico a la situación de los ferrocarriles nacionales 60. Pero este concepto fue utilizado en la interpretación de la historia nacional al afirmar que el pueblo argentino había librado «cruentas batallas» a lo largo de su historia y que ahora era el momento de ganar la «batalla del desarrollo» y cumplir el mandato de triunfar en la batalla del espíritu» 61. Hablar de batallas significaba —cómo el mismo Frondizi expresó— incluirse en la corriente de la historia, en una larga lucha que comenzó con la emancipación nacional y que se orientaba a la plena soberanía política y la defensa nacional como parte de la autodeterminación económica de la nación 62. En 1960 Frondizi afirmaba:

«Ya no tenemos que dirimir nuestros pleitos en el campo de las batallas [...] Ahora tenemos que ganar otra batalla. Extraer nuestros minerales, mecanizar nuestro agro, electrificar el país entero, construir caminos, fundir acero, fabricar maquinarias, formar técnicos, educadores y artistas, difundir los beneficios de la salud y de la educación y la civilización moderna a todo el país» 63.

Para el espacio patagónico Frondizi planificó una lucha por el «progreso» centrada en dos batallas claves: la del petróleo y la del acero, que quedaron discursivamente unidas a la superación del desierto. Pero en la mirada estatal, la batalla del petróleo era la primera y principal y contenía en sí todos los rasgos inherentes a una verdadera campaña militar: frontal, de difícil y enorme desgaste, ardua y decisiva. Librada en todos los frentes, para lograr la victoria se emplearían «todos los recursos disponibles» 64. Afirmaba que llevar adelante una batalla para superar el desierto mediante el petróleo y el acero significaba reactualizar la lucha por la soberanía nacional emprendida en el siglo xix.

Frondizi aseveraba que la Patagonia, gracias a sus yacimientos de carbón y de hierro se convertiría en el epicentro de la «batalla del acero», que liberaría al país de la dependencia externa. En esa segunda avanzada, Sierra Grande, corazón de la riqueza ferrífera, sería el lugar desde el cual se integraría definitivamente la Patagonia a la nación argentina. En ella «la civilización no ha podido abrirse paso» y su desarrollo significaría, en conjunción con la explotación del carbón en Río Turbio, el desarrollo del acero nacional, la instalación de represas y comunicaciones marítimas y aéreas:

«He querido ahora señalar desde el desierto la trascendencia de la batalla del acero. Ningún otro lugar hubiera sido más indicado para hacerlo. En los tiempos en que vivimos el acero es la base esencial de la economía y del desarrollo social, pero además es condición insustituible para la seguridad y la defensa del país» 65.

A través de ella la modernización penetraría formalmente y la conjunción del acero con el petróleo, el gas natural y la hidroelectricidad patagónica provocarían la tan ansiada urbanización del sur 66.

De este modo, la Patagonia sería un espacio clave para la transformación de la patria: «Aquí, en la vasta extensión de la Patagonia, se están creando los principales instrumentos de la liberación nacional», concepto ese que en oposición al de «dependencia» signó el discurso progresista de los años sesenta 67. Para Frondizi, la Patagonia en el corto plazo alcanzaría una «verdadera pujanza» 68:

«Cuando se completen los planes de desarrollo que están en plena ejecución, el potencial económico de esta región será igual o superior al del resto del país. En otras palabras: el desarrollo patagónico duplicará la actual riqueza argentina y será como si se agregara otro país al que ya existe» 69.

Asimismo, indicó que, gracias a la acción de su gobierno, «la geografía económica argentina se está modificando rápidamente y pronto será leyenda la desolación de la Patagonia» 70. Con esta intención, los discursos gubernativos quedaron atravesados por las nociones de integración y desarrollo junto a la idea de interacción mutua hacia una real conquista de la industria.

Pero esta política industrialista sufrió una interrupción. En 1963, al asumir la presidencia el dirigente de la UCRP, Arturo Illia, los contratos petroleros con empresas extranjeras firmados por Frondizi quedaron anulados, lo que afectó sensiblemente el crecimiento del sector petrolero argentino concentrado mayoritariamente en la Patagonia.

A modo de conclusión

El abordaje de las representaciones sobre la Patagonia resulta un campo fértil para el análisis de la visión que desde el Estado se tuvo no solo de la región, sino también de su inserción política y económica en la nación. Cuando se inició la conquista militar al «desierto» (1879), se decidió su integración a la nación en forma gradual y monitoreada. A mediados del siglo xx, la casi totalidad de los ex territorios nacionales del sur fueron incorporados en forma plena la nación, recibiendo el estatus provincial y por consiguiente la plenitud de los derechos y deberes para sus habitantes.

Sin embargo, desde las representaciones de la dirigencia política nacional, la Patagonia mantuvo los componentes más negativos de su imaginario vinculados con el desierto y el vacío civilizador, que ni siquiera la creación de las provincias pudo opacar o neutralizar. Obviamente mantener estos elementos negativos, que aluden al «no lugar» de Marc Augé 71, puede constituir una estrategia justificadora de la acción y a la vez una manera de obturar el pasado y fundar un cambio que señale un nuevo rumbo.

En el caso del presidente Arturo Frondizi, el acento discursivo colocado sobre la categoría «desierto» y la consiguiente «segunda conquista», mediante las batallas del petróleo y del acero, formaron parte de la política industrial del desarrollismo, en la que la Patagonia ocupó un lugar primordial. Si bien se puede advertir la pervivencia de conceptos relacionados con las representaciones decimonónicas sobre el sur, la estrategia discursiva se orientó a fundar la «Patagonia recurso» y generar así un promisorio futuro para el sur incorporando las bases materiales necesarias para su pleno desarrollo.

Resulta llamativa la continuidad discursiva entre las conceptualizaciones usadas por el presidente Frondizi al referirse a la Patagonia y las argumentaciones del gobierno de facto precedente, ilegal y dictatorial. Frondizi bien podría haber recuperado del tronco radical la noción de argentinización, tan cara al presidente Yrigoyen, y con ella articular su idea de desarrollo industrial; o la apelación a la generación de planes de instalación de infraestructura o de desarrollo industrial de Ramos Mexía, Bailey Willis o Mosconi. Sin embargo, reactualizó la idea militar de «desierto» acompañada de las «batallas» necesarias para impulsar el desarrollo, incorporando su gestión en continuidad histórica con la gesta militar de 1879 al proponer una «segunda conquista al desierto». Pero enfatizamos que la ruptura discursiva se observa en la asignación de sentido dada al presunto «vacío civilizatorio», entendido como ausencia de desarrollo económico, de potencialidad para el progreso.

La comprensión del imaginario sobre las nuevas provincias del sur reconoce elementos de continuidad, desplazamientos de sentido y rupturas que nos permiten identificar torsiones y puntos de contacto en la deconstrucción de múltiples dimensiones que permiten abordar el discurso sobre la Patagonia como parte del poder simbólico.


1 Arturo Frondizi no pudo terminar su mandato. En marzo de 1962 sufrió un golpe de Estado encabezado por los militares y fue enviado a la Isla Martín García, en el Río de La Plata, en la que estuvo prisionero un año y medio. De allí fue trasladado a San Carlos de Bariloche (Río Negro), localidad en la que permaneció detenido hasta julio de 1964, fecha en la que recuperó su libertad.

2 El presidente Hipólito Yrigoyen (1916-1922) ordenó la represión de peones rurales en huelga en los territorios patagónicos de Chubut y Santa Cruz. Esta decisión derivó en una verdadera masacre cuando el teniente coronel Héctor Varela ordenó fusilamientos masivos de peones en 1921 y 1922.

3 La Patagonia formó parte del Virreinato del Río de La Plata (1778-1810), de la provincia de Buenos Aires (1820-1878) y de la Gobernación de la Patagonia (1878-1884). En 1884 fue dividida en cinco Territorios Nacionales: Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. A partir de 1955 y con la excepción de Tierra del Fuego, se constituyeron las provincias homónimas. Esta estructura centralizada contrastó visiblemente con las llamadas «provincias históricas argentinas», creadas entre 1819-1821 y que poseían atribuciones soberanas para la elección de sus autoridades y autonomía en la decisión de la política y la economía provincial.

4 Durante la vigencia de los Territorios Nacionales (1884-1955), el gobierno negó a los habitantes del sur la plenitud de sus derechos políticos, impidiendo a la vez el ejercicio del derecho de representación ante el Congreso Nacional. La decisión se basaba en la presunta inmadurez política de la población, motivada por la ausencia de civilización y la coexistencia con tribus indígenas.

5 Pedro Navarro Floria: Paisajes del Progreso. La resignificación de la Patagonia norte 1880-1916, Neuquén, Editorial de la Universidad del Comahue, 2007, y Susana Torres: «La Patagonia en el proceso de construcción de la Nación argentina», en Esteban Vernik (comp.): Qué es una Nación. La pregunta de Renán revisitada, Buenos Aires, Prometeo, 2004, pp. 83-96.

6 Martha Ruffini: La Patagonia mirada desde arriba. El grupo Braun-Menéndez Behety y la Revista Argentina Austral 1929-1967, Rosario, Prohistoria, 2017.

7 Carlos Masotta: «Un desierto para la Nación. La Patagonia en las narraciones del Estado de la Concordancia 1932-1943», en Actas del IV Congreso Chileno de Antropología, vol. II, 2001, pp. 1239-1246, http://www.aacademica.org/IV.congreso.chileno.de.antropologia/175; Pedro Navarro Floria: «Planificación fallida y colonialismo interno en los proyectos estatales del primer peronismo (1943-1955) para la Patagonia», IV Jornadas de Historia de la Patagonia, 2010, http://www.hechohistorico.com.ar/guardamemorias/trabajos/INSTITUCIONES,%20BARRIOS,%20GOBIERNO/JORNADAS%20HISTORIA%20PATAGONIA/2010/GOBIERNO/Navarro%20Floria.pdf, y Mario Arias Bucciarelli: «Identidades en disputa. Las «regiones» del Comahue y los poderes provinciales», Cuadernos del Sur, 35-36 (2008), pp. 151-174.

8 El Centro de Estudios Nacionales (CEN) fue fundado por Arturo Frondizi en 1962 sobre la base del Centro de Investigaciones Nacionales (CIN) creado en 1956 como espacio de estudio e investigación vinculado al desarrollismo. A la muerte del exmandatario (1995), el fondo documental fue donado a la Biblioteca Nacional de la República Argentina, actual depositaria del mismo.

9 Teun Van Dijk: «Discurso y Dominación», en Grandes Conferencias de la Facultad de Ciencias Humanas, Bogotá, Universidad de Colombia, 2004, pp. 4-27, y Norman Fairclough: Discourse and social change, Londres, Blackwell Pulisher, 1993.

10 A modo de ejemplo, el área autárquica magallánica chileno-argentina entre 1880 y 1920. Cfr. Elsa Mabel Barberia: Los dueños de la tierra en la Patagonia Austral 1880-1920, Río Gallegos, Ediciones de la Universidad de la Patagonia Austral, 2001.

11 Pierre Bourdieu: ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos, Madrid, Akal, 1985.

12 Raymond Williams: La política del Modernismo, Buenos Aires, Manantial, 1997.

13 Denise Jodelet: «La representación social. Fenómenos, conceptos y teoría», en Sergio Moscovici: Pensamiento y vida social, Barcelona, Paidós, 1976, pp. 469-495.

14 Helena Calsamiglia Blancafort y Amparo Tuson Valls: Las cosas del decir. Manual de Análisis del discurso, Barcelona, Ariel, 1999; Eliseo Veron: El discurso político. Lenguaje y acontecimiento, Buenos Aires, Hachette, 1987, y Carlos Mangone y Jorge Warley: El discurso político. Del foro a la TV, Buenos Aires, Biblos, 1994.

15 Susana Torres: «La Patagonia en el proceso...», pp. 89-92.

16 Pedro Navarro Floria: Ciencia y política en la región Norpatagónica: el ciclo fundador (1779-1806), Temuco, Universidad de la Frontera-Facultad de Educación y Humanidades, 1994.

17 María Andrea Nicoletti: «La transformación del “desierto” en un “paraíso”: la Patagonia como espacio misionero salesiano», Estudios Trasandinos, 13, (2006), pp. 181-194.

18 A modo de ejemplo, Charles Darwin: Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Buenos Aires, El Ateneo, 1942; Guillermo Cox: Viaje en las regiones septentrionales de la Patagonia, Buenos Aires, Elefante Blanco, 1999; George Musters: Vida entre los Patagones. Un año de excursiones por tierras no frecuentadas desde el estrecho de Magallanes hasta el Río Negro, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1964; Ramón Lista: Mis exploraciones y descubrimientos en la Patagonia (1877-1880), Buenos Aires, Marymar, 1975; Francisco P. Moreno: Viaje a la Patagonia Austral 1876-1877, Buenos Aires, Solar-Hachette, 1972, y Estanislao Zeballos: La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sur al río Negro, Buenos Aires, Hachette, 1958.

19 Las campañas militares contra el dominio indígena se desarrollaron en el nordeste entre 1884 y 1911 y en el sur de Argentina entre 1879 y 1885.

20 Los Territorios Nacionales constituyeron un formato de inspiración norteamericana que se aplicó en varios países latinoamericanos (Colombia, Brasil, Venezuela, México, Chile y Argentina), ante la necesidad de consolidar el dominio estatal sobre zonas de frontera o habitadas por etnias indígenas.

21 Cielo Zaidenwerg: Amar la Patria. Las escuelas del territorio rionegrino y la obra argentinizadora en el sur, Rosario, Prohistoria, 2016, y Mirta Teobaldo y María Andrea Nicoletti: «La educación en el territorio de Río Negro», en Martha Ruffini y Ricardo Freddy Masera (coords.): Horizontes en perspectiva. Contribuciones para la historia de Río Negro 1884-1955, vol. I, Viedma, Legislatura de Río Negro-Fundación Ameghino, pp. 271-305.

22 Óscar Teran: Historia de las ideas en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008.

23 A modo de ejemplo, entre otros, los estudios de Cesar Cipolletti (1899) y Bailey Willis (1910-1914) sobre el aprovechamiento de los ríos patagónicos; el Plan de Fomento de Los Territorios Nacionales —Ley 5559/08— del ministro Ezequiel Ramos Mexía, que combinaba la puesta en producción de la tierra con la instalación de ferrocarriles y colonias; o el Plan del Coronel José María Sarobe (1935) sobre aprovechamiento integral de la Patagonia.

24 Pedro Navarro Floria: «El desarrollo socioeconómico de la Patagonia en el discurso político argentino», Revista Atekna, 1, I, 2003, pp. 87-113.

25 Se estima que en la Patagonia el 18 por 100 de la población era extranjera. Dentro de los Territorios Nacionales del sur, Santa Cruz concentraba el mayor número de extranjeros, fundamentalmente de origen chileno.

26 Alfredo Azcoitia y Paula Núñez: «Las represas hidroeléctricas de la región Comahue: expectativas de un desarrollo parcial», Agua y Territorio, 4 (2014), pp. 12-22.

27 Pedro Navarro Floria: «Planificación fallida...», p. 2.

28 La Región Comahue nació de un proyecto de resolución del Senado en 1960 que creó la Comisión Especial para el estudio del desarrollo integral de las zonas de influencia de los ríos Limay, Neuquén y Negro. Para dichos estudios se celebraron contratos con consultoras extranjeras —Italconsult y Sofrelac— que debían evaluar la factibilidad de la construcción de la represa de El Chocón. Cfr. Mario Arias Bucciarelli: «Identidades en disputa...», pp. 159-174; Daniel Cabral Márquez: «Una relectura histórica de los impactos socio-territoriales de las mega inversiones promovidas en el marco de la Patagonia Austral Argentino-Chilena: ¿Distintas formas de desarrollo inducido o meras estrategias desreguladas de vectores de expansión capitalista?», Perfiles Económicos, 1 (2016), pp. 119-145, y Martha Ruffini: «Estado, desarrollo económico y nuevas provincias. El fracaso de un plan estatal para el sur argentino: la Corporación Norpatagónica (1957-1958)», H-industri@, 14-15 (VII), 2014, pp. 189-231.

29 A modo de ejemplo, el Consejo de Planificación y Acción para el Desarrollo COPADE en Neuquén o el Instituto Autárquico de Colonización y Fomento Rural en Chubut.

30 La Unión Cívica Radical fundada en 1891 tuvo como objetivos las libertades públicas y la modificación del sistema electoral para evitar el fraude que garantizaba la continuidad del dominio oligárquico de la burguesía argentina. Entre 1916 y 1930 el radicalismo ocupó la presidencia de la nación, pero el último mandato radical fue interrumpido por un golpe de Estado en septiembre de 1930.

31 A partir del final de la segunda posguerra, el titular de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Raúl Prebisch, expuso sus ideas en torno a la industrialización, el progreso y el nacionalismo económico como claves superadoras de la dependencia de los países latinoamericanos. En 1956 y por pedido del gobierno de facto del general Aramburu (1955-1958), Prebisch elaboró un crítico diagnóstico de la economía nacional en el que postulaba la necesidad de obtener fondos del extranjero y renegociar la deuda externa para estimular el desarrollo de la industria pesada. Frondizi y su economista Raúl Frigerio compartieron gran parte de esta visión y los problemas que acarreaba el intercambio desigual fruto de la asimétrica relación centro-periferia, pero criticaron algunas de las propuestas de Prebisch.

32 Catalina Smulovitz: Oposición y gobierno: los años de Frondizi, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1988, p. 39. Si bien Frondizi obtuvo en las elecciones presidenciales el 44,79 por 100 de los votos, gran parte de los mismos provinieron del arco del justicialismo en virtud del pacto secreto realizado con el presidente Perón exiliado en Madrid.

33 «El plan de Desarrollo y Estabilización», mensaje del presidente Arturo Frondizi, 29 de diciembre de 1958. Recuperado de Internet (www.visiondesarrollista.­org.ar/discursos-elplan-de-desarrollo-y-estabilizacion/).

34 Por estas normativas se estableció un régimen especial para las inversiones extranjeras en áreas consideradas claves como la siderúrgica, petroquímica, energía, petróleo y automotriz, un régimen centrado en la libertad para la remisión de ganancias al exterior, trato preferencial en derechos aduaneros, créditos e impuestos.

35 Otros rasgos fueron la eliminación de restricciones a la actividad política y sindical acompañada de una Ley de Asociaciones Profesionales y una Ley de Amnistía. En 1959 el Plan de Estabilización Económica enviado al Fondo Monetario Internacional para obtener préstamos externos presentó vectores diferentes en la orientación de la economía nacional, al anunciar retenciones a las exportaciones, restricciones crediticias, eliminación de subsidios y liberalización de la importación, acompañadas de una política de ajuste en el sector público, racionalización de los gastos para reducir el déficit fiscal y la posible caída del salario real.

36 Fueron suscritos trece contratos sin licitación previa ni acuerdo del Congreso. Las firmas beneficiadas fueron entre otras: Astra, Petrofina (Bélgica), Panamerican Internacional OilCompany (Estados Unidos) —subsidiaria de la Standart Oil—, la Compañía Lane-Wells (Estados Unidos), el Banco Carl Loeb, Rhoades y Cia. (Estados Unidos), la Sea-Drilling Corporation (Estados Unidos), Tennessee (Estados Unidos), Shell o Esso (ex Stándart Oil de New Jersey). En la Patagonia actuaron la Panamerican (en Comodoro Rivadavia), Shell al norte de Río Negro y, posteriormente, en Neuquén, y la empresa Esso en la misma provincia.

37 Además de las provincias patagónicas, las de Salta y Mendoza (petróleo), Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe (industria automotriz y siderúrgica) fueron consideradas futuros polos de desarrollo.

38 El dique-embalse Florentino Ameghino formó parte de las propuestas del I Plan Quinquenal y se comenzó a construir en 1950, siendo inaugurado parcialmente en 1963. La Represa Futaleufú comenzó a construirse en 1971. El complejo Chocón-Cerros Colorados fue licitado en 1966.

39 Alfredo Azcoitia: Las representaciones sobre las relaciones argentino-chilenas en la prensa norpatagónica. Un análisis del diario Río Negro (1960-1984), tesis doctoral, Universidad Nacional del Sur, 2015, y Christián Medina Valverde: Chile y la integración latinoamericana: política exterior, acción diplomática y opinión pública 1960-1976, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 2004.

40 Congreso Nacional, Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, III, sesión del 27 de agosto de 1959, p. 2609; Arturo Frondizi: «Un año de gobierno», en Mensajes Presidenciales 1958-1962, vol. II (1 de enero a 31 de diciembre de 1959), Buenos Aires, Centro de Estudios Nacionales (CEN), pp. 138-142; íd.: «El avance de la Patagonia es el fundamento de la Argentina potencia mundial», Comodoro Rivadavia, 3 de marzo de 1962 , Archivo de la Academia Nacional de la Historia, Discursos de Arturo Frondizi, t. IX (enero a marzo de 1962), copia mimeográfica, f. 180.

41 Según datos oficiales, en 1958 la producción petrolífera fue de cinco millones y medio de metros cúbicos, en 1959 de siete millones de metros cúbicos y en 1960 alcanzó once millones y medio de metros cúbicos. Cfr. Pablo Gerchunoff y Lucas Llach: El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas, Buenos Aires, Ariel, 1998, pp. 295-301.

42 Arturo Frondizi: «El avance de la Patagonia...», f. 178.

43 «Profundas y perdurables impresiones produjo en la Patagonia Austral el presidente Frondizi». reproducción del discurso pronunciado en enero de 1960 en la Revista Argentina Austral, 339 (1960), pp. 8-9.

44 Arturo Frondizi: Mensaje desde la Antártida, Buenos Aires, Presidencia de la Nación, 1961, pp. 5-9.

45 Arturo Frondizi: «Mensaje a los compatriotas de las regiones australes», Mensajes Presidenciales..., vol. IV, pp. 199-200.

46 Celia Szusterman: Frondizi. La política del desconcierto, Buenos Aires, Emece, 1998.

47 Para dominar a la oposición, el gobernador Rosas utilizaba grupos de choque callejeros conocidos como los «mazorqueros», que mediante asesinatos y persecuciones sumieron a la sociedad bonaerense en el terror al ejercer una brutal ­represión.

48 Arturo Frondizi: «Saludo desde Ushuaia», en Mensajes Presidenciales..., vol. III, pp. 7-8, e íd.: «Frondizi y el petróleo...», p. 2. Véase también íd.: «Desarrollo patagónico y grandeza nacional...», pp. 301-303.

49 Arturo Frondizi: Patagonia tierra del presente, Buenos Aires, Presidencia de la Nación, 1959, e íd.: «La nueva frontera de la Patria», discurso pronunciado en la inauguración de LRA Radio Comodoro Rivadavia el 13 de diciembre de 1961, en Mensajes Presidenciales..., vol. IV, pp. 305-307.

50 Fue el caso de la región de la Araucanía en Chile, la Amazonia en Brasil y la Patagonia en Argentina. Cfr. Deni Trejo Barajas (coord.): Los desiertos en la historia de América: una mirada multidisciplinaria, México, Universidad de Coahuila, 2011.

51 Susana Villavicencio: Sarmiento y la Nación Cívica. Ciudadanía y filosofías de la Nación en Argentina, Buenos Aires, Eudeba, 2008.

52 Osvaldo Bayer (coord.): Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los pueblos originarios, Buenos Aires, Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena en Argentina, 2010.

53 Presidencia de la nación, Discurso pronunciado por el Vicepresidente Provisional de la Nación CL Isaac Rojas en la ciudad de Viedma el 12 de diciembre de 1957, Buenos Aires, Secretaría de Publicaciones del Ministerio del Interior, 1957, pp. 3-6. Similares conceptos en Presidencia de la Nación, Discurso pronunciado por el Vicepresidente Provisional de la Nación CL Isaac Rojas en la ciudad de Comodoro Rivadavia el 13 de diciembre de 1957, Buenos Aires, Secretaría de Publicaciones del Ministerio del Interior, 1957, pp. 3-13.

54 La difusión del Pacto Perón-Frondizi generó un fuerte malestar en las Fuerzas Armadas, que mantuvieron una actitud opositora a la gestión desarrollista. Presionaron en forma permanente al gobierno mediante los llamados «planteos militares», algo más de treinta intervenciones de los comandantes en jefe entre 1958 y 1962 destinadas a incidir en la marcha del gobierno.

55 Arturo Frondizi: Sierra Grande, un paso decisivo en la batalla del acero y el progreso de la Patagonia, Buenos Aires, Presidencia de la Nación, 1961, p. 17. Véase también Arturo Frondizi: «La nueva frontera de la Patria», en Mensajes Presidenciales..., vol. IV, pp. 305-307.

56 Arturo Frondizi: Breve historia de un yanqui que pretendió industrializar la Patagonia (1911-1914). Bailey Willis y la segunda conquista del Desierto, Buenos Aires, Centro de Estudios Nacionales, 1964, p. 15.

57 El científico norteamericano fue contratado por el ministro Ramos Mexía para realizar una evaluación de los recursos patagónicos mediante un examen topográfico y geológico en el norte patagónico, entre San Antonio Oeste y la zona de Bariloche, en la cordillera de los Andes. Para tal fin se creó una Comisión de Estudios Hidrológicos, que debía analizar la posibilidad de agua en el norte patagónico. El informe técnico de la Misión Willis se halla publicado en Bailey Willis: El Norte de la Patagonia. Naturaleza y riquezas, vol. I, Nueva York, ScribnerPress, 1914.

58 Arturo Frondizi: Breve historia..., p. 12.

59 Ibid., p. 9.

60 Arturo Frondizi: «La batalla del transporte», discurso pronunciado por radio y televisión por el presidente Arturo Frondizi en el Salón Blanco de Casa de Gobierno el 5 de junio de 1961. Recuperado de Internet (wwww.visiondesarrollista.org/discursos-la-batalla-del-transporte/).

61 Arturo Frondizi: «El avance...», f. 179.

62 «Frondizi y el petróleo», discurso pronunciado por el presidente Arturo Frondizi el 11 de diciembre de 1959, Centro de Estudios Presidente Artu­ro Frondizi, p. 1. Recuperado de internet (www.fundacionfrondizi.org.ar/docs/­discursos/2_file.pdf).

63 Arturo Frondizi: «Discurso a los 150 años de la Revolución de Mayo», discurso inaugural a las celebraciones del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo pronunciado en los balcones del Cabildo el 22 de mayo de 1960. Recuperado de Internet (wwww.visiondesarrollista.org/discursos-a150anos-la-revolucion-mayo/).

64 Discurso del presidente Arturo Frondizi sobre la explotación del petróleo en 1958, reproducido en Luis Alberto Romero y Luciano De Privitellio: Grandes discursos de la Historia Argentina, Buenos Aires, Aguilar, 2000. Recuperado de internet (http.//archivohistorico.educ.ar).

65 Extracto del discurso del presidente Arturo Frondizi pronunciado en Sierra Grande (Río Negro) en 1961, reproducido en «El presidente Arturo Frondizi visita Sierra Grande y lanza los trabajos de exploración de los yacimientos ferriferos». Recuperado de Internet (www.visiondesarrollista.org/visita de frondiziarionegro/­discursos/patagonia-desafío-del-desierto/).

66 Arturo Frondizi: Sierra Grande..., p. 18.

67 Arturo Frondizi: «El avance de la Patagonia...», f. 177.

68 Arturo Frondizi: «Desarrollo patagónico y grandeza nacional», discurso pronunciado en la inauguración de LRA Radio Esquel el 25 de noviembre de 1961, reproducido en Mensajes Presidenciales..., vol. III, pp. 301-303, y Arturo Frondizi: Sierra Grande...

69 Arturo Frondizi: «El avance de la Patagonia...», f. 177.

70 «La Argentina será una gran Nación», mensaje leído ante la Asamblea Legislativa reunida en la Cámara de Diputados de la Nación el 1 de mayo de 1961, recogido en Emilia Menotti y Haroldo Olcese (coord.): Arturo Frondizi. Su proyecto de integración y desarrollo nacional. A través de sus principales discursos y declaraciones 1954-1995, Buenos Aires, Claridad, 2008, pp. 129-147.

71 Marc Augé: Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Barcelona, GEDISA, 2000.